El callejón del Duende de Dílar ha sido siempre objeto de debate, gracias a las múltiples leyendas que circulan en torno a este personaje. En la mayoría de ellas se habla de que este travieso ser cambia los objetos de sitio y provoca que los vecinos enloquezcan. El alcalde, José Ramón Jiménez, cuenta su propia versión. «En la que a mí me contaban no daba miedo, me decían que cuando pasara por esa calle siempre llevase un puñado de rosetas, que el duende me pediría», explica.
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En otra leyenda se asegura que el duende causa una ilusión óptica y los objetos parecen moverse al pasar por el callejón, así que algunos, siendo niños, corrían al cruzar por allí. Otra de las historias explica que cuando los vecinos del pueblo se ponían a comer del fogón y no lo invitaban a comer, este solía enfadarse. Y otra, más extensa y curiosa, fue recogida por IDEAL hace doce años, cuando se inauguró una casa rural -que ya está cerrada- en el propio callejón. Josefa Bayo, vecina del pueblo, la relató así:
Cuenta la leyenda que una familia de molineros que habitaban en uno de los molinos del río Dílar sufrían desde hacía tiempo retrasos en la entrega del material. No era por ser malos trabajadores, sino porque las herramientas nunca estaban donde debían de estar, lo que hacía que se perdiera mucho tiempo buscándolas.
El molinero no sabía por qué las cosas cambiaban de lugar y, desesperado, habló con Isabel, su señora, preocupado por si su memoria estaba empezando a fallar. La mujer, muy nerviosa, le confesó al marido que a ella también le desaparecían cosas y cambiaban de sitio. O la memoria les fallaba a los dos, o tenía que haber otra explicación.
Un día, en el mercado, cuando Isabel estaba haciendo la compra, una de sus amigas le dijo al verla: «Qué mala cara tienes, parece que nos has dormido en días». Isabel le contó la historia y le confesó que temía que la gente del pueblo les tomara por locos.
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-Mujer, lo que me cuentas es un poco raro, pero si hay alguien que te puede ayudar es la curandera Antonia, que vive cerca de la Ermita de la Virgen de las Nieves. Ella sabe de esas cosa raras.
Las dos mujeres se dirigieron a casa de Antonia y le expusieron el problema. La respuesta no se hizo esperar:
-Isabel, el problema que tienes viene dado por la atracción que posee el agua para todo lo misterioso y mágico. Al estar el molino junto al río Dílar, no es de extrañar que se haya colado algún duende dentro de tu casa y él sea el responsable de todo el lío que os trae de cabeza. Te advierto que los duendes del agua son muy juguetones y bromistas. La única solución que yo veo a vuestro problema es que cambiéis de casa y dejéis la del molino cerrada con el duende dentro.
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La conversación de Isabel con su marido fue corta, ya que el molinero no creía en la magia, pero la mujer no se dio por vencida. Esa misma noche, antes de acostase, vertió un poco de harina por el suelo de la cocina, dejando un manto blanco. A la mañana siguiente, sus sospechas se confirmaron. Pequeñas pisadas recorrían el cuarto de izquierda a derecha y todo estaba desordenado. La molinera despertó a su marido y le enseñó la cocina, explicándole lo que había comprobado. El molinero, impresionado, empezó a preparar la mudanza a la casa de su padre en Dílar.
Mientras Isabel colocaba las piezas en la nueva cocina, dijo en voz alta que se le había olvidado el barreño de cerámica para fregar los platos. «No te preocupes, ese te lo he traído yo», le contestó alguien con voz extraña. Al girarse para ver quien era, Isabel gritó desesperadamente al contemplar a un hombrecito verde, con orejas de punta y risa picarona. Al parecer, este personaje había decidido también trasladarse a la nueva casa. Desde entonces, se le llama el callejón del Duende.
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