
Una visión científica
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Una visión científica
Martes, 14 de Mayo 2024, 14:00h
Tiempo de lectura: 8 min
Cuando nos presentan a alguien, inmediatamente nos fijamos en su cara y sus manos. Y de ellas sacamos bastantes conclusiones. Las manos cuentan mucho de sus dueños. Las pitonisas llevan siglos leyendo en ellas mensajes sorprendentes. La novedad es que ahora son los científicos quienes extraen información interesante de ellas. El Grupo para la Investigación del Comportamiento Humano de la Universidad de Viena lleva años interpretando, bajo la dirección del antropólogo Karl Grammer, el efecto que la interrelación entre el rostro y las manos tiene en nuestra percepción.
«Solo necesitamos una décima de segundo para hacernos una idea de cómo es un desconocido: si es sincero, concienzudo, extrovertido... Juzgar a otras personas a partir de su apariencia externa no es políticamente correcto, pero parece funcionarnos bastante bien», dice Grammer, reconocido también como uno de los principales investigadores europeos en el campo del comportamiento humano.
Cuando una persona se encuentra con un desconocido, su cerebro busca información a partir de la cual establecer los marcos propios de actuación. Por ejemplo, la dominancia: ¿cómo reaccionará en caso de un conflicto? O la sexualidad: ¿merece la pena que juegue mis bazas? Grammer afirma que lo que hacemos es poner en marcha de forma inconsciente una técnica de supervivencia de la que nos ha dotado la evolución: los estereotipos.
La cara de una persona, las orejas, el iris, la voz, el olor corporal, la forma de andar, todo dice algo. Y cada vez lo percibimos mejor. Grammer sospecha que también ha evolucionado nuestra capacidad de procesar neuronalmente este tipo de informaciones.
Grammer y su equipo han realizado experimentos con voluntarios que clasificaron por separado rostros y manos en función de lo atractivos que les parecían. El resultado: las personas con rostro agradable también tienen manos bonitas. La forma de los rostros está relacionada con la forma de las manos. Las conclusiones de sus estudios son contundentes: los dedos largos se valoran de forma más positiva que los cortos, quizá debido a que la longitud de los dedos permite deducir la estatura de la persona. Pero una mano atractiva tiene que estar proporcionada, con dedos de una longitud similar a la de la palma. Y otro resultado sorprendente: también dice mucho el grado de fuerza de un apretón de manos; cuanto más contundente, menos frágil será la vejez.
El interés por el estudio de la fisonomía es antiguo. Se dedicaron a ello contemporáneos de Goethe como Johann Caspar Lavater o Carl Gustav Carus. Y el médico italiano del siglo XIX Cesare Lombroso, quien tras estudiar a numerosos criminales estuvo convencido de que ciertas formas del cráneo o unas cejas unidas apuntaban a una propensión a la violencia. «Es un disparate», dice Grammer. «Sin embargo, parece ser que la obra de Lombroso sobre los rostros de los criminales habría sido uno de los libros favoritos de Hitler».
En su objetivo de identificar las llamadas «vidas que no eran dignas de ser vividas», los nazis llegaron al estudio de las manos. Entre otras cosas, buscaron «características raciales» en las manos de los judíos y los gitanos. Como parte de aquellas investigaciones, el antropólogo Adolf Würth descubrió que las líneas de la mano surgen en la fase prenatal, en torno al tercer mes, mucho antes de que los músculos hagan posibles los primeros movimientos. Los nazis también estudiaron las manos de las personas aquejadas de síndrome de Down.
Este síndrome, producido por una irregularidad cromosómica, suele ir acompañado del pliegue palmar único, o trasversal, en una o ambas manos: en lugar de una línea de la cabeza y una línea del corazón, hay un único surco que atraviesa toda la palma de la mano en paralelo a las articulaciones de los dedos. Esta llamativa línea aparece no solo en casos de síndrome de Down sino también en alrededor del cuatro por ciento de la población.
Hay otra posible relación entre las manos y la personalidad que fascina a los biólogos evolutivos: su vinculación con la feminidad y la masculinidad. También es una intriga antigua. En el siglo XVIII, el escritor y aventurero Giacomo Casanova escribió: «Mi mano está hecha como la de todos los hijos de Adán: el dedo índice es más corto que el anular». En los hijos de Eva, esta diferencia suele ser menos marcada, o bien el índice y el anular son igual de largos.
Como factor generador de esta diferencia, los científicos han identificado dos variables: la diferente concentración de testosterona y estrógenos –las hormonas sexuales– a la que está expuesto un embrión durante la gestación, y los genes Hox, un grupo de genes que en la fase prenatal se encargan del desarrollo de los órganos sexuales, los dedos y posiblemente también de ciertas regiones cerebrales.
De la longitud de los dedos se podrían hacer deducciones. John Manning, biólogo evolutivo, lleva dos décadas buscando relaciones entre ese factor y las características más variopintas del ser humano: capacidad de visualización espacial, ingresos, estatus socioeconómico, éxito reproductivo… Manning investigó en una clínica de reproducción asistida los posibles orígenes de la infertilidad. Concluyó que los hombres con esperma de mejor calidad tenían el dedo anular más largo, lo que era señal de una exposición a valores especialmente altos de testosterona durante la gestación. Posteriores investigaciones demostraron el papel de los genes Hox como el vínculo entre el crecimiento de las extremidades y las hormonas sexuales. Manning dedujo que «los órganos reproductivos y las extremidades debieron de desarrollarse al mismo tiempo. Los mismos genes que controlan el desarrollo del pene controlan también el desarrollo de los dedos», dice.
Ahora Manning investiga en la Universidad de Swansea, en Gales, las correlaciones entre la longitud de los dedos, la testosterona y la agresividad deportiva en competición. En sus estudios usa un parámetro: mide el centro del pliegue inferior del nacimiento del dedo hasta la yema. Esa longitud del dedo índice dividida entre la del anular da el valor llamado 2D:4D (la 'D' corresponde a digit, 'dedo' en inglés). En el hombre centroeuropeo, el valor medio se sitúa entre el 0,95 y el 0,98 y en la mujer, entre el 0,97 y el 1,0.
El valor 2D:4D, según explica Manning, está relacionado con las características en las que hombres y mujeres se diferencian de una forma constatable: fuerza física o capacidad de lanzamiento de pesos, por ejemplo, pero también la propensión a enfermedades cardiovasculares. «Pero no se puede decir '¡con esta relación entre la longitud de los dedos va a ser usted ingeniero! ¡O enfermero!'. Sí es cierto que entre los enfermeros o los religiosos encontrará más valores femeninos y en los pilotos de carreras, más valores masculinos».
Tras estudiar a varios grupos de escolares, otro colega de Manning encontró correlaciones entre la longitud de los dedos y el comportamiento social: las chicas con un patrón de dedos especialmente masculino eran más conflictivas que sus compañeras. El investigador canadiense Peter Hurd, de la Universidad de Alberta, afirma haber comprobado que los hombres –pero no las mujeres– con el dedo índice especialmente corto son más proclives a la violencia física.
Los críticos reprochan a Manning y a los demás investigadores que muchas de esta relaciones son poco demostrables. Y que los estudios que no confirman la relación acaban debajo de la alfombra. Manning se defiende: «En nuestas manos llevamos un mosaico de rasgos definidos por el ADN y el entorno. No cabe duda de que ese mosaico contiene información sobre cada uno de nosotros». La cuestión es únicamente: ¿qué información contienen en concreto?».
Los trabajos del biólogo evolutivo John Manning en una clínica de reproducción asistida dieron lugar a un resultado impactante: los hombres con esperma de mejor calidad tenían el dedo anular más largo, lo que –como consiguió demostrar tiempo después– era señal de una exposición a valores especialmente altos de testosterona durante la gestación. Las mujeres fértiles, por su parte, tenían los dedos índices más largos que sus congéneres estériles, lo que era una señal de abundancia de estrógenos.