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La fotografía se toma a las 5.16 horas. Las tres mujeres ríen con los ojos apretados, como en los dibujos de la tele. Casi se puede escuchar la carcajada explotando de sus bocas alegres, retumbando por las paredes del vestuario. Están sentadas en un ... fino banquito de láminas de madera, con las piernas y las manos cruzadas, esperando su turno. «Para lo que queda es mejor no dormir, haznos caso», avisan. Resulta que ellas, Susana, Salomé y Ángeles, son enfermeras de Urgencias en el Hospital Universitario San Cecilio. Así que saben de lo que hablan. En el momento en que se toma la fotografía, en la madrugada del sábado 9 de noviembre, llevan casi 48 horas sin dormir: de un turno de guardia hasta un viaje de ocho horas en autobús para llegar a Algemesí, uno de los pueblos de Valencia más destrozados por la DANA.
«Y le dije a mi hija: que muy bien la fiesta ¡pero ahora a limpiar!». Cuando Susana termina el chascarrillo, las tres madres se parten de risa. Mientras la mayoría duerme en el interior del pabellón, ellas decidieron buscar el único enchufe que funcionaba en el polideportivo. «Aprovechamos el ratito para cargar los móviles, por si hacen falta», explican. Las botas ya están manchadas de barro, pero nada comparado con cómo estarán al final del día, después de recorrer las calles del pueblo. Aunque el bus llegó de noche, las farolas ya dejaron ver imágenes terribles: coches volcados, parques convertidos en lodazales, fachadas agujereadas...
Sin embargo, en mitad del silencio triste, tenso y expectante que sobrevuela Algemesí, Susana, Salomé y Ángeles ríen con sus ocurrencias. Nadie, absolutamente nadie de los que pasan a su lado piensa que les dé igual todo o que sean frías y distantes. Al contrario, sus risas son la hoguera del campamento. Más que sus risas, sus voces. Hablan de tal manera que se cuelan en el estómago del resto como un café bien cargado. Viéndolas charlar, apoyadas en ese frío e incómodo rincón, uno imagina la cantidad de veces que ellas, las tres, tendrán que salir de una sala repleta de horrores, mirarse a la cara y obligarse a sonreír para poder seguir respirando, para darse la vuelta otra vez, entrar junto al paciente y encontrar la mejor manera de sostenerles la mano. Es curioso que antes que dormir las tres prefirieron ir al vestuario, el lugar donde se hace el equipo.
Se ha hablado mucho estos días de la generación de cristal. De cómo los jóvenes por los que nadie daba un duro se han remangado para ayudar donde más los necesitaban. No estaría mal recordar que ellos, seguramente, han tenido –y tienen– un ejemplo que seguir en casa.
A las 6.00, Susana, Salomé y Ángeles son las primeras en estar listas para trabajar. «Que además de enfermeras, somos madres», bromean. Que viva la madre que nos parió, Granada.
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