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Jesús Ruiz, con 28 años, fue de los primeros jóvenes que se integraron en la plataforma en busca de un trabajo que, en teoría, le ofrecía cierta flexibilidad. Acabó su contrato en una cadena de hamburguesas y siguió el consejo de un amigo que estaba informado de la llegada de Glovo a Granada. En la primera sesión informativa, cuenta a IDEAL, se lo pintaron todo «muy bonito». La realidad de la empresa para la que ha trabajado durante un año y dos meses, relata, fue bien distinta.
Los 'glovers' utilizan sus propios medios de transporte, sean bicicletas, motos o coches. En teoría, a las bicis se les encargan los trayectos más cortos, pero ha llegado a ver a compañeros completar un viaje desde el Zaidín hasta un centro comercial de Pulianas, media hora pedaleando de punta a punta de la ciudad. Él utilizó su moto, hasta el punto de verse en la necesidad de comprar una nueva que sigue pagando.
Una aplicación interna conecta a la empresa con los trabajadores. Cuando surge un pedido, el sistema triangula la zona en la que están los repartidores, de tal forma que asigna la tarea, en teoría, al que tiene que recorrer menos kilómetros. «Había una base mínima de 2,55 euros y en base a eso se sumaba el resto del pago» en función de la distancia recorrida y el tiempo de espera en el establecimiento, explica Jesús.
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Zumos exprimidos de Mercadona, tangas, preservativos, bolsas de un euro de chucherías... Él ha llegado a buscar dos cigarros sueltos de una marca concreta por toda la ciudad. «Hasta nevando hemos trabajado», recuerda. Al principio –siempre según su relato– los repartidores no podían negarse a un encargo. Luego, la aplicación de móvil empezó a ofrecer esta opción. Pero como penalización, los 'riders' que la utilizaban «cinco o seis veces» empezaban a perder puntos en una clasificación que establecía la prioridad para 'reservar' horas de trabajo.
«El mes en el que más gané, ingresé 1.800 euros», explica Jesús. Lo hizo trabajando «prácticamente 14 horas al día», salvo un parón de 30 o 45 minutos para comer y un descanso «en lunes, martes o miércoles». A esta cuantía había que restar el IRPF, la cuota de tarifa plana como autónomo, el gasto en gasolina, el mantenimiento de la moto... También tuvo que abonar 60 euros de fianza por el material que aportaba la empresa:una mochila, un portamóviles y un cargador.
Tras la denuncia del sindicato –siempre de acuerdo con su relato– los ingresos pasaron a 150 euros durante sus últimas quincenas de trabajo, en las que estuvo localizado en la zona de trabajo pero sin tramitar encargos. «Tenía que estar pidiendo dinero a mis padres, hasta 400 euros».
Ya en otra empresa, se siente «relajado y satisfecho» por el informe que reconoce la «injusticia» con los trabajadores. «Más que por el dinero y la devolución de los pagos me siento contento por saber que mis compañeros y yo teníamos razón contra esta forma de esclavizar a la gente en el siglo XXI».
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