Fue una noche en vísperas de la pandemia: «Me debes una entrevista». «No te digo que no te la vaya a dar», respondió. Y ahí quedó la cosa.
El periodista es de las pocas personas capaz de beber sin olvidar y, tres meses después, Jerónimo ... Páez se sienta el jueves de Corpus en Las Titas con un café y una grabadora por delante. «Del Rey no hablo. Por principios», advierte antes de empezar. A los 53 minutos –y sin haber probado el café–, interrumpe la conversación:«No hagas más preguntas. ¿Ok?He dicho bastantes cosas».
Al día siguiente llama por teléfono. Y al otro. También después del otro. «He pensado que ya no voy a volver a hablar sobre Granada. Este será mi testamento». Empieza la segunda parte de la entrevista,una semana después, en el Oleum a puerta cerrada. Esta vez sin grabadora, con intercambio de borradores y negociando cada palabra ante testigos.
«¿Cómo te presento?». «Eso sabes hacerlo tú mejor que yo». Allá vamos. Fue el hombre que concibió y levantó Sierra Nevada tal y como hoy se conoce; artífice del Campeonato del Mundo y del paso del Dakar por Granada. Capaz de transitar de la sonrisa oportunista al enojo si algo no le encaja. Inicialmente, pocos dirían que entre sus puntos fuertes está la capacidad para generar contactos. Abogado, asesor y consejero de grandes empresas, conseguidor de libros, fundador del Club Larra –un foro de debate en la Transición– y amigo del rey emérito. «¿Puedo ponerlo?». «Sí. Es alguien a quien respeto, pero de él no hablo». Conoció a Alfonso de Borbón a principios de los sesenta, cuando Jerónimo fue campeón de esquí universitario. Con don Juan Carlos mantiene una estrecha relación, aunque, de entrada, no se le supondría monárquico. De su madre, de León, dice que heredó la «fuerza del Bierzo». Ella le incitó a seguir hasta que triunfara:«Todo lo que subía esquiando lo bajaba andando».
Mide cada frase y, ocasionalmente, hace alguna concesión al periodista. «El titular de los alcaldes me lo has quitado». «Ponlo». Unas veces habla tan bajito que se impone el ruido de los cubiertos. De pronto, parece enervado.Es muy granaíno.
Tras varias horas de negociación, acepta hasta mencionar en una ocasión al rey emérito.
–¿Cómo ha vivido la pandemia?
–Vienen años duros para Granada, que desde hace tiempo no tiene una próspera situación económica. No estábamos preparados para afrontar lo que ha sucedido y difícilmente lo estaremos en el futuro. El coronavirus ha provocado mucho dolor, traumas y muertes debido a su peligrosidad y a la rapidez con la que se propagaba. Por ello, y porque puede que no vieran otra posibilidad, quienes nos gobiernan decidieron cerrar el mundo, lo que ha generado una grave crisis económica. La pandemia económica va camino de ser más grave que la sanitaria. Quizás la decisión de cerrar la economía mundial fue muy radical. El coronavirus ha mostrado todas las miserias de este globalizado mundo. Nos habían dicho que la ciencia y la tecnología resolverían todos nuestros problemas. Hoy sabemos que no.
–¿Qué sensación le deja las decisiones que se han tomado? Porque gran parte de la responsabilidad de lo que se ha hecho y de lo que se haga para combatir esta crisis depende y dependerá de los gobiernos...
–Es evidente que nuestro Gobierno no actuó ni a tiempo ni con el rigor debido. Posteriormente reaccionó con mayor eficacia, aunque con la prepotencia a la que nos tiene acostumbrados. Tampoco puede decirse que tenga muy claro la desescalada. Cometió el error al principio de no contar con los empresarios e integrarlos para que aportaran su experiencia en las medidas que se iban a adoptar y en las compras de material sanitario, ya que el Ministerio de Sanidad tiene pocas competencias, está demasiado burocratizado y carece de experiencia a nivel internacional. Ha tomado sin embargo medidas positivas, entre ellas el ingreso mínimo vital, aunque debía haber concretado si va a pedir alguna contraprestación a quienes lo reciban, y no sabemos si ha tenido en cuenta los posibles efectos llamada. Importantes son también los ERTE y, sobre todo, la respuesta solidaria de la Unión Europea. Pero no se puede ser muy optimista con la 'nueva normalidad'. La digitalización, el teletrabajo y la robotización van a tener un impacto negativo en la creación de empleo. Y todavía más las compras por Internet. Se deteriorarán las relaciones humanas, ya que se irán sustituyendo por el 'cariño y afecto de las máquinas'.
–El coste de la pandemia aún se desconoce...
–Será muy difícil pagar la deuda y mantener el Estado de Bienestar, que se convertirá en un Estado protector y providencial. No sabemos cómo se podrá financiar y hasta la fecha desconocemos si alguien lo sabe. Y tampoco hasta qué punto se elevará la presión fiscal. Es de temer que el Estado cada vez adquiera más poder a costa de reducir las libertades y los derechos individuales. Con la excusa de 'protegernos' puede que nos encontremos en el futuro viviendo como presos virtuales con el móvil como carcelero.
–Y, ¿Granada, qué? ¿Cómo sale de esta crisis?
–Granada, desde hace muchos años, está más acostumbrada a luchar duramente que a gozar de los placeres de la vida. Saldrá adelante, sin duda, pero no va a ser un camino de rosas. Debe centrarse en dinamizar las actividades que generen riqueza y empleo y necesiten apoyo, como todas las relativas al turismo. Abrir con las mínimas limitaciones posibles la Alhambra y los grandes monumentos, promocionar el Palacio de Congresos, Parque de las Ciencias, la estación de esquí, los bares, restaurantes, hoteles y comercios de todo tipo. Pero hay que tener en cuenta que no mejorará realmente la situación hasta que vuelva un considerable número de turistas. Mientras esto no suceda, la oferta está sobredimensionada. Tiene que haber una simbiosis entre las instituciones municipales, provinciales y regionales con los ciudadanos, empresas y fuerzas sociales. En definitiva, facilitar la vida económica, desburocratizar y agilizar la Administración.
«No tenemos hoteles con piscinas que ayuden a que los turistas permanezcan más días en la ciudad. Hay varios, pero con alberca»
–¿Cuál es el modelo de ciudad necesario para el futuro?
–Hay dos opciones. La primera ser una ciudad cómoda, placentera y agradable para vivir, jubilarse y morir. Es una opción nada desdeñable en estos tiempos y no presenta dificultad, incluso, para mejorarla. Otra segunda opción, mucho más difícil de realizar, pero necesaria si se quiere que nuestros hijos puedan vivir aquí, es diseñar y construir una nueva 'ciudad tecnológica' o como se la quiera llamar, con todos los servicios necesarios e incluso lugares de esparcimiento y recreo. Lo que se puede hacer ahora es diseñarla, además de intentar atraer las fuerzas que la puedan materializar. En definitiva, hablamos de lo que debería ser la Granada del siglo XXI. Pero una ciudad no se convierte de la noche a la mañana en una urbe moderna, eficaz, donde la gente se instale y desee vivir.
–Entonces, ¿cómo se consigue?
–Habría que definir, además, cuáles son los motores de este crecimiento, que pienso debe basarse sobre todo en el PTS, que debería ampliarse, y también en el área de salud, hospitales, industria farmacéutica, acelerador de partículas, innovación e investigación y Universidad. Cuestión aparte es saber cuáles son las instituciones que tienen que apoyar este proyecto. Y, sin duda, cómo se va a financiar y donde se ubicaría. Creo que debe estar cerca de la capital y conectada con la misma.
–Lo que sucede es que, por ejemplo, llevamos más de una década hablando de la ampliación del PTS y sin resolverla...
–Pudiera ser que esta 'nueva ciudad' sea muy difícil de realizar en estos tiempos. En ese caso, habría que pensar en construirla a retazos, que me parece que es el modelo que estamos siguiendo, aunque no es el ideal. Según consigamos atraer empresas, como sucederá si nos conceden el acelerador de partículas, se irán ubicando. Sería bueno definir ya una gran zona de expansión y dotarla de los servicios pertinentes, preparándola para instalar allí la segunda fase del PTS. El actual ha sido un paso adelante, está bien gestionado, pero no parece que tenga espacio para seguir creciendo.
–¿Se puede seguir viviendo del turismo?
–También debería prepararse otra zona suficientemente amplia para construir grandes hoteles, que tengan todo tipo de atractivos, como pueden ser piscinas, campos de golf, zonas deportivas y jardines. Me refiero a grandes hoteles, donde una familia pueda quedarse varios días, visitar los monumentos de la ciudad y permanecer y disfrutar el resto del tiempo en el recinto hotelero. Aunque a alguien le extrañe, no tenemos hoteles con piscinas que ayuden a que los turistas permanezcan más días en la ciudad. Hay varios, pero con alberca. También deberían crearse zonas donde se pudieran instalar colegios mayores, residencias e instalaciones universitarias, así como una gran biblioteca. También poner en valor los parques empresariales existentes, como el de Escúzar, y promocionarlos.
–¿Qué ha fallado al pensar en Granada?
–Granada casi nunca se ha amado demasiado a sí misma, tampoco su patrimonio ni a sus gentes. A veces ni siquiera se siente orgullosa de su historia y eso se ha tenido efectos negativos en el papel que ha jugado en Andalucía y en España. Hasta mediados del siglo XX conservó parte de su belleza, aunque había destruido numerosos monumentos y notables edificios, posiblemente más que ninguna otra ciudad europea. Ejemplo de algunas de esas absurdas y no lejanas destrucciones fue la construcción del embovedado que cubrió una parte de la Carrera del Darro, terminado en 1884. La ciudad sufrió una terrible epidemia de cólera que mató a unos cinco mil granadinos, puede que como castigo divino por tanto abandono. Qué decir del derribo de La Manigua y el Teatro Cervantes en el siglo XX. Gran parte de las destrucciones que se produjeron y que iban acabando con el atractivo de la ciudad histórica se debieron a que nadie se atrevió a planificar la expansión hacia el sur e integrar urbanísticamente la Vega.
–Entonces, ¿Granada se destruyó a sí misma?
–En Granada desde los siglos XV al XIX se habían ido superponiendo todo tipo de estilos arquitectónicos, ya fueran musulmanes, góticos, barrocos o conventual. Pero se fueron abandonando y desapareciendo sin que, al parecer, le preocupara gran cosa a la sociedad. También había decaído la economía y perdido protagonismo político. Poco era el dinero con el que contaban las instituciones granadinas y, sobre todo, el Ayuntamiento. A pesar de ello, seguía siendo una de las ciudades más encantadoras de Europa. Era visitada por numerosos viajeros románticos, que fueron los que pusieron en valor e impulsaron la recuperación de ese monumento único y mítico que es la Alhambra. Pero a partir de 1950 la ciudad se encontró por primera vez ante el reto de cómo afrontar un gran crecimiento urbanístico. Se planteó con fuerza el dilema de conjugar la Granada histórica y artística, la que Ángel Ganivet llamaba 'Granada la bella', con una ciudad moderna que tendía a crecer sin orden ni concierto y que necesitaba construir todo tipo de viviendas, zonas industriales y de almacenamiento, equipamientos y servicios. Este dilema ha planeado sobre la ciudad desde entonces.
«La ciudad trató de proteger la Vega y trazó dos barreras, el Camino de Ronda y la Circunvalación, que tuvieron el efecto contrario al que se quería»
–Sin resolverse...
–Desafortunadamente, no supimos resolverlo. Y no supimos hacerlo porque no era nada fácil. Nadie se atrevió a tomar las decisiones que podían haber salvado la ciudad y su entorno, dado que eran conflictivas, había que poner coto a las ambiciones políticas locales y susceptibles de todo tipo de críticas, que los políticos suelen temer como a una vara verde. La atractiva y complicada orografía que había servido para defendernos del avance cristiano y permitido que el reino nazarí permaneciera durante algunos siglos, no facilitaba un desarrollo armónico con la modernidad. El núcleo histórico más impresionante se encontraba en dos colinas y el resto de la ciudad antigua al pie de las mismas. Ninguna otra ciudad andaluza tenía este problema. En Sevilla y Córdoba el casco histórico y sus monumentos están en el centro urbano. Si se quería salvarla era necesario plantearse la incorporación de la Vega dentro de la expansión urbana, de forma que la parte nueva no estuviera reñida con la vieja y los nuevos edificios se fundieran con la naturaleza y las piedras con los jardines.
–¿Qué se hizo mal?
–Había que integrar los tres elementos dominantes: el casco histórico, la Vega y los pueblos que la rodeaban. Pero la capital optó por no crecer demasiado hacia el sur, tratando de proteger la mayor parte de la Vega que se encontraba en su término municipal. Para ello se trazaron dos barreras, el Camino de Ronda primero y más tarde la Circunvalación, que tuvieron el efecto contrario al que se quería. La Vega se salvó en parte, aunque hoy está muy abandonada y desconectada, mientras que los pueblos del entorno crecieron sobre ella y se convirtieron en ciudades satélite. Debía haberse ordenado todo este conjunto bajo una sola autoridad urbanística. Desafortunadamente, quienes tenían que haber tomado las decisiones políticas y especificado las directrices no lo hicieron.
–¿No hubo voluntad política?¿Fue una cuestión de arrojo?
–Los alcaldes, en su mayoría, dejaron el planteamiento en manos de sus técnicos urbanísticos, que se preocupaban exclusivamente de planificar el territorio de su municipio. El resultado ha sido una bella capital en su parte histórica, una Vega o lo que queda de ella muy deteriorada y unos pueblos que son ciudades dormitorio. Faltó una visión que fundiera armónicamente Granada y su zona de expansión. Triunfó el tribalismo local que todavía continúa. Despropósitos como la masiva edificación que el Ayuntamiento de Monachil permitió en Sierra Nevada, así como el deterioro de su urbanización debido a que no presta correctamente los servicios de mantenimiento. Otros como el hecho de que el Ayuntamiento de Armilla diera licencia, que no procedía, al mamotreto del Centro Comercial Nevada, que está destruyendo la vida comercial de la capital. Estas disfuncionalidades se habrían evitado si hubiera existido un solo órgano urbanístico que controlara el Área Metropolitana. En el fondo, no creo que ningún alcalde ni tampoco ningún arquitecto municipal que haya intervenido en el diseño y planificación urbanística de la ciudad y su entorno desde 1950, puedan estar orgulloso del trabajo que realizaron y de su resultado. No es fácil recomponer este complicado mosaico. De ahí la necesidad de preparar zonas nuevas de expansión si la ciudad quiere desarrollarse y tener un crecimiento sostenible.
«El Rey apostó por Sierra Nevada y desplegó sus influencias para conseguir el campeonato del mundo de esquí»
–¿Qué papel puede jugar el Ayuntamiento y los políticos locales? ¿Falta proyecto o liderazgo?
–La política hoy día se ha degradado enormemente. Recordando tiempos antiguos pienso que actualmente hay que tener madera de mártir para involucrarse en la gestión pública o en la política. Me da la impresión de que difícilmente se puede liderar algún proyecto o institución cuando no se tiene ni poder para decidir ni dinero para ejecutar. Los políticos locales cada vez andan más escasos de las dos cosas. Cuestión distinta es si hoy día tienen el nivel suficiente. En algunos casos lo tienen y, en otros muchos, no. Lo peor es que, con frecuencia, gobiernan preocupados sobre todo por permanecer en el cargo a toda costa y con una visión a corto plazo. De todas formas, conviene no olvidar que la gran mayoría de los problemas que tenemos se iniciaron en la época en que creíamos tener grandes líderes. Cuando vemos los resultados, hay que pensar que no lo eran tanto.
–¿Por qué cree que tienen tan poca influencia los políticos?
–Se debe a que, en una Administración como la nuestra, quienes realmente deciden o controlan las decisiones son los altos funcionarios, los técnicos municipales que llevan años y son intocables, y los que están encargados de controlar las cuentas y autorizar los gastos. Si los funcionarios discrepan de las decisiones que quieran tomar el gestor o el político, estos deben andarse con mucho cuidado. Cualquier político que se precie tiene que andar muy preocupado de cómo conjugar eficacia y formalismo, porque suelen estar reñidos. Cuanto más eficaz eres menos formal puedes ser y al revés, por lo que hoy día en la gestión pública se suele andar casi siempre en la cuerda floja. Por si faltaba poco se han ido potenciando cada día más las cámaras de cuentas, no tanto para que controlen si se hace una eficaz gestión, si no para ver si se cumple cualquier formalismo administrativo.
–No se le ve muy entusiasmado con la burocracia...
–Puede suceder que estés haciendo un buen trabajo político y que aparezcan una serie de señores, y señoras, que no sabes de dónde salen ni qué saben para inspeccionarte. Y que cuando acaben su trabajo emitan un informe público diciendo simplemente que hay 'irregularidades', aunque sean puramente formales. Una vez que este informe se difunde en los medios de comunicación, la gente puede llegar a poner en duda la honestidad y moralidad del gestor o del político de turno. Recuerdo haber avisado a la Junta de Andalucía, cuando vi cómo crecían todo este tipo de controles, sobre la conveniencia de hacer auditorías que juzgaran si la gestión era eficaz y honesta, pero que había que evitar las puramente formales. Al final, como suele suceder últimamente, se impuso la burocracia y el formalismo.
–¿Habla por su propia experiencia? ¿Qué le pasó?
–Personalmente, sufrí alguna de estas experiencias en los años que gestioné proyectos públicos. Fue una la razón por las que decidí no volver a trabajar jamás para la Administración. Nunca pertenecí a un partido, ni quise presentarme a elección alguna. Fui durante años un gestor público, pero siempre reivindiqué mi independencia y también pedí el poder y el dinero necesario para poder ejecutar los proyectos que se me habían encargado. Por eso se pudieron terminar. Con frecuencia se habla de que uno de los problemas que tenemos es la politización de la Justicia, la realidad es todo lo contrario. El problema que paraliza la Administración es precisamente la judicialización de la política. Hoy día la esfera penal ha invadido la esfera administrativa lo que es uno de los grandes males de nuestra sociedad. Supone que el honor, la dignidad y el patrimonio de quienes gestionan la vida pública están al albur del capricho de los vientos.