El inesperado cumpleaños de Súper Tere
Historias desde el balcón ·
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Al terminar los aplausos de las 19.58, apareció un paquete envuelto que colgaba de una cuerda de los pisos de arribaTere se levantó con 75 años y las puertas cerradas. Aquella mañana de aislamiento ninguno de sus cinco hijos ni de sus seis nietos pudo ir a darle un beso, como es habitual, así que pasó el día sola. Quitó el polvo de los muebles, fregó el suelo y cocinó un platico de comida, como cuando lo hacía en el bar de la familia, el Bar León, uno de los templos clásicos de Granada. Luego se sentó en el sillón a estudiar qué era eso de la videollamada y, poco a poco y con buena letra, Tere consiguió conectar con toda su familia al mismo tiempo: «¡Felicidades!», le gritaron desde sus respectivos cuadraditos pixelados. A ella le encantó escucharles, fue mucho más de lo que cabría esperar de un cumpleaños confinada por el coronavirus. A las 19.58 horas abrió el balcón y salió a aplaudir con el resto de la calle. Entonces, un paquete colgando de una cuerda se posó sobre sus ojos.
Luis Lara (Granada, 1987), el vecino del tercero, recibió una solicitud de amistad en Facebook hace poco más de quince días. Era Tere, la hija de Tere, Súper Tere, la del primero. «Me buscó para tener un contacto conmigo, por el aislamiento, porque sabía que su madre y yo nos llevamos bien desde el principio». Efectivamente, desde que Luis, jefe de comunicación de la Escuela de Diseño ESADA, se compró el piso allí, ambos han tenido una relación especial. La noche anterior, Tere hija avisó a Luis de que mañana era el cumpleaños de Tere abuela. «Decidimos que no le diríamos nada hasta después de los aplausos, para darle una sorpresa. Claro que, la sorpresa, también nos la llevamos nosotros».
El paquete caía sobre las manos de Tere, asomada al balcón, mientras un atronador 'cumpleaños feliz' se contagiaba por el resto de fachadas del edificio. «¡Te deseamos, Súper Tere, cumpleaños feliz!», cantó a coro la calle Cuesta del Perro Baja, junto al Cuarto Real de Santo Domingo. Luis, desde el tercero, dejó caer un ramillete de globos de colores que provocaron una nueva ovación que se alargó durante varios minutos. Tere lloraba, feliz, sorprendida, con un regalo preciosamente envuelto y un sobre en el que se leía «¡Felicidades!».
Ángeles Cabrerizo (Granada, 1985), la del segundo, habló con Luis y rebuscó en casa un bonito regalo para Tere. «Le envolví lo que pude encontrar –ríe–, le puse una carta y até el regalo con una cuerda verde». Pese a que hay seis pisos en el edificio, sólo están habitados los de la izquierda que son, además, los que tienen balcón a la calle. «Se alegró muchísimo. Estuvo llorando un ratazo, emocionadísima».
«Me hinché de llorar. Lo de los vecinos, no me lo esperaba. ¡Me felicitaban desde la placeta!». Tere León vive sola, desde que perdió a su marido y después a su madre, pero nunca se ha sentido sola. Tiene a su familia, claro, pero cuando no están, sus vecinos la cuidan como si fuera su propia abuela. «No tengo queja. Si van a comprar algo, vienen y se ofrecen. Siempre están preguntándome cómo estoy. Me bajan la basura. Me traen cosas, son cariñosos y extraordinarios conmigo. Y ahora más».
«No nos cuesta nada», dice Luis. Y añade: «Además, Tere se hace de querer. No hay más que ver la reacción de la calle, cuando vieron que era su cumpleaños. Nadie lo sabía y parecía que estaba toda la calle compinchada. Fue precioso». Ángeles, fisioterapeuta con la clínica únicamente abierta para urgencias, confiesa que está desesperada de estar en casa. «Le he dicho al del súper que me deje trabajar gratis», bromea. Ella pintó la pancarta que decora la fachada del edificio, en la que se lee, en ocho idiomas, la misma frase: «Todo va a salir bien».
Todo lo que hizo Tere, al volver al sillón de su casa, fue desenvolver el regalo con el mismo mimo y cuidado con el que se había preparado. En el sobre había una nota: «¡Feliz cumpleaños Súper Tere! Cuando esto acabe, nos reunimos para café». El regalo era una caja de pastas. Y no hacía falta más:«No están las cosas para ir a comprar nada –termina Tere–. Además, esto es muy bonito, muy bonito, muy bonito. La caja no la abro hasta que podamos tomar ese café todos juntos».
Y con ese deseo sin velas, a esperar que se cumpla.
Historias desde el balcón
José E. Cabrero
José E. Cabrero
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