![Miriam Cristina y Ana María, solicitantes de asilo tras llegar desde Colombia, enseñan su casa.](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2024/05/23/1481541564--758x531.jpg)
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La inocencia es falta de dolor, de realidad. Justo encima del túnel de Taramay hay una brecha entre dos calles donde se rompe un poco ... la ilusión. En medio de urbanizaciones con casas adosadas de aspecto impecable, 27 familias en riesgo de exclusión social okupan las viviendas de Almuñécar Hills, una promoción que no sobrevivió al estallido de la burbuja inmobiliaria.
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Pilar García-Trevijano
Aquí la esperanza no va por barrios, va por urbanizaciones. Los okupas son un fallo en la matrix para los vecinos que viven unos pocos metros más arriba de Citalsol, en Fuentes de Almuñécar. A finales de los 90, estas promociones fueron para muchas familias de clase media la recompensa a su trabajo. En este ascensor social en forma de ladrillo, comulgan herederos, los que se han construido su propia fortuna, granadinos de a pie, aquellos que simplemente tienen su segunda vivienda en el municipio sexitano –el mayor destino vacacional de Granada– y los 27 de Citalsol, que «sobreviven» en los márgenes de la sociedad.
En las distintas fases de esta promoción okupa de Almuñécar Hills conviven desempleados, víctimas de violencia de género, madres solteras con sus hijos, solicitantes de asilo político, migrantes marroquíes, personas delicadas de salud y almuñéqueros que han tenido, en definitiva, mala suerte y peores cartas que otros en esto que llaman vida. Habrá quien también le eche cara y cuento, pero son los que menos.
Miriam Cristina, Ana María, María Dolores, Habib, Encarnación... son algunos de los inquilinos ilegales que conforman una pequeña comunidad de vecinos donde no falta la ayuda. Todos tienen la misma petición: oportunidades laborales y un techo para dormir.
Miriam Cristina, de origen colombiano, reside desde hace muchos años en Almuñécar. Es limpiadora sin regularizar en multitud de viviendas de la localidad sexitana. Hace año y medio se quedó sin piso y escuchó hablar de Almuñécar Hills. Antes de verse con sus tres hijos y cinco nietos debajo de un puente, decidió mudarse a esta urbanización encima del puente de Taramay. No le alquilaban ningún inmueble o no se podía permitir los precios.
«Somos una familia muy numerosa. No estamos aquí porque queramos, estamos por necesidad. Queremos ganarnos la vida pero necesitamos una ayuda, aceptaremos lo que sea. Mi nieto tiene cinco meses», explica la mujer.
La familia abre las puertas de su casa a este periódico. Un lugar acogedor, pero no espacioso y exentos de cualquier tipo lujo. La casa donde ellos residen, por mucho que la urbanización fuera entonces de lujo, es una vivienda normal. Sin piscina y solo dos habitaciones para los 10. Ana María, de 32 años, hija de Miriam Cristina, duerme en el salón con los pequeños. Es solicitante de asilo político, tuvo que huir de Colombia después de que asesinaran a su pareja.
Encarnación, vecina de Almuñécar, tampoco tiene donde ir y pide un alquiler social. «No tengo sueldo y estoy parada. Si me echan de aquí vivo en la calle. Mi hija y sus tres hijos también vive aquí y se han quedado sin la casa», manifiesta.
María Dolores, madre de tres hijos, cuenta que su vivienda la convirtieron en un piso vacacional y no pudo acceder a otra. «Mi piso se ha convertido en un piso turístico. Tengo tres hijos y estoy separada, la única opción que he tenido ha sido pagar para que me abrieran aquí una casa», cuenta. «El cambio ha afectado psicológicamente a uno de mis hijos, pero los alquileres son insostenibles en Almuñécar. Trabajo eventualmente como empleada de los planes de fomento de empleo. Soy deudora de buena fe, lo que quieran y yo pueda, lo pago», sentencia la residente ilegal, que demanda alquileres sociales para ella y sus vecinos.
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