![Vecinos concentrados en la plaza de Íllora.](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202208/15/media/cortadas/illora-protesta-2-kGuH-U170989008695CHI-624x385@Ideal.jpg)
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Ferragosto en Íllora. Una veintena de chavales, más que suficientes para llenar un aula del colegio, guarda silencio frente a la casa de Juan. El domingo, como todo el mundo, bailaron y rieron en las fiestas del pueblo hasta bien entrada la madrugada del lunes festivo. Ahora, entrelazados los hombros, los pies y las manos, no entienden «absolutamente nada de esta puta vida». Ni ellos ni los miles de vecinos del pueblo –todos– que primero se concentraron en la Plaza del Ayuntamiento y, después, recorrieron las calles en procesión para protestar en varias viviendas del clan familiar que supuestamente está detrás de este trágico suceso.
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Juan murió a las siete de la mañana, a cinco minutos de casa y a 19 años del principio. Iba con su novia, de la mano, y con un grupo de amigos. Según relatan los testigos, «miembros de un clan familiar muy conocido» asaltaron a los jóvenes a la salida de la caseta disco de la feria, en la calle Diego de Siloé. «Buscaban a otro pero, como no lo encontraron, se liaron a puñetazos con Juan». Al parecer, el joven recibió un empujón, cayó de bruces y se golpeó la cabeza con fuerza. «En el suelo siguieron dándole patadas por todas partes», dicen. Juan, sangrando, intentó huir, pero solo consiguió avanzar veinte metros, hasta la esquina de la calle Jardines, donde perdió el conocimiento.
«Vi al chaval en el suelo y llamé al 112», recuerda José Luis, uno de los vecinos que se despertó con el alboroto. «Me dijeron que la ambulancia iba en camino. El del suelo era Juan, un chaval bueno, muy bueno. Qué pena, por Dios, estás divirtiéndote y por una de estas cosas...». Cuando José Luis abrió la puerta, a las 6.40 de la mañana, se encontró con una marabunta en la calle, al menos un centenar de jóvenes corriendo y gritando. Durante la estampida, los asaltantes hirieron a otro joven, que también tuvo que ser atendido por los sanitarios. A Juan, sin embargo, no pudieron salvarle. La lesión en la cabeza le produjo la muerte, pese a los intentos de reanimación de médicos y enfermeros. En cuestión de minutos, la pesadilla despertó a los vecinos de Íllora.
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«Fue un horror. Estaba en la cama con los niños y escuchábamos los alaridos y los golpes. Era como una explosión», relata otra vecina de la zona, cerca del ferial. «Esto no es nuevo –resopla–. Esto se veía venir». La Guardia Civil ha identificado a dos varones por su presunta relación con el ataque mortal a Juan, pero siguen huidos.
Morgan, vecino del pueblo, cruza en coche la calle Diego de Siloé, con los nudillos blancos sobre el volante: «Mi hija estuvo aquí y ahora tiene un ataque de ansiedad bastante fuerte. Esto no se puede consentir más». Él asegura que los mismos que asaltaron a los jóvenes la pasada madrugada son los que el 24 de diciembre le dejaron inconsciente mientras repartía el pan. «No denuncié por miedo a las represalias, me hubieran quemado el local. Pero debemos decir basta, por la seguridad de todos».
El miedo y la frustración son evidentes en Íllora. Otra madre, incapaz de contener las lágrimas, para ante los micrófonos de la televisión. «¡Juan se llevaba dos días con mi niña! Era un estudiante buenísimo, de buena familia. ¡No hay derecho! ¡Han sido ellos!», les cuenta. Unos minutos más tarde, compungida, vuelve al lugar y pide a los periodistas que no muestren su cara, «por miedo a las represalias».
La angustia llevó a los vecinos de Íllora a convocar ayer mismo una concentración en la Plaza del Ayuntamiento, refrendada por el propio alcalde, Antonio Salazar. Allí se leyó un manifiesto en el que lamentaban «una terrible tragedia que tiñe de dolor para siempre nuestras fiestas patronales». De hecho, las fiestas se han cancelado y el pueblo está de luto. «Este horror –continuaron– supone un aumento en la escalada en la línea de sucesos que venimos sufriendo desde hace tiempo. Condenamos de forma pacífica pero contundente y exigimos actuaciones rápidas para que devuelvan la tranquilidad que no se nos debió arrebatar. No a la violencia, no a la impunidad, no al racismo, no a la falta de valores».
Los asistentes pidieron a gritos «justicia» para guardar después tres minutos de silencio. Después se oyeron gritos contra los supuestos agresores: «¡Queremos que se vayan del pueblo! ¡Destierro! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Son asesinos!».
Tras la concentración, miles de vecinos –decir todo el pueblo no sería exagerar demasiado– recorrieron en procesión las calles de Íllora, hasta la casa de los supuestos agresores. Tras unos momentos de tensión, decidieron entrar en la vivienda tras forzar puertas y ventanas. A continuación, entraron en otros tres puntos. La indignación entre los vecinos es total. A las diez de la noche, los antidisturbios de la Guardia Civil se desplegaron por el pueblo para rebajar la tensión.
El entierro de Juan será hoy, día de San Rogelio, patrón de Íllora. Históricamente, un día de fiesta. Pero el pueblo está de luto. Antes de la manifestación, frente a la casa de Juan, el silencio de los chavales es solemne, inmenso, sobrecogedor, frustrante, terrible y escandaloso. Dos de ellos, con la garganta retorcida, intentan recordar a su amigo.
–Es que Juan era muy bueno. Bueno de verdad.
–Sí. Juan era.
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