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¿Acorralado o al acecho? El hombre y el lobo: una larga historia de desamor

Vitales para el ecosistema, Félix Rodríguez de la Fuente logró recuperarlos. Pero los lobos han vuelto a caer en desgracia. Su historia va tan asociada a la del hombre que padecen hasta los efectos de la crisis. Las indemnizaciones al ganado se han reducido hasta casi desaparecer. Y los ganaderos reclaman permisos para abrir fuego cuando atacan a sus animales. La Unión Europea ha anunciado que estudiará flexibilizar su actual blindaje del lobo. Y se ha reabierto la polémica sobre unos animales con peor fama de la que merecen.

Martes, 19 de Septiembre 2023, 15:30h

Tiempo de lectura: 6 min

El instinto los despertó sin una causa clara. Algo o alguien los estaba acechando en algún punto de la sierra. La loba se acercó a su pareja buscando seguridad. El macho, inmóvil, leía el aire frío que llegaba del bosque, colina abajo. Ambos sabían que la amenaza solo podía provenir de su peor enemigo: el hombre.

Los primeros ladridos llegaron del valle. Sus miedos se confirmaban. Y no eran precisamente por los perros. Hacía dos días que habían matado a cuatro de aquellos miembros degradados de su misma especie y habían aprovechado la carne de algunas de las ovejas que los perros habían matado. Ahora sabían que aquello había sido un grave error.

Tras la traición de los primeros hombres, el lobo se ha separado jurándonos enemistad eterna

Su olor y sus huellas entre el ganado muerto los convertían en los principales sospechosos ante su enemigo mortal. Los hombres los buscarían sin descanso. Una vez más debían huir y abandonar las tierras recién conquistadas. Huir, siempre huir. La historia de su especie se había  convertido en una permanente huida del superpredador humano. Antes resultaba más fácil esconderse, alejarse de sus tierras, de sus casas, de su ganado. Pero cada día el hombre se apoderaba de más tierra. Y cada día la huida se hacía más difícil.

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Hambrientos. Los lobos cazan en manada organizándose según sus capacidades. Aunque pueden alcanzar los 65 kilómetros por hora, su baza frente  los grandes herbívoros –a los que prefieren como presas– se basa en la resistencia. Pueden mantener un trote sostenido de 10 kilómetros por hora durante decenas de kilómetros, hasta que el cansancio frena a su presa. Entonces, la devoran. Normalmente, un lobo ingiere poco más de 3 kilos de comida cada vez, pero en situaciones de hambruna pueden llegar a ingerir más de 10, lo cual compensa su capacidad de ayuno. Se ha comprobado que pueden pasar hasta 17 días sin comer.

La del lobo y nuestra especie es una triste historia de desamor. Desde que algunas confiadas manadas se acercaron a grupos de los primeros humanos para proponerles protección y lealtad a cambio de comida asegurada –un pacto silencioso que dio lugar a los perros domésticos–, lobos y humanos se han ido separando convirtieron en enemigos que había que evitar. Mientras en América los indios les otorgaban poderes sobrenaturales y los adoraban como a dioses, en Europa se empezó a fraguar la leyenda del lobo como encarnación del mal. El lobo amenazaba al hombre pero, sobre todo, ponía en peligro a su ganado, los animales domésticos que necesitaba para subsistir. Era inevitable que la idea «del lobo bueno es el lobo muerto» se extendiera y se tomara como un dogma de fe.

Muchos ataques al ganado son de perros abandonados y de gran peligro: a diferencia del lobo, no temen al hombre

El resultado de este odio bien cimentado fue la desaparición de los lobos en gran parte de Europa. En España, donde habían permanecido gracias a nuestro precario desarrollo hasta principios del siglo XX, se los persiguió con tanto empeño que a principios de los años setenta la población llegó al mínimo histórico y el lobo ibérico estuvo a punto de desaparecer. Por suerte surgió entonces un defensor extraordinario de nuestro lobo: Félix Rodríguez de la Fuente, quien consiguió lo imposible.

Por primera vez, la mentalidad empezó a cambiar. El asesino de ganado empezó a verse como un patrimonio natural perdido en casi toda Europa. Se crearon leyes para proteger al lobo. Y su población empezó a crecer lentamente. Así ha ido mejorando hasta que estrenamos siglo… y empezó la crisis. Porque también a los lobos les ha afectado la crisis.

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Una red social de aullidos. Tras dos meses de gestación, las lobas paren una camada de entre cuatro y diez lobeznos. En las primeras semanas, las crías dependen de sus progenitores; luego, de la manada. Los fuertes vínculos sociales del grupo se crean desde los primeros días de vida y son para siempre. En la manada, los lobos hallan su gran arma adaptativa: sus aullidos. Solos o en grupo, los lobos aúllan en general para averiguar dónde está el resto de su manada.

En la actualidad, la polémica del lobo ha vuelto a resurgir con fuerza. Las indemnizaciones al ganado se han reducido, son más difíciles de conseguir o han desaparecido por completo. Los ganaderos no pueden permitirse el lujo de perder ganado sin que alguien se lo pague y el lobo se va convirtiendo de nuevo en un enemigo al que exterminar.

En América, los indios los adoraban como a dioses. En Europa se fraguó su leyenda de encarnación del mal

Los lobos son unos predadores extraordinarios. Armados de un olfato finísimo, una vista nictálope (más eficaz de noche que de día) y un oído muy desarrollado, son, de lejos, los cazadores terrestres más preparados de nuestra geografía. Son fuertes, corren largas distancias con una resistencia capaz de agotar a todas sus presas, actúan en grupo demostrando un alto grado de sociabilidad y pueden adaptarse a todos los ecosistemas, desde desiertos hasta las gélidas regiones boreales y desde la costa hasta las altas montañas.

Pero siglos de persecución implacable los han hecho temer al hombre, hasta el punto de que resulta casi imposible acercarse a ellos o verlos en la distancia. Y respecto al ganado, si bien es cierto que matan y devoran a terneros y ovejas alguna vez, los lobos prefieren las presas naturales que, además, están lejos del ser humano.

Muchos de los ataques a la cabaña ganadera que se registran en nuestro país los producen los perros cimarrones, perros que han sido abandonados y que forman manadas peligrosas tanto para el ganado como para los humanos porque, a diferencia de los lobos, no temen al hombre.

Muchos ganaderos españoles disienten y exigen un cambio urgente de la legislación. Según ellos, los ataques de lobos se han disparado desde que el 2021 el Ministerio para la Transición Ecológica prohibió su caza al norte del río Duero. Desde entonces, las comunidades afectadas, Galicia, Cantabria, Asturias y Castilla León, sufren cuantiosas pérdidas, aseguran, por esta causa. El Gobierno reconoció el año pasado que de las 22.617 cabezas de ganado que murieron por ataques del lobo desde 2019 a 2022, más de 18 mil fueron en esas autonomías.

En Estados Unidos, se puede apreciar la otra cara de la moneda. En el Parque Nacional Yellowstone, el primer parque nacional del mundo, se reintrodujeron lobos en el año 1995. Hacía 70 años que los lobos habían sido aniquilados en el territorio, y los científicos querían saber qué consecuencias tendría su reintroducción. Tal y como sospechaban, el cambio que se ha producido ha mejorado la salud del parque. Los lobos controlaron el exceso de herbívoros, por lo que se consiguió recuperar la vegetación original. También mantuvieron a raya a los coyotes, que habían proliferado haciendo desaparecer varias especies de mamíferos y aves, con lo que los berrendos, castores e incluso los osos grizzly han vuelto a proliferar en el parque.

El lobo, que se creía una plaga para la diversidad de la fauna, aparece ahora como un regulador imprescindible y valioso del equilibrio y la salud de los bosques.


Los perros y los lobos son de la misma especie, pero es fácil distinguirlos por su cabeza. Los ojos oblicuos, las orejas cortas y el hocico alargado del lobo lo hacen inconfundible, como dibujó Rodríguez de la Fuente en sus 'Cuadernos de campo', que hoy pueden disfrutarse en una aplicación para tabletas de su Fundación. Cada uno de esos rasgos encierra unos desarrollados sentidos. Es capaz de ver en la oscuridad y su oído supera al del resto de los cánidos. Su peso y talla dependen de donde vivan: desde los 10 kilos de los de Oriente Medio hasta los 90 de los grandes lobos boreales.