Emigrar en plena pandemia es argumento más que de sobra para una película. Ignacio Álvarez está protagonizando la suya propia desde que en marzo del año pasado fue despedido justo cuando el covid-19 empezaba a formar parte de nuestras vidas. «Tras compartir ... meses de infierno como el resto de la población, conseguí un empleo para la temporada de verano». Dejó su Santa Fe natal y se mudó a Bruselas, donde ahora ejerce como asistente de eventos online para una empresa de consultoría e investigación.
Nacho cuenta que salir de España para poder trabajar «era una idea que nunca había descartado pero que jamás pensé que sucedería en estas condiciones». El motivo fue simple: «tengo 27 años y todavía no había conseguido un puesto que durara más de seis meses, por lo que si la covid había decidido romper con todo, yo también debía romper con mis propias barreras«.
Desembarco
Llegó a Bruselas el 22 de septiembre, cuando en España se empezaba a surfear la segunda ola y el resto de países europeos restringían los contactos con Europa, entre ellos Bélgica. El proceso para acceder al país parecía sencillo: «debía rellenar un documento 48 horas antes de tomar el vuelo, al llegar permanecer en cuarentena y realizarme una PCR, para la cual, en teoría, era suficiente completar un documento online que te ofrecía un código QR, y así poder hacerme el test gratis». Sin embargo, cuando aterrizó en el aeropuerto no se encontró con ningún control. «Salí sin que nadie me pidiera ningún documento y tampoco me obligaron a someterme a ninguna prueba».
Los problemas comenzaron después. «A pesar de haber seguido todo el papeleo correctamente, cuando acudí a un centro de test para la covid, me dijeron que la documentación que había rellenado no era suficiente. Me quebré la cabeza y terminé pagando a un médico para que me 'recetara' la prueba. Iba a empezar a trabajar a primeros de octubre y necesitaba presentar un resultado negativo. Si no llega a ser porque me moví, no hubiera podido hacer el test».
La ola sin mascarilla
Si bien en aquellos primeros de otoño la situación en Bélgica era leve, rápidamente empezó a notarse cierto colapso debido al aumento de contagios y hospitalizados. «Apenas me dió tiempo de disfrutar de una cerveza en una terraza cuando el 7 de octubre decretaron el cierre de pubs y bares de la capital».Más tarde, a los restaurantes les permitieron únicamente el reparto a domicilio, medida que no se espera suavizar mínimo hasta marzo.
Andaluces por el mundo (en pandemia)
En este punto, el pico estaba todavía por llegar y a Nacho había algo que no le cuadraba. «Veía que la hostelería estaba cerrada y me preguntaba dónde podrían darse tantos casos». Rápidamente encontró la respuesta. «Me bastó pasear por la ciudad para darme cuenta. La gente aquí no sabe llevar la mascarilla. Te encuentras personas en el autobús sin ella, sin la nariz cubierta o que se la quitan para despedirse de su pareja porque se baja en la siguiente parada. Ves que los empleados de los supermercados atienden y trabajan sin llevarla bien tampoco y no llaman la atención a aquellos clientes que acceden sin llevarla correctamente. Incluso el personal de seguridad que hay en las puertas han hecho la vista gorda. Y hay más: «Mejor no comentar lo que veo por la calle, tanto cuando llegué como ahora acabando enero». Añade que solo los supermercados han permanecido abiertos así como otros establecimientos de servicios esenciales y se ha popularizado «pedir cita» para acudir a ellos.
Ante este panorama, Nacho confiesa sentir «rabia y nervios». Lo explica así: «Uno intenta llevar a cabo unos mínimos usos de higiene y respeto a los demás y no son recíprocos. He sido una persona que ha sufrido la aparición y consecuencias de esta pandemia de manera muy desagradable y quizás me haya hecho ser más quisquilloso. Pero, sin pretender generalizar, me encuentro que corro una carrera de obstáculos cada vez que salgo con tal de poder evita a la gente. Actualmente, se obliga a que cualquier actividad laboral que se pueda realizar desde casa sea así y, en caso de tener que acudir a tu puesto de trabajo, la empresa te facilita un permiso. Pero aquí no veo a la polícia controlando los movimientos de las personas».
Restricciones que impiden socializar
A la clausura de la hostelería se le unen más restricciones. El toque de queda que comprende desde las 22.00 hasta las 07.00 de la mañana es una de ellas. Otra, el cierre de los supermercados a las 20.00 como muy tarde. Además, en la calle tu grupo no debe superar cuatro miembros y también respetar una distancia de un metro y medio. Nacho explica que, en este caso, «en un país que tiene menos hora de sol que España y que anochece antes, con los bares cerrados y durante una pandemia, para un chico que se muda de país por primera vez la verdad que es desolador». Por todas estas cosas, admite que le cuesta asumir que vive en otro país. «Apenas he podido socializar y disfrutar de la cultura del país. Destaco que se puede viajar por todo el país sin ningún tipo de control, solo quieren que llegues a casa antes de las diez. Sobre las visitas, en este país comenzó la idea de tener «un contacto para intercambiar amor»«. Actualmente se permite un visitante por hogar pero que respete siempre la distancia.
Ingacio, por último, lanza un contundente mensaje a 1988 kilómetros de distancia de casa basado en su propia experiencia en el extranjero. «Dejemos de compararnos en España con la actitud y comportamiento de los europeos. Todos tenemos nuestros desencuentros y, aunque haya disfrutado de un café en una terraza de mi pueblo durante Navidad, si las personas no corrigen los despistes sobre las medidas básicas continuaremos abocados a que se limite más nuestra vida social. Porque da igual donde esté, ya viva en España o Bélgica, el caos lo está provocando 'el bicho', sino nosotros con nuestras acciones».
Andaluces por el mundo (en pandemia)
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