De tan radicales con nuestras ideas, de tan comprometidos, tan seguros, tan afianzados, tan correctos con el lenguaje, tan firmes y convencidos de lo que está bien y lo que está mal, nos estamos volviendo imbéciles. Y no por creer que Leticia Dolera acertó o erró. No. El problema es lo que hay en el fondo: la mala baba con la que nos embadurnamos la piel y la enfermiza falsa obligatoriedad de pertenecer a un bando. De convertirlo todo en un Madrid-Barça.

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Esta semana leímos la noticia de que Aina Clotet fue despedida de la serie que Leticia Dolera dirige para Movistar por estar embarazada. Ella, Leticia, es uno de los iconos más poderosos del feminismo en España. Y ella, la directora, entendió que una mujer embarazada no era lo que necesitaba para su serie. Clotet puso todas las herramientas que tenía a su disposición para que la mantuvieran en el rodaje. No lo consiguió. «Pensé que una serie feminista no me excluiría por estar embarazada», dijo.

¿Se equivocó Dolera? Pueden opinar como gusten. Pero, aquí viene lo importante, no están obligados a estar de acuerdo con ella. O en contra. No serán más feministas por eso. Ni menos. Y así con todo. Nos estamos volviendo imbéciles porque hemos perdido la facultad de discutir. Porque nos da miedo mostrar una opinión distinta a lo que se supone que somos. Y entonces, por ejemplo, si Dani Mateo se suena los mocos en la bandera y no nos hace gracia, no decimos nada vayamos a que piensen que somos unos fachas.

El problema de ir siempre a la contra es que, al final, te tocas la espalda

Nos estamos volviendo imbéciles porque lo que importa es llevar la contraria y demostrar la pertenencia a un bando. No es que las ideas estén bien o mal, es que las ponemos en la mesa -en las redes- como navajas afiladas. Generamos odio o amor en extremo. Y eso es lo que debería atizar en la almohada a los que se dedican a generar bandos y, un día, descubren que El Club de la Lucha se les ha ido de las manos. Porque el problema de ir siempre a la contra es que, al final, te tocas la espalda. Porque somos, todos, por definición, contradictorios. Humanos.

La ironía es que la serie de Dolera se llama 'Déjate llevar', que es, precisamente, el pecado: dejarnos llevar.

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