10 años sin Multicines en Granada
«Si alguien quisiera, Multicines Centro volvería a vivir»
10 años sin Multicines en Granada
«Si alguien quisiera, Multicines Centro volvería a vivir»Pepe era feliz aquí. «Muy feliz», resopla, apoyado en una columna pintarrajeada y sucia bajo las regias letras del Multicines Centro. Fuma despacio, con el cigarrillo dentro del puño y la vista perdida en una cartelera muerta, olvidada y vacía. El humo se escapa, atraviesa ... la reja de falso césped, sube por las escaleras y se cuela por una rendija de la puerta de cristal hasta llegar al viejo escritorio de madera. El rincón donde Pepe, portero del cine, fue feliz.
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Allí recibía a los espectadores de Granada para que subieran en tropel por la moqueta azul hasta las butacas de terciopelo rojo. Pero antes de cortar las entradas, se sentaba en su mesita para dibujar y escribir poemas. «Era un buen trabajo, estaba agustico. Por eso resistí tantísimos años». Pepe da otra calada y sonríe con cierta complicidad. «Yo era el antiguo, ¿sabes? Estaban esperando a que me fuera para cerrar. Me jubilé y, al poco, lo cerraron».
El 24 de febrero de 2013, hace diez años, Multicines Centro se fue a negro, las ocho salas se quedaron huérfanas y fin. The End. Años esperando un anuncio, un nuevo negocio, que pasara algo que lo sacara del letargo. Pero no, no ha pasado nada. El mítico cine, cerrado a cal y canto, es un enorme cadáver en pleno centro de Granada.
«Cuando paso por aquí siento una pena muy grande. Miro y no sé cómo ha llegado a tanta pobreza. ¿Cómo no hay nadie que lo pueda salvar?». Pepe, José García Cano, tiene 81 años y empezó a trabajar en cines con los 18 recién cumplidos. Pasó por el Cine Albaicín, el Bellavista, el Regio, el Capitol y, por fin, al Palacio del Cine, que terminaría convirtiéndose, en 1983, en Multicines Centro. «47 años estuve aquí, día por día. ¡No fallé ni uno solo! ¡Nunca me puse malo!».
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–La de cine que habrá visto...
–¿Películas? ¡No me gustan! –ríe con los ojos muy abiertos– No he visto una película entera nunca. No me atraen, lo mismo un cachito y fuera... Pero el trabajo, ay, el trabajo me gustaba mucho.
Parado en la puerta del Multicines, en el mismo sitio donde se formaban aquellas aglomeraciones para entrar a las películas, son varios los que miran con extrañeza a Pepe. «¡Me reconocen mucho todavía! Ya cuando trabajaba solían decir la broma de ¡no lleva años este hombre aquí, madre mía!». Pepe llegaba una hora antes que el resto de compañeros, encendía las luces y ponía el aire acondicionado. Él, por una cuestión de experiencia, tenía galones. «Lo llevaba a rajatabla. Aquí no entraba ni una hormiga. A lo mejor era demasiado estricto, pero siempre fui noble».
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En 47 años, se pueden imaginar la de historias que pasarían en aquellas puertas. «Miles», dice Pepe. «Una vez, en una película muy famosa que no recuerdo (fue 'El señor de los anillos'), tiraron la puerta de cristal y hubo una pila de heridos. Fue terrible. Y recuerdo un joven al que le pedí la entrada y se me lanzó desde las escaleras haciendo una patada de kung-fu. O aquella vez con Estrella Morente y su hermana, que eran vecinas mías y les daba pases para el cine, que llegó un tío que decía 'acabo de salir de la cárcel y hoy mato a alguien'. ¡Sal fuera ahora mismo!, le grité. Estrella me miró y me dijo 'le has echado cojones a la cosa, Pepe'», ríe.
Pero hay una historia que marcó profundamente a los trabajadores del Multicines y sucedió, también, un 24 de febrero, pero esta vez de 2001: el incendio. «Noté el humo y empecé a gritar a los demás, ¡niños, avisad a los bomberos! ¡Revisadlo todo! ¡Echad a todo el mundo!». Justo en ese momento, un tipo sonriente gira la esquina de Solarillo de Gracia y se acerca a la conversación. «Hola, Pepe», saluda. «¡Leche! –responde Pepe– A este lo conozco yo, me suena tu cara...». El otro le dice que claro, que él trabajó allí y que fue uno de los que estuvo el día del incendio. «¡Miguel! Si es que has cambiado mucho y estuviste poco tiempo aquí, ¿no?». «No, estuve más de dos años». «¡Pues eso!», ríe Pepe a carcajadas. Luego recuerdan con nostalgia al resto del equipo, a Roberto, a Álex, a Sergio, a Germán y a Trini, claro, que ya falleció.
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Miguel Prados tiene 42 años y es técnico de electromedicina en Oximesa. Y fue, durante casi tres años, portero y acomodador de Multicines. «La primera vez que vine fue con 12 años. Mi madre me trajo a ver 'Aladdín' y Trini, que era amiga de mi madre, me preguntó si me gustaría trabajar alguna vez aquí. Yo le dije que sí. Ya sabes, cosas de niños». Años después, Trini se jubiló y le propuso a Miguel ocupar su puesto. «Acepté y descubrí mi pasión por el cine gracias a este trabajo».
En su primer día, mientras repasaba una fila de butacas, se encontró un sobre con 36.000 pesetas en el respaldo de un asiento. «Pensé que era una prueba para ver qué hacía. Pero no, a las horas apareció un chaval apurado porque había perdido 36.000 pesetas para pagar el alquiler. Le dije que lo había encontrado yo y me dio 3.000 pesetas como recompensa». Su último día fue, cómo olvidarlo, el del incendio. «Me dijeron que me llamarían cuando reabrieran pero tardaron bastante y encontré otro trabajo. Si no, hubiera seguido. Me encantaba».
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Miguel y Pepe, como el humo, atraviesan la reja verde, se acercan a la puerta y pegan sus cabezas al cristal, tapando con sus manos la luz exterior, como si fueran proyectores de celuloide. «Esto era más que un cine, era un lugar de encuentro –suspira Miguel–. Creo que alguien, la administración, debería hacer algo para que volviera a abrir porque ha sido y es un lugar importante». Las campanas de Plaza de Gracia repican y Pepe se enciende otro cigarrillo. «Con lo que yo he querido esto –lamenta el eterno portero–. Si alguien quisiera, Multicines volvería a vivir. Ay, Dios quiera que venga alguien. A lo mejor... –Pepe mira a ambos lados, travieso, y prepara una de sus sonrisas socarronas– me quito yo la jubilación y vuelvo aquí, a poner orden. ¿Te imaginas?», y ríe una vez más a carcajadas, feliz. «Muy feliz».
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