Juan Luis Hernánez entrega un galardón a Alfonso Sánchez Bernard, subdirector del CAR de Sierra Nevada, en una edición de la Gala de los Deportes de Invierno. CETURSA
Obituario
A mi amigo Juan Luis Hernández
Despedida ·
Nunca te afectó la enfermedad de la importancia pese a todo lo que hiciste por la estación, y por eso me da pena que personas como tú desaparezcan así, de repente
José Peinado Muñoz
SIERRA NEVADA
Viernes, 8 de abril 2022, 14:18
Cuando me jubilé y decidí venirme a vivir a Sierra Nevada, con la advertencia de que venía a morirme aquí, todos me tacharon de loco sorprendido. Solo el boticario, al que paseaba recién nacido en un trineo tirado por su padre bajo una intensa nevada navideña de las de entonces, me dijo: «Pero, ¿a dónde vais a ir vosotros si sois de aquí?».
El martes me encontré con Manolo, el hermano de Juan Luis, donde ahora solemos encontrarnos los que somos de aquí: en la farmacia. Y le dije: «Manolo, aguanta, que detrás de ti vamos los demás...». No podía imaginar que, en la luminosa y espléndida mañana del 7 de abril de 2022, era su hermano el que no iba a aguantar....y realmente lo siento.
Y me remonto a los años 70, cuando Juan Luis era el secretario de la única escuela de esquí que había en Sierra Nevada, bajo la dirección de Ángel Sanz (q.e.p.d.) -otro que era de aquí (alguna vez escribiré de los que son de aquí viniendo de otros sitios)-. Juan Luis era 'el carpetas', como solíamos decir a los que desempeñan cargos administrativos, sin tener en cuenta que para eso hay que tener la cabeza bien amueblada, sentido de la disciplina y visión del negocio, como luego demostró, pero entonces no lo sabíamos.
Fui con Luis Sánchez a Motril a legalizar un coche que se había traído de sus tiempos de estancia en Estados Unidos (otro de aquí cuya historia merece contarse), y a la vuelta nos enteramos de que hubo una rebelión de los jóvenes turcos (como la de Atatürk en Turquií) que destronaron, en las primera elecciones democráticas que hubo en la Escuela Española de Esquí de Sierra Nevada, al faraón Ángel Sanz, ocupando su cargo 'el capetas'.
Luego yo cambié las cumbres penibéticas por la mar océana, pero seguí frecuentando la sierra y cuando mis dos hijos menores quisieron aprender a esquiar, se los encomendé a Juan Luis. Bueno, no a Juan Luis, sino a su mujer Elena (otra de aquí que no nació aquí).
Mi hijo mayor quiso hacerse profesor de esquí y me pidió que hablara con Juan Luis para que lo metiera en la Oficial. Yo lo llamé y le dije que lo examinara y que lo suspendiera, porque yo no le veía mucho futuro a esa profesión. Efectuadas las pruebas, me llamó y me dijo: «Lo siento, no puedo prescindir de él. Habla un perfecto inglés (de sus tiempos en Estados Unidos) y esquía mejor que yo...». Y fue el que le dio el primer sueldo a mi hijo mayor.
El edificio Solysierra y el Europa están colindantes y siempre nos encontrábamos en las escaleras. Dicen los cardiólogos que subir sesenta escalones en sesenta segundos es garantía de salud del músculo cardiaco. Eras de nuestro equipo de la recoñeta, y casi siempre ganábamos... En fin, hemos vivido tantas y tantas experiencias juntos que ahora me va a resultar extraño no cruzarme contigo en las escaleras; no en la farmacia, como me pasa con tu hermano.
Hay gente que enferma de importancia (en acertada frase de Valdano), pero tú (a cambio de otros que no voy a señalar) fuiste y has sido un hombre importante para el desarrollo de esta estación de esquí y, necrológicas aparte, nunca te afectó esa enfermedad.
Por eso, mi buen amigo Juan Luis, me da pena que personas como tú desaparezcan así, de repente...
Y para Elena, un abrazo muy fuerte. Ya sabe que puede contar con los de aquí...
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