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A las dos de la mañana, aunque haga una noche primaveral, hace frío al raso. Eso lo pudieron comprobar anoche -seguro que no era la primera vez- un grupo de 16 inmigrantes argelinos que habían llegado a Motril 72 horas antes, en patera, y ... que ahora se veían en la plaza del Carmen, en Granada, sin un techo bajo el que dormir y confinarse. «Estamos bien, sí estamos bien», y se tocaba los brazos Bonod, el único que chapurreaba español, con la intención de señalar que tenían buena salud.
La pregunta estaba dirigida a su estado de ánimo al verse en la calle, pero no la entendían. Su prioridad, superada la travesía peligrosa, era que no estaban malos ni habían sufrido un naufragio y que estaban al fin, donde querían estar, aunque seguramente, no en las condiciones en las que imaginaron.
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La delegación en Granada de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía fue la única que les asistió. Les repartieron mascarillas, que muchos se bajaban para fumar. «Allí no hay coronavirus», explicaba Bonod con una sonrisa y sin miedo de entrar en un país en pleno estado de alarma. Anoche, además de por humanidad, nadie podía quedarse en la calle y no fue fácil. Esto requirió de gestiones que se alargaron hasta las tres de la mañana.
Junto a los miembros de esta asociación, los chicos que acababa de soltar el Ayuntamiento de Motril en Granada se sentaron haciendo un corro en la plaza del Carmen a la espera de que les dijeran dónde podían dormir. Uniformados con los chándal de la Cruz Roja, que traían de su estancia en el CATE motrileño, hablaban entre ellos de manera distendida. No había exigencias de nada, solo una espera por saber cómo iba a acabar la historia.
La alegría llegó al poder conectarse al wifi y que los whatsapp llegasen uno detrás de otro en forma de cascada. No paraban de sonar los mensajes en las caras iluminadas de los jóvenes por sus móviles. Entonces se les ocurrió hacerse fotos con sus dedos en señal de victoria porque, aún con lo dureza de la situación, ellos se sentían a salvo.
Los miembros de la oenegé se afanaban en las gestiones por buscarles una ubicación mientras la noche iba pasando rápido. Natalia, de Apdha, se comunicaba con ellos en francés y les iba informando de que era cuestión de un rato el encontrarles cobijo, aunque, en realidad, ella tuviese tanta incertidumbre como todos.
Bonod se quiere ir a Valencia con su primo e Ibibi Abeahamid, de no más de 20 años, solo sonreía con los ojos, como el que no tiene destino pero se siente aliviado de que vaya a ser mejor del que tenía.
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