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«Con 55 años me va a costar volver a empezar de cero»
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La indemnización económica que percibirá por el sacrificio de sus 950 ovejas no consuela al ganadero Pedro Ruiz, que se ha quedado desolado: «¿De qué voy a vivir mientras?»Secciones
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La indemnización económica que percibirá por el sacrificio de sus 950 ovejas no consuela al ganadero Pedro Ruiz, que se ha quedado desolado: «¿De qué voy a vivir mientras?»Mercedes Navarrete
Granada
Lunes, 24 de octubre 2022, 00:29
La pesadilla del ganadero Pedro Francisco Ruiz Martín (Benamaurel, 1967) comenzó el domingo 2 de octubre, cuando al pastorear se dio cuenta de que una de sus ovejas se quedaba atrás y no lograba seguir el ritmo del rebaño. Pedro cogió en brazos al animal ... y comprobó que tenía fiebre. Después aparecieron unas manchas rosas y de inmediato llamó a los veterinarios de la oficina agraria de la Junta en Baza, para dar la voz de alarma. Cuatro días después, los análisis de sangre de los animales constaban la peor de las sospechas: la explotación de Pedro, en Benamaurel, con 21 positivos, se convertía en el sexto foco de viruela ovina de la zona norte de Granada.
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Mercedes Navarrete
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Las 950 ovejas, tanto las enfermas como las sanas, tenían que ser sacrificadas y no en el matadero, sino en la propia finca, para evitar riesgos en la propagación de la infección. A Pedro se le cayó el mundo encima. El rebaño estaba valorado en más de 20.000 euros, pero el ganadero ha perdido mucho más que dinero. Se ha quedado sin su medio de vida y de un plumazo se fueron a pique los años de sacrificio que conlleva conformar un rebaño.
Aunque los animales estaban sentenciados, Pedro no dejó que ninguna de sus ovejas muriera. Las alimentó y las cuidó hasta el último minuto. «¿Qué culpa tenían ellas?», se pregunta el ganadero, mientras sus ojos vidriosos delatan el vacío que le ha dejado el sacrificio del rebaño.
Trescientas de las ovejas que fueron eutanasiadas iban embarazadas. «Para mi ha sido muy duro, había borregos que nacieron a las ocho de la mañana y a las diez llegaban a sacrificarlos», recuerda. El proceso lo llevaron a cabo los veterinarios oficiales de la Junta, con estrictos protocolos de seguridad, en las propias fincas. La mayoría de los ganaderos afectados por los brotes no han soportado verlo. Sin embargo Pedro se quedó a asistir a los profesionales de la Junta, porque nadie como él conoce a sus ovejas, porque solo él lograba atrapar al macho y porque en la cara lleva escrito que es buena gente y siempre quiere ayudar.
El sacrificio de casi mil cabezas es un trabajo ingente que duró dos días. Un auténtico tormento para el ganadero. Y sin embargo, lo peor vino el día después. «En ese momento no piensas, quieres echar una mano, pero el domingo después de comer me senté un rato a ver la tele y cuando fui consciente de que ya no tenía que levantarme para ir cuidar a mis ovejas, me derrumbé», relata. Y las lágrimas vuelven a asomar a sus ojos. «Lo mío era estar con mis animales», apunta, mientras intenta sonreír con el nudo en la garganta.
Su explotación que antes estaba llena de actividad, de alpacas, de cubos, abrevaderos, de corrales atestados de ovejas «porque ya no sabía donde ponerlas», es ahora la viva imagen de la desolación. La finca vacía se ha sometido a un minucioso proceso de desinfección, con zanjas y cal viva, también dirigido por la Junta, que ha supuesto unos gastos de más de siete mil euros.
La factura la asumirán más adelante las administraciones y los ganaderos también percibirán indemnizaciones por el sacrificio. «¿Pero mientras de qué vivo?», se pregunta Pedro, que no tiene más ingresos que sus ovejas. La finca tiene que estar inactiva seis meses y después, si no hay brotes en el entorno, podrá volver a empezar a comprar animales. «Con 55 años me va a costar volver a empezar desde cero, tengo esa edad en la que ya no sabes si volver a echar ovejas o buscarte la vida de otra manera», asume. El daño económico se puede aliviar con las ayudas, el emocional se va a quedar ahí.
Y es que aunque en Baza y Huéscar hay 160.000 ovejas, para Pedro sus 950 –como le pasa a cualquier padre con hijos– eran las mejores. Rubias, moteadas, la mayoría madres de dos borregos... Después de más de una década de selección, a todas las que tenía ahora las había visto nacer.
Con las ayudas podrá comprar otras ovejas, pero ya no serán las suyas. «Ojalá tuviera que estar arruinándome para pagar el pienso porque estuvieran encerradas pero siguieran vivas», suspira.
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