Desde la ventana del salón, situado al final de un largo y estrecho pasillo, se escucha el agua del río Genil. Junto a la televisión hay un paquete de tabaco negro que Maritrini procura no tocar. «Café y tabaco no puede ser. Me quedé con ... el café», explica. En la mesa hay una factura de Emasagra de 26 euros. La mujer de 59 años golpea la hoja varias veces con la palma de la mano, como si intentara controlar a un perro nervioso. «Dicen que si no pago, me cortan el agua. Y mira, o pago el agua o compro una bombona de butano. Ahí está el dilema diario».
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José E. Cabrero
Maritrini García se siente «peor que pobre». «En el barrio me echan una mano. Me fían en la peluquería o en la fruta y cuando cobro, lo pago. Pero la impotencia es tremenda. No quiero lujos, solo lo imprescindible». La mujer no puede evitar rascarse suavemente los codos, marcados por la psoriasis nerviosa. «No me da vergüenza contar mi historia –Maritrini va a la cocina, aparta la sartén del fuego, donde está cocinando unas patatas, y regresa al momento–. Deja que te cuente esta sensación tan… deprimente».
Manolo Martín, el defensor del ciudadano, ha detectado cuatro factores habituales en lo que se denomina «nueva pobreza»: vivir de alquiler, tener hijos a cargo, la edad y la discapacidad. Maritrini las cumple todas. «Tengo la incapacidad permanente total desde hace 24 años: hernia discal lumbar». Antes fue camarera en la Pastelería Alhambra, en el López Mezquita o el Restaurante Vía Colón. «Mi primer trabajo fue en la heladería La Rosa, en la Carrera. Yo vivía en ese barrio, somos de la Virgen de las Angustias».
Maritrini cobra una pensión de 600 euros y vive de alquiler en un piso en Ribera del Genil que le cuesta 425 euros mensuales. «No puedo tirar por ningún lado. Si pago la casa, no puedo pagar la luz y el agua. El teléfono lo pago sí o sí. No tengo otro modo de comunicación y mi hijo pequeño necesita internet para estudiar». La mujer tiene tres hijos. Los mayores se fueron de casa hace poco y no pueden ayudar mucho; el pequeño tiene 15 años y quiere hacer una FP de Carpintería.
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«¿Cómo haces con 600 euros? Pidiendo. Una vez al mes voy a San Rafael. Y hago unos cursos en Cáritas que me dan 150 euros al mes. Con eso ya tienes para Mercadona o, si tengo acumulado deuda de casa, lo vuelco ahí para que sea menos». En 2022, le retuvieron la pensión por unas deudas de su pareja, el padre de sus hijos, que no está presente desde hace 15 años. «Eran multas y deudas que tenía puestas a mi nombre… Conseguí fraccionarlo y ahora me cobran 20 euros al mes. ¿Sabes lo que me suponen a mí 20 euros al mes?».
Maritrini mira de reojo la factura de Emasagra y maldice entre susurros. «No es una factura antigua, ¡es de julio! ¿Sabes qué les he dicho? Que si quieren venir a cortar el agua, que vengan, que hago como en la Zona Norte: pongo mis manguitos y no tengo que pagar más agua. Entonces me dijeron 'señora, eso es un fraude'. ¡Fraude el que me hace usted a mí!».
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¿Cuál es la solución? «No lo sé. Pido ayuda de algo, lo que sea. Lo que yo querría es trabajar en lo que fuera. ¿Pero dónde te metes? Si no hay trabajo para los de 30 años, ¿qué va a haber para los de 59?». Su esperanza es su hijo pequeño, el que quiere ser carpintero. «Que se coloque en algún lado y podamos ir tirando un poco mejor… Él no dice gran cosa, pero creo que lleva la pena por dentro. Quiere salir y ser como sus amigos. Hago lo que puedo».
Maritrini se acerca a la ventana del salón y se enjuga el sudor de la frente. En la estantería hay dos gatos japoneses de la suerte. «Uno va a pilas y otro por la luz del sol. Me los regaló una vecina… –Maritrini agarra uno y casi se le escurre de las manos–. Parece que el gato no me hace caso». El fotógrafo le dice que ningún gato hace caso. «Y estos menos», termina ella.
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