Pablo Chaves estuvo más cerca de la muerte que de la vida hace año y medio, cuando sufrió un ictus después de jugar un partido de fútbol con el Huétor Vega de Tercera RFEF. «Joder, ¿ya?», llegó a preguntarse mientras perdía la movilidad de toda ... la parte derecha de su cuerpo, la visión, el habla e incluso la memoria al sufrir una hemorragia en el cerebro por la rotura de una vena sin saber aún por qué, encontrándose perfectamente sano. Tenía 23 años por entonces y apenas ocho partidos le separaban de su incorporación a un club de Segunda RFEF, con un contrato ya acordado al que luego tuvo que renunciar. Ni los pronósticos más optimistas le aventuraban una remontada como la que ha obrado en tiempo récord, empujado por el nuevo sueño de convertirse en entrenador profesional tras frustrarse el de futbolista, en un camino que le llevaría a recuperarse junto a la mismísima María Pérez en el grupo de marcha de Jacinto Garzón durante los meses previos a sus medallas olímpicas.
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José Ignacio Cejudo
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«Una de las cosas de las que me di cuenta fue de que la muerte no da tanto miedo como pena te da perder la vida, que es muy distinto», expresa Pablo. Todo ocurrió el 12 de marzo de 2023, una fecha que ya jamás olvidará. Acababa de competir contra El Palo en el polideportivo Las Viñas cuando, tras ducharse, empezó a sentir que algo no iba bien. «Al subirme al coche noté que la parte derecha de mi cuerpo iba más lenta de lo normal», apunta. «No se me pasaba por la cabeza que fuera grave, porque había jugado una hora de partido y pensé que quizás sería un bajón de azúcar o que estaba acusando el esfuerzo, pero poco a poco me fue costando cada vez más mover el brazo derecho y el pie ya no me reaccionaba o tardaba mucho, teniendo que pisar el acelerador y el embrague con el izquierdo. Gracias a Dios que estaba cerca de la casa del amigo con el que había quedado, porque llevaba el coche ya muy revolucionado, chocándome con los bordillos; si llego a recorrer los 500 metros más que me separaban de mi casa, me habría matado», asegura.
Una vez en el centro de salud de La Zubia, tras avisar a sus padres al comprobar que ya no podía ni agarrar un vaso de agua, los médicos tuvieron clarísimo desde el principio que Pablo estaba sufriendo un ictus. «Empecé a morderme el labio al hablar como síntoma y me mandaron a Traumatología de cabeza. Ahí empezó la pesadilla», rememora. Permaneció ingresado durante un mes, con cinco de esos días en la UCI. «En las primeras 24 horas todavía podía mandar audios de WhatsApp a mis amigos contándoles lo que me estaba pasando, hasta que fui trabándome y lo dejé. Terminé con un respirador asistido cuando fui olvidándome de cómo respirar y tragar saliva hasta que me sedaron totalmente, con un tubo hasta la tráquea», detalla.
Pablo Chaves despertó tres días después, asustado al asimilar lo que le había ocurrido, pero no pudo iniciar su rehabilitación hasta el décimo al sufrir muchos ataques epilépticos sobre todo por las noches. «Me daban espasmos involuntarios en el brazo o en el pie del lado derecho y no podía dormir; hasta se me hacían charcos de sudor en el hueco de la garganta de lo mal que lo pasaba. Al no descansar, terminaba quedándome dormido cuando me ponía con el fisioterapeuta», ilustra. Aquellos esfuerzos que aún le resultaban imposibles hicieron que los médicos alertasen a su familia de las secuelas tan grandes que arrastraría del ictus.
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Sin embargo, y como si aún esperase un gol más en contra, Pablo Chaves se valió de aquellos augurios para iniciar su remontada. Se empeñó en reaprender a leer en voz alta y le pidió a uno de sus tíos un libro sobre Pep Guardiola. Y cuando más solo se quedó, sin rehabilitadores por sus vacaciones en Semana Santa, comenzó a mejorar. «Me levantaba y me sentaba, y hacía todo lo que estuviera en mi mano para reactivar las conexiones neuronales perdidas: por ejemplo, a uno de mis amigos le pedía un tipo de chicles en concreto porque el envoltorio me obligaba a utilizar las dos manos para abrirlo», celebra todavía. «Nadie en el hospital podía creer lo rápido que mejoraba, porque cada día hacía algo nuevo», asegura.
«Me dijeron muchas sandeces y me pusieron límites absurdos», denuncia Pablo. Cuando estaba a punto de recibir el alta preguntó por el deporte y le rogaron que se olvidara, pero lo primero que hizo el 13 de abril fue meterse en la piscina de su casa para ejercitarse. «Sabía que mi recuperación tenía que ir de la mano con mi pasión, y fui haciendo sentadillas y flexiones todas las mañanas aunque necesitara una barra o ponerme de rodillas hasta llorar incluso de la impotencia por no poder hacerlo. Siempre fui un animal competitivo, y entendí que, en esa ocasión, la mejor competencia era conmigo mismo. Sin expectativas, pero sin límites», cuenta.
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Pablo Chaves se propuso ver «una oportunidad» donde sus compañeros de equipo veían «una putada» al visitarle. A los cinco meses de rehabilitación, sin embargo, comenzó a verse estancado y pidió ayuda psicológica. «Trabajé cómo gestionar toda la ira acumulada que sentía por el hecho de que me hubiera ocurrido a mí o al ver a otros vivir sin disfrutar de lo que tenían como si tuvieran prometido jugar un partido más. Veía partidos y recordaba que yo jugaba mejor que quienes veía. Me ponía de mal humor y lo pagaba con mi círculo más cercano», admite. Fue cuando su madre, María de Nova, coincidió con María Pérez y la marchadora le recomendó al neurocirujano Antonio Huete para que, uniendo su apoyo al del fisioterapeuta Alejandro Reinoso, Chaves acabara derivado al grupo de entrenamiento de Jacinto Garzón.
«La secuela más grande que me quedó fue al andar, en la flexión dorsal del pie derecho para ser más exacto, y Jacinto me ayudó un montón», le agradece. «Antes arrastraba el pie o me tropezaba incluso, y ya apenas se me nota nada aunque siga trabajándolo. Recuperarme a un metro de María me motivaba y me daba mucha energía en los días malos», se congratula. Durante aquellos meses practicó también jiu-jitsu, animado por «practicar deportes absolutamente nuevos» como remedio contra su gran frustración: no jugar al fútbol. «El deporte que más amo es el único que no soy capaz de hacer a día de hoy», lamenta.
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Con todo, y más allá de su ambición por llegar lejos como entrenador mientras dirige al cadete autonómico del Arenas de Armilla, Pablo Chaves no pierde la esperanza de volver a jugar y participa en algunos ejercicios con el juvenil de División de Honor del Churriana. «Me da un montón de vida. Si yo pudiera jugar un partido, hasta olería el banquillo», reconoce.
Un año y medio después de que le cambiara la vida, este granadino sigue sin dejar que nadie le diga que jamás podrá volver a hacer nada que se proponga; como el triatlón que ya prepara. «Decidí que no iba a dejar que ninguna circunstancia, ni un ictus, definiera mi vida», recalca. «Sin expectativas pero sin límites», concluye.
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