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Mozart contra el olvido

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Pepe Marín

Mozart contra el olvido

Una ciudad tan infiel a su gloria como es Granada, a veces da la nota

ANDRÉS MOLINARI

Granada

Viernes, 26 de junio 2020, 00:57

Una ciudad tan infiel a su gloria como es Granada, a veces da la nota. Aunque tiene que ser un forastero, conquense por más señas, llamado Antonio Moral, el que afine intenciones, vocalice propuestas, ensaye posibilidades, corrija displicencias y acuerde sones clericales con laicos, para que esa nota suene grandiosa, solemne y emotiva como lo hizo el Requiem de Mozart anoche en las naves diseñadas por Diego de Siloe y cerradas por Alonso Cano.

Importa más la intención que el resultado pues las circunstancias obligan al crítico a callar desajustes o incorrecciones y subrayar ahíncos y corazones. Tras el termitero previo de rostros, en su mayoría, de un celeste fruncido, con el coro allá calentando voces, los músicos acicalándose en la girola, los políticos hacia las primeras filas, los cámaras aupados buscando presas, y las azafatas, junto a los voluntarios, exorcizando el caos, llegó, casi puntual, la música.

La obra, por conocida, es un tris para la comparación y un tas para conseguir algún golpe de originalidad. Ahí se vio la orquesta desperezarse de tantas semanas en dique seco, los timbales, tan importantes, buscando su acomodo, los clarinetes brillando por momentos, el chelo con su instante de gloria, la cuerda al encuentro de su empaste, y esa tuba magnífica y en pie, para el Tuba Mirum: momento que resucitó tantas esperanzas.

Luego el cansancio hizo de las suyas, la separación entre los atriles también distanció los tonos y todo pudo arreglarse gracias al empeño gesticular de un director todo manos, intensa mirada y discretos silencios bien ministrados.

El coro, de negro hasta en las mascarillas, trató de evitar este lastre tisular que fue sordina en muchos tramos. Lo logró en el furioso Dies Irae, morigeró sus gritos disidentes en el Rex y calculó bien su dilución sonora en tan gran espacio catedralicio, para que las fugas resultasen fogonazos bien arpegiados. Separados hacia el crucero, ellas y ellos eran conscientes de su grito blanco hacia Dios, que crepitó sobre los muros también muy blancos de la catedral y se ensortijó entre los ciclópeos pilares que sajan sus naves. Anoche salpicados de cabes. Desde los dorados órganos derramaron su voz los cuatro solistas. La soprano sorprendente por su belleza; el contralto llamativo por su timbre y bien conjuntado con su compañera; el tenor correctísimo en su dicción y rico en volúmenes, el tenor bajo traicionado por la gran reverberación de las naves, haciendo que sus incursiones más abajo de su tesitura resultasen casi inaudibles.

Con rasgos como éste, el Festival de Granada, que este año comienza mucho antes de empezar, se erige en termómetro de la vida, en vacuna contra el miedo atenazador, en mascarilla que tapa la boca de pesimistas y agoreros que profetizaban un año sin música.

Bajó de su pedestal alhambrino y se acercó al dolor que siente el mundo, que sentimos todos por ese intruso, con su curvatura de planeta y sus verrugas en obscena erección.

Tras conciertos como éste podemos parangonar a Pablo y preguntarle al indeseable: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿No sabías que Granada es la música? Y, pese a las circunstancias, tañe y canta por la vida.

Nada importan las tres personas por banco, ni tanto aire entre los atriles.

Habrá distancia social entre los vivos, pero también habrá cercanía moral para con ellos. Aquellos que anoche escucharon nuestro Requiem, desde ese lugar ignoto, nuestra siguiente morada; lugar de 'música callada, de soledad sonora', lugar cantado para el descanso eterno.

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