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Son las nueve, estás tomando algo con unos amigos en un bar y de fondo suena la televisión. Es el informativo de la noche. Están hablando de la investidura de Donald Trump y nadie le hace mucho caso a la noticia hasta que ponen unas ... imágenes de la fiesta previa a su toma de posesión y se escucha 'Y.M.C.A.', la mítica canción de los Village People que todos conocemos. Tú sigues hablando con tus amigos como si nada y, de repente y sin venir a cuento, empieza a resonar en tu cabeza la melodía de la canción... y no puedes parar de repetirla. La cancioncita de marras, que ni siquiera te gusta, se te ha metido tan dentro que llegas a casa y sigues con el 'Y.M.C.A.' en bucle.
¿Por qué nos ocurre esto? ¿Qué nos aporta, aparte de ponernos nerviosos? «Hay canciones que permanecen en la cabeza media hora, otras lo hacen un día entero y algunas incluso semanas. Tus familiares y amigos te pedirán que dejes de dar la tabarra con esa melodía tan pegadiza como odiosa, pero la realidad es que no hay nada que puedas hacer porque la culpa la tiene nuestro supercerebro. Y la razón es sorprendentemente simple: lo hace porque es divertido», adelanta Anaïs Roux, psicóloga y autora del libro 'Neurosapiens. Cómo usar tu cerebro para vivir mejor' (Ed. Espasa).
Según cuenta la experta, nuestra mente recuerda por puro placer. Cuando escuchamos una melodía pegadiza, nuestro cerebro segrega dopamina –la hormona de la felicidad–, pero también serotonina, que desencadena en nosotros un estado de ánimo positivo. «En otras palabras, escuchar música activa la red cerebral de placer y recompensa del mismo modo que comer, consumir drogas o hacer el amor. Es como si el cerebro se volviese adicto a esa canción y por ese motivo la reproduce en bucle. En este caso, la música actúa como una droga. Y como el sistema de placer y recompensa funciona automática e inconscientemente, no hay mucho que podamos hacer para evitarlo. Digamos que la parte más crítica de nuestro cerebro se harta e incluso puede llegar a pensar que aborrece la canción, pero como el sistema dominante en esa situación es el del placer te impide tomar las riendas», aclara la psicóloga.
¿Se nos pegan las canciones a todos por igual? «Las personas muy sensibles a la música, las que se dedican a ella profesionalmente o tocan algún instrumento son más sensibles a este fenómeno, llamado 'gusano auditivo'. Sin embargo, también nos pasa a los que no tenemos nada que ver con el sector musical. Una de las hipótesis que se barajan es que las personas que se guían por la obtención inmediata de una recompensa y que no saben resistirse al placer serían más propensas a que se le peguen las canciones, mientras que una investigación llevada a cabo por el francés Nicolas Farrugia atribuye esta mayor capacidad para interiorizar canciones a diferencias estructurales en el cerebro: cuanto menor sea el grosor de la corteza cerebral en las áreas de los lóbulos frontal y temporal, más fácil será que esa melodía quede atrapada en nuestra mente», explica la autora de 'Neurosapiens'.
La única criptonita posible frente a los 'gusanos auditivos' es la anhedonia o ausencia total de placer, incluso del que produce escuchar música. Una investigación llevada a cabo por la Universidad de Barcelona descubrió que estas personas «poseen una conexion extremadamente débil entre la corteza auditiva, que procesa los sonidos, y los núcleos accumbes, que causan placer. Por ejemplo, cuando escuchan una melodía, su ritmo cardiaco no se acelera, no sudan, no tiemblan... Es como si el cerebro que oye dejara de comunicarse con el cerebro que siente. No hay emoción, no hay diversión, no hay adicción... Por no haber no hay ni una canción atrapada en la cabeza», explica Anaïs Roux.
Cuenta Anaïs Roux en su libro que la forma de componer es lo que hace que una canción sea más o menos pegadiza. «Este era uno de los secretos mejor guardados de los productores musicales hasta que en 2020 la psicóloga británica Kelly Jakubowski descubrió la receta mágica para crear música tan contagiosa. Porque la realidad es que no todas las canciones tienen las características adecuadas para permanecer en el cerebro durante horas. En general, las melodías más pegadizas son las que tienen un tempo más rápido y las que dibujan arcos (altos y bajos) en sus partituras. Es decir, son cíclicas. Al mismo tiempo, la melodía principal debe intercalarse con una secuencia sorprendente como, por ejemplo, un verso rapeado»
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