Festival de Granada
Empate en la excelencia entre Alemania e Italia de la mano de SavallFestival de Granada
Empate en la excelencia entre Alemania e Italia de la mano de SavallUn año más, Jordi Savall no faltó a su cita con el Festival de Granada. Y esta vez lo hizo para confrontar dos modos de entender la música firmemente conectados entre sí y a la vez diversos, los que representan las músicas de Antonio Vivaldi ... y Johann Sebastian Bach. Contemporáneos y genios irrepetibles, hacedores de esa música que se desliza en el oído y se queda cómodamente instalada en él a fuer de acariciarlo. Tres fueron las obras que formaron parte del programa, que comenzó con el 'Concierto para cuatro violines, violoncello obligatto y cuerdas en si menor, RV 580', incluido en la mil veces escuchada colección L'Estro Armonico, una de las más conocidas y, sin embargo, después de tanto tiempo, las más interpretadas del veneciano. Desde el 'allegro' inicial, el concertino de confianza de Savall, Manfredo Kremer, tomó el mando de conjunto con una cadencia tan firme como elástica. Paradojas del sonido que se interpreta con los instrumentos para los que fue concebido.
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Desde el primer momento, este 'Concerto' exigió de los componentes de la orquesta una pasión que marca la rapidez y la intensidad con la que debe ejecutarse. Ocurre como con otras obras de Vivaldi. La urgencia de la pluma que dibujara las notas en el pentagrama se traslada a estas, creando una obra alegre, plena de vida. Los cuatro violines solistas –además del propio Kremer, David Plantier, Mauro Lopes y Guadalupe del Moral–, hicieron ese 'trabajo de familia' que la partitura exige, mezclando una extraordinaria variedad sonora por la cantidad de temas que propone con momentos de energía y otros más líricos. El tercer movimiento, ese 'Larguetto–Adagio– Largo' es una buena muestra de ello.
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La noche fue fresca, aunque no tanto como la anterior, y los cambios de temperatura afectaron a los instrumentos, que entre la primera y la segunda obra del programa tuvieron que reafinarse. Ya se sabe lo delicada que es la cuerda con la cuestión de las temperaturas, y mucho más si se interpreta con instrumentos históricos.
Y del maestro italiano, al alemán, bien es cierto que con la influencia de las danzas francesas como fondo. En una noche de Elecciones Europeas, nada mejor que recuperar el pasado común en lo musical. Una buena forma de hacer Europa, más allá de las discusiones por un quíteme allá cien millones de euros. En primer lugar, sonó el 'Concierto para clavicémbalo y cuerdas nº 1 en re menor', BWV 1052 según el catálogo bachiano, compuesto en 1738. Dicen los historiadores que usó fragmentos de otras obras para crear otra que originalmente pudo ser un concierto para violín, hoy perdido. El clave del Auditorio Falla, esa copia del original de Puyana que se vendió hace escasas fechas en una subasta al precio de un millón de libras, sonó de manera absolutamente espectacular, y la cuerda le secundó plenamente en este puente musical entre la obra del italiano y el alemán.
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La tercera obra de la noche, que no fue la última a la postre, fue la igualmente mil veces interpretada 'Suite nº 2 en si menor para flauta travesera y cuerdas', BWV 1067 en el catálogo del maestro de Eisenach. En un nivel de calidad general notable, el sobresaliente se lo llevó el flautista Charles Zebley, quien ejecutó la conocida 'Badinerie' –por dos veces, una en los bises– con maestría. Antes, una de las piezas recuperadas por Savall en su disco 'Nuit de rois' en forma de danza vertiginosa, hizo las delicias del público.
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