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Pocho Guimaraes, sentado en una de las fuentes de Lanjarón. Javier Martín

La Alpujarra, paraíso de artistas

El último trono del rey Pocho

Los tapices del artista guineano Pocho Guimaraes se exponen por todo el mundo. Hace un año se mudó a Lanjarón, donde vive y trabaja. «Este es un lugar donde reina el agua»

Domingo, 26 de febrero 2023

La puerta del bar, en la Calle Real de Lanjarón, se abrió lentamente en un silencio tenso, como si el reloj de la torre marcara las doce en punto en el Viejo Oeste. El recién llegado parecía Morgan Freeman interpretando a Clint Eastwood en 'Por un puñado de dólares': botas altas, un poncho largo y gris retorcido por todo el cuerpo y un elegante sombrero de ala ancha. «Un café solo, por favor», dijo al llegar a la barra. El camarero miró a ambos lados y, por fin, respondió: «Ahora mismo, majestad». El tipo se quitó el sombrero, rió con la ocurrencia y levantó los brazos al cielo: «¡Anda, anda! ¡Que de majestad no tengo nada!». La carcajada se compartió de una mesa a otra, provocando que todos atendieran, con mayor expectación si cabe, al nuevo, al artista de la realeza. «Yo solo soy Pocho», empezó.

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Aquello sucedió en mayo de 2022, cuando Rafael Vílchez publicó en IDEAL el reportaje 'El nieto del último rey de Guinea se muda a Lanjarón'. «Es cierto, mi abuelo fue el último rey de Malabo. Aunque allí no conocemos la palabra rey. Decimos 'botuku', que es jefe, un señor con fuerza. Mi abuelo fue el último botuku, con él se acabó la dinastía». A Plácido Bienvenido Guimaraes Malabo Moatariobo nunca le gustaron sus nombres, quizás por eso todo el mundo le dice Pocho. Porque Pocho no es monarca, pero sí un reputado artista cuya obra, tapices principalmente, se cotiza desde hace años en colecciones privadas, salas de exposiciones y museos de todo el mundo.

Pocho Guimaraes, en su taller y paseando por Lanjarón. Javier Martín
Imagen principal - Pocho Guimaraes, en su taller y paseando por Lanjarón.
Imagen secundaria 1 - Pocho Guimaraes, en su taller y paseando por Lanjarón.
Imagen secundaria 2 - Pocho Guimaraes, en su taller y paseando por Lanjarón.

Pocho nació en Moka, en Guinea Ecuatorial, en 1951. Habla cinco idiomas a la perfección, entre ellos el español. «Eso es lo que pasa cuando viajas tanto, que aprendes mucho». Su último viaje le trajo aquí, a Lanjarón, donde ha instalado su trono. «Resulta que en los 80 viví un tiempo en Bubión, con los lamas. ¿Recuerdas lo del niño Osel? Yo estaba allí», cuenta, sentando en el sillón de su casa. «Pero luego volví a Madrid y ya hice vida por allí hasta hace trece años, cuando una hermana me invitó a su boda, en Guinea. Me fui para tres meses y pasé allí ocho años».

Hasta que un día le llamaron de la Universidad Complutense, donde tutoriza a alumnos del Máster de Cultura y Pensamiento de los Pueblos Negros. «Había cortado las clases y preguntaron por mí. Ellos vinieron a buscarme, a mí se me había ido la noción del tiempo». Volvió a un Madrid que ya no era el suyo y decidió buscar otro lugar. Pasó por Murcia, Extremadura... hasta que llegó la propuesta. «Una amiga me dijo que conocía una casa en Lanjarón. Y yo recordé mis días en Bubión y dije que sí, que sí, que quería vivir ahí. Me gusta mucho el agua, necesito vivir donde reina el agua. Y me vine. Y me encanta».

Subir y bajar

Si la vida de Pocho fuera un cuento, «sería un cuento con muchos baches», dice. «Mi vida ha sido como un badén: subir y bajar, subir y bajar, subir y...». A los 17 años mataron a su padre, en Guinea, y viajó a España refugiado, con una beca de las Naciones Unidas. De aquí se fue a la Unión Soviética, donde estudió Arquitectura Urbanística, luego a Suiza, a Francia y al resto del mundo. La primera vez que pensó en hacer tapices fue en Mazarrón, viendo cómo se tejían redes de pesca. «Pensé que eso era lo mío, el arte que se puede tocar». Pero antes fue miembro de una compañía de teatro, bailarín y actor. «¡Trabajar con Almodóvar y con Mercero!», exclama orgulloso. «Bueno, ¿vamos a ver las obras?», propone.

El artista, con una de sus obras, en La Fábrica, una vieja almazara convertida en centro artístico. J. M.
Imagen - El artista, con una de sus obras, en La Fábrica, una vieja almazara convertida en centro artístico.

Pocho sale de casa, en el centro de Lanjarón, y anda en dirección al Barrio Hondillo. En una de las fuentes del camino, se para a beber un buche de agua y se entretiene en leer la poesía de Federico García Lorca. «Este es un buen sitio para un artista porque hay espacio y tranquilidad para trabajar –apunta–. La gente es muy amable. Y el clima también ayuda, no hace ni tanto frío ni tanto calor». Al llegar a la entrada de la vieja Almazara Gallegos, empuja la puerta y entra alegre. «Aquí está la exposición de mi obra», anuncia. La almazara es ahora un precioso centro artístico impulsado por una asociación local. En la segunda planta, sus tapices se muestran imponentes. «Hago tapices con una fuerte carga simbólica. Por eso uso, por ejemplo, papel de periódico y materiales que encuentro por ahí. Creo en el tapiz que sale de la pared y nos habla».

Al lado de una de sus obras más llamativas hay una poesía que le dedicó Christian Casares, en 1993. «Viajero que te acercas a estos raros tapices, te prevengo que son obra de un artista peregrino...», empieza. Pocho suspira y se frota las manos. «Sí, soy un peregrino incansable. ME gusta moverme. Pero de momento estoy aquí bien, en Lanjarón. El otro día vino la Guardia Civil a buscarme y me sentí querido».

–¿Perdón?

–Había perdido el móvil y una ahijada no conseguía dar conmigo. Ella llamó a todo el mundo y mandó a la Guardia Civil a mi casa. Yo no me enteré de que estaban abajo porque yo estaba arriba, en el taller, trabajando. Horas después terminé, me tumbé en la cama a leer y, de repente, entran en mi dormitorio dos picoletos. ¡Pero qué pasa! Y ya me explicaron... No sabían de mí y estaban preocupados, así que buscaron al dueño de la casa para que les diera la llave. Me siento protegido aquí, en Lanjarón.

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