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La Alpujarra, paraíso de artistasREDACCIÓN DE IDEAL
Domingo, 26 de febrero 2023
Hay lugares que transmiten una energía especial. Como si fuera una imponente escultura renacentista, la comarca de la Alpujarra de Granada se sostiene entre las firmes aristas de blanco mármol de Sierra Nevada y los sinuosos trazados de sus ríos y senderos, sugiriendo serenidad y movimiento al mismo tiempo. Quizá por esta belleza salvaje y delicada, la región de la Alpujarra se ha convertido en los últimos años en un paraíso para artistas. Desde que Gerald Brenan la diera a conocer al mundo en 1957 con su obra 'Al Sur de Granada', decenas de creadores de todo el planeta eligen este enclave para vivir. Hablamos con seis de ellos, que nos explican que se enamoraron del lugar por «su paz, su clima y su capacidad para inspirar».
5
Capileira
6
2
3
Pitres
1
4
Lanjarón
Órgiva
1
Pocho Guimaraes
Artista textil
2
Manuel Sáez
Músico
3
Davinia Arquero
Cantante
4
Chris Stewart Exbatería de Genesis
5
Berto Martínez
Pintor
6
Olga Osintseva
Pintora
5
Capileira
6
2
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4
Pitres
1
Lanjarón
Órgiva
1
Pocho Guimaraes
Artista textil
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Manuel Sáez
Músico
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Davinia Arquero
Cantante
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Chris Stewart Exbatería de Genesis
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Berto Martínez
Pintor
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Olga Osintseva
Pintora
Berto Martínez
Pintor
Olga Osintseva
Pintora
Manuel Sáez
Músico
Chris Stewart
Exbatería de Genesis
Capileira
Davinia Arquero
Cantante
Pitres
Lanjarón
Órgiva
Pocho Guimaraes
Artista textil
Berto Martínez
Pintor
Manuel Sáez
Músico
Davinia
Arquero
Cantante
Olga Osintseva
Pintora
Capileira
Chris Stewart
Exbatería de Genesis
Pitres
Lanjarón
Pocho Guimaraes
Artista textil
Órgiva
Son apenas veinticinco pueblos los que componen la Alpujarra granadina, pero la cantidad de historias curiosas que atesoran estos municipios roza el infinito. En sus poco más de 1.100 metros cuadrados, la comarca reúne enclaves tan variopintos como un santuario budista, el pueblo de las brujas o el municipio más alto de España. Pero el mayor valor de la Alpujarra reside en quienes habitan la región. Con edades y gustos muy variados, nuestros seis protagonistas coinciden en que se enamoraron de este paraíso en gran parte por «la hospitalidad y sencillez» de su gente. Todos remarcan que, al margen del clima y la magia que emana de la tierra, la calidez humana es uno de los puntos más atractivos de la Alpujarra granadina. Será verdad eso de que los lugares son las personas que los habitan.
Chris Stewart
Exbatería de Genesis
«Vine y en un par
de horas decidí
que aquí se iban
a quedar mis huesos»
Chris Stewart
Exbatería de Genesis
«Vine y en un par
de horas decidí
que aquí se iban
a quedar mis huesos»
Chris Stewart
Exbatería de Genesis
«Vine y en un par
de horas decidí
que aquí se iban
a quedar mis huesos»
Chris Stewart
Exbatería de Genesis
«Vine y en un par
de horas decidí
que aquí se iban
a quedar mis huesos»
Chris Stewart está ya un poco cansado. A sus setentaypico años lleva toda la mañana 'parriba y pabajo' atendiendo la visita de IDEAL. Está en buena forma, delgado, moreno y sonriente. Es feliz en su cortijo, ubicado a media hora larga de Órgiva por senderos y vericuetos intransitables. De hecho, hay otra media hora final de recorrido que hay que hacer a pie. «Mi cortijo es el último de todo el municipio de Órgiva», comparte satisfecho este 'espléndido aislamiento' decimonónico, imbricado en el ADN de cualquier británico, papá o mejor dicho, abuelo, del actual Brexit. Durante el recorrido aparece una partida de cazadores que buscan jabalís. Juan, de 86 años, escopeta al hombro, es el vecino de Chris Stewart «del otro lado del río». «A mí me dice el vecino de la miel, porque tengo colmenas y cada dos por tres cruzo el río y le llevo miel». «Es muy amable, majo y simpático, una buena persona es Cristóbal».
Cris-tó-bal. Nada de Chris. Aquí en a Alpujarra al mítico guiri le dicen Cristóbal, como a Gerald Brenan, el otro guiri más conocido del lugar, autor de la obra 'Al Sur de Granada', que dio a conocer la Alpujarra en el mundo como hiciera Enest Hemingway con los Sanfermines, le llamaban don Geraldo. Chris y Gerald, Cristóbal y don Geraldo, los dos británicos y los dos con sendas novelas que -cada una en su época-, brindaron al mundo una visión idílica de la Alpujarra.
Porque si 'Al Sur de Granada', publicada por Brenan en 1957, lanza la Alpujarra al ruedo del mundo; en 1999, Chris publica 'Entre limones', contando sus peripecias alpujarreñas, con lo que logra un éxito literario tremendo. Cuatro décadas median entre ambos escritos, pero su influencia y poder de seducción para los lectores hacen que la Alpujarra sea un lugar bien visible en el mapa.
De hecho, don Geraldo es el culpable de que su compatriota Cristóbal viva en la Alpujarra. Ocurrió en 1988. Chris tenía 38 años y había leído 'Al Sur de Granada'. Cotejó impresiones con varios amigos suyos viajeros que conocían Granada y se decidió. «Tenía que conocerla».
Albergaba sus dudas. «Así que vine, y en un par de horas decidí que aquí se iban a quedar mis huesos. Desde entonces nunca nos hemos arrepentido de vivir en la Alpujarra, de haber tomado esta decisión», confiesa este hijo de la verde, llana y lluviosa campiña inglesa.
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Desde ese primer momento, Cristóbal Stewart es un firme defensor de la Alpujarra. «Lo bonito de la Alpujarra es que tiene montañas espectaculares. Es un paisaje agreste y salvaje. Además, está en medio de un proceso de conversión en un paraíso bohemio. Órgiva está poniéndose bohemio y esto me encanta, porque yo soy bohemio por naturaleza. Me siento cómodo». Explica entonces un concepto que ha acuñado. Se trata de la biodiversidad humana formada entre los alpujarreños y los extranjeros. «Lo que a mí me encanta es la riqueza, la biodiversidad humana. Es una mezcla riquísima. Es lo que me encanta de la Alpujarra».
Pocho Guimaraes
Artista textil
«Doy gracias a la
gente deliciosa
de la Alpujarra
por acogerme»
Pocho Guimaraes
Artista textil
«Doy gracias a la
gente deliciosa
de la Alpujarra
por acogerme»
Pocho Guimaraes
Artista textil
«Doy gracias a la
gente deliciosa
de la Alpujarra
por acogerme»
Pocho Guimaraes
Artista textil
«Doy gracias a la
gente deliciosa
de la Alpujarra
por acogerme»
La puerta del bar, en la Calle Real de Lanjarón, se abrió lentamente en un silencio tenso, como si el reloj de la torre marcara las doce en punto en el Viejo Oeste. El recién llegado parecía Morgan Freeman interpretando a Clint Eastwood en 'Por un puñado de dólares': botas altas, un poncho largo y gris retorcido por todo el cuerpo y un elegante sombrero de ala ancha. «Un café solo, por favor», dijo al llegar a la barra. El camarero miró a ambos lados y, por fin, respondió: «Ahora mismo, majestad». El tipo se quitó el sombrero, rió con la ocurrencia y levantó los brazos al cielo: «¡Anda, anda! ¡Que de majestad no tengo nada!». La carcajada se compartió de una mesa a otra, provocando que todos atendieran, con mayor expectación si cabe, al nuevo, al artista de la realeza. «Yo solo soy Pocho», empezó.
Aquello sucedió en mayo de 2022, cuando Rafael Vílchez publicó en IDEAL el reportaje 'El nieto del último rey de Guinea se muda a Lanjarón'. «Es cierto, mi abuelo fue el último rey de Malabo. Aunque allí no conocemos la palabra rey. Decimos 'botuku', que es jefe, un señor con fuerza. Mi abuelo fue el último botuku, con él se acabó la dinastía». A Plácido Bienvenido Guimaraes Malabo Moatariobo nunca le gustaron sus nombres, quizás por eso todo el mundo le dice Pocho. Porque Pocho no es monarca, pero sí un reputado artista cuya obra, tapices principalmente, se cotiza desde hace años en colecciones privadas, salas de exposiciones y museos de todo el mundo.
Pocho nació en Moka, en Guinea Ecuatorial, en 1951. Habla cinco idiomas a la perfección, entre ellos el español. «Eso es lo que pasa cuando viajas tanto, que aprendes mucho». Su último viaje le trajo aquí, a Lanjarón, donde ha instalado su trono. «Resulta que en los 80 viví un tiempo en Bubión, con los lamas. ¿Recuerdas lo del niño Osel? Yo estaba allí», cuenta, sentando en el sillón de su casa. «Pero luego volví a Madrid y ya hice vida por allí hasta hace trece años, cuando una hermana me invitó a su boda, en Guinea. Me fui para tres meses y pasé allí ocho años».
Hasta que un día le llamaron de la Universidad Complutense, donde tutoriza a alumnos del Máster de Cultura y Pensamiento de los Pueblos Negros. «Había cortado las clases y preguntaron por mí. Ellos vinieron a buscarme, a mí se me había ido la noción del tiempo». Volvió a un Madrid que ya no era el suyo y decidió buscar otro lugar. Pasó por Murcia, Extremadura... hasta que llegó la propuesta. «Una amiga me dijo que conocía una casa en Lanjarón. Y yo recordé mis días en Bubión y dije que sí, que sí, que quería vivir ahí. Me gusta mucho el agua, necesito vivir donde reina el agua. Y me vine. Y me encanta».
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Si la vida de Pocho fuera un cuento, «sería un cuento con muchos baches», dice. «Mi vida ha sido como un badén: subir y bajar, subir y bajar, subir y...». A los 17 años mataron a su padre, en Guinea, y viajó a España refugiado, con una beca de las Naciones Unidas. De aquí se fue a la Unión Soviética, donde estudió Arquitectura Urbanística, luego a Suiza, a Francia y al resto del mundo. La primera vez que pensó en hacer tapices fue en Mazarrón, viendo cómo se tejían redes de pesca. «Pensé que eso era lo mío, el arte que se puede tocar». Pero antes fue miembro de una compañía de teatro, bailarín y actor. «¡Trabajar con Almodóvar y con Mercero!», exclama orgulloso. «Bueno, ¿vamos a ver las obras?», propone.
Davinia Arquero
Cantante
«Esta tierra
me ha enamorado,
ha sido una fortuna
acabar aquí»
Davinia Arquero
Cantante
«Esta tierra
me ha enamorado,
ha sido una fortuna
acabar aquí»
Davinia Arquero
Cantante
«Esta tierra
me ha enamorado,
ha sido una fortuna
acabar aquí»
Davinia Arquero
Cantante
«Esta tierra
me ha enamorado,
ha sido una fortuna
acabar aquí»
Lanjarón, 2001. Un corrillo de señoras debate sobre la llegada de una nueva vecina, lo que en los pueblos se conoce como una forastera. «¿La habéis visto? Creo que viene de Madrid», comenta una de ellas. Hablan de Davinia Arquero, la nueva cartera del pueblo, una desconocida por aquel entonces. Lanjarón, finales de junio de 2022. Son las fiestas del pueblo y en la plaza no cabe un alma. Todos miran al escenario. Se apagan las luces. Suena la música. Aparece en escena una mujer rubia, poderosa y entregada. Todos la reconocen: es Davinia. Entre la primera y la segunda fecha han pasado doce años. Ya no es una forastera: ahora todos la adoran.
Davinia nació en Motril hace cuarenta años y desde muy pequeña demostró que derrochaba arte por los cuatro costados. A los quince ya tenía claro que quería probar suerte en la música. Actuó en su tierra unas cuantas veces, para televisiones locales e, incluso, fue telonera de grupos tan populares como La oreja de Van Gogh. Acababa de cumplir 18 primaveras cuando le tocó la lotería musical: formar parte de un programa televisivo. Se antepuso a cientos de chicas en los castings, hizo las maletas y se fue para Madrid. «Ahí fue cuando di el salto», cuenta.
Ese punto de inflexión se llamaba 'Popstar: todo por un sueño', y fue emitido en Telecinco. Se coló en los hogares españoles hace ya dos décadas, poco después de Operación Triunfo, en aquella época en la que las redes sociales eran los bares. El público quería saberlo todo sobre las veinte concursantes que cada semana cantaban y bailaban en horario de prime time. Entre ellas estaba Davinia, que demostró ser de las mejores durante los cuatro meses que duró el formato. De hecho, ganó junto a otras cuatro compañeras y formaron un grupo, Bellepop. «Recuerdo aquello como un sueño, una burbuja en la que te enseñaban canciones y coreografías. Cuando salimos nos dio la bofetada», recuerda.
Se refiere a la fama, esa amiga con una cara oculta que, por un lado, le permitió vivir momentos inolvidables, pero que por otro no le permitía ir al supermercado sin que la reconocieran y parasen. «No todo era tan bonito, el mundo de la música no resultó ser como yo imaginaba», asegura. Bellepop estuvo dos años en activo y su compañía, Warner Music Spain, les quiso hacer otro disco, pero ellas no se sentían representadas con los temas y se negaron. «Lo intentamos nosotras por nuestro lado, pero al no tener ya ese respaldo la gente te va cerrando puertas. Me fui desvinculando poco a poco y cada una nos fuimos por un lado», apostilla. No lo cuenta con pena. Pasó diez años estupendos en Madrid y, tras aquel sueño temporal, volvió a una realidad que le atraía mucho más.
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Davinia buscaba estabilidad y las oposiciones de Correos le parecieron la mejor opción. Aprobó hace quince años y comenzó su etapa de cartera en Madrid, aunque ella quería volver a su tierra. Cuando logró plaza en el concurso de traslados, tomó la decisión que marcaría su futuro. «Me llamaron para elegir destino y estaba Lanjarón, yo no sabía nada sobre ese pueblo. Pregunté la distancia con Motril y como eran treinta minutos me pareció poco comparado con las distancias en Madrid», apunta. Aceptó. Y comenzó su nueva andadura.
Manuel Sáez
Músico
«El paisaje
es espectacular
y me inspira
muchísimo»
Manuel Sáez
Músico
«El paisaje
es espectacular
y me inspira
muchísimo»
Manuel Sáez
Músico
«El paisaje
es espectacular
y me inspira
muchísimo»
Manuel Sáez
Músico
«El paisaje
es espectacular
y me inspira
muchísimo»
Manuel Sáez conoció la Alpujarra por primera vez en el verano de 1990. Lo hizo en compañía de unos amigos. Llegaron hasta Capileira y de vuelta, atravesando Lanjarón, vieron que el desaparecido hotel Roma estaba en alquiler. Y eso fue exactamente lo que hicieron sus colegas, a los que, por cierto, no les faltaba el parné: alquilarlo. «A mí me pusieron al cargo del bar porque tenía mil y pico discos», recuerda. Fue entonces, en una de aquellas noches de disc-jockey, cuando una bellísima joven que se llamaba Sandra se aproximó a la barra y le pidió una manzanilla. Sus miradas se cruzaron y Sandra se convirtió en su esposa y en la madre de sus dos hijos, Raquel, de veintiséis años, y Eduardo, de dieciséis. Ella, Sandra, fue la culpable de que Manuel cambiara su Málaga por su Lanjarón. «Aquí me hice músico».
Pero rebobinemos. Manuel Sáez nació hace cincuenta y nueve inviernos en la calle Concepción Arenal de Buenos Aires. Sus padres,Manuel yCarmen, emigraron diez años antes desde Málaga en busca de mejor fortuna. Y la lograron. Abrieron un supermercado y se compraron una bonita casa unifamiliar. «Pero en 1975 aquello se puso muy feo desde el punto de vista político y económico y decidimos retornar». Videla estaba a punto de llegar al poder. «Me vine con apenas diez años, pero recuerdo a vecinos puestos contra la pared porque un amigo de un amigo de un amigo tenía una pistola».
Así que la familia de Manuel retornó a Málaga y después ocurrió todo lo que se relata en el primer párrafo de este reportaje. Que se enamoró de Sandra y que en 2001 ya estaba residiendo en Lanjarón, de donde era natural su señora. Fue cuando decidió convertirse en músico profesional. Lo intentó primero en el Conservatorio de Málaga, «pero lo mío era el jazz y el blues, y allí solo se estudiaba a Bach», bromea. Después acudió cuatro veces a las clases del gran Carlos Pino, en Málaga. «En un mes con él tuve suficiente para aprender armonía». Ya partir de ahí toda su formación fue autodidacta. «Tocando, probando, leyendo libros y aprendiendo de compañeros que siempre sabían más que yo».
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Y así fue cuando llegó el gran momento. Su estreno delante del público. «Fue con mi banda Paralelo 36 en un concierto que dimos ante mil personas en la plaza Uncibay de Málaga», recuerda. «Se me cerró el estómago y sufrí un auténtico ataque de nervios;lo pasé tan mal que yo mismo me dije que si en la próxima actuación me ocurría, dejaba esto».Pero afortunadamente no sucedió y Manuel inició una carrera que le ha convertido, por méritos propios, en uno de los mejores bajos y contrabajos de Andalucía –también hace florituras con la guitarra–».
Olga Osintseva
Pintora
«Este lugar
es un paraíso
para toda la gente
creativa»
Olga Osintseva
Pintora
«Este lugar
es un paraíso
para toda la gente
creativa»
Olga Osintseva
Pintora
«Este lugar
es un paraíso
para toda la gente
creativa»
Olga Osintseva
Pintora
«Este lugar
es un paraíso
para toda
la gente creativa»
Por amor se hacen grandes locuras como cambiar una vida. En ese estado de gracia, en esa manera de existir, Olga Ossintseva dejó una parte de lo que había sido ella y convirtió La Alpujarra en su casa. Vino de vacaciones como turista, a visitar a una compatriota sin saber que se acabaría quedando. Conoció a un bárbaro, apodo por el que se conoce a los vecinos de Pitres, y se mudó desde Volgogrado, la antigua Stalingrado, hace más de 20 años a este pueblecito con casitas blancas y pocos vecinos donde todo el mundo es bienvenido, pero en el que sigues siendo de fuera si no tienes 8 apellidos alpujarreños.
El futuro era brillante, incierto y alterable. Un territorio que se extendía ante ella a la espera de ser explorado, al igual que todos los barrancos, los bosques verdes y tinaos que la serranía le ofrecía. Un paisaje para la calma frente al caos y el ruido de una gran urbe de más de un millón de habitantes. En Granada tuvo la oportunidad de frenar el ritmo frenético que llevaba y dedicarse al arte, a la pintura, que había estudiado. «Fue un cambio brusco. Llegué como turista y conocí a mi futuro marido, volví un tiempo a Rusia y ya vine para quedarme. Era de una ciudad grande y me atrajo la tranquilidad sin ese ritmo horrible. Pasar de ese ajetreo a la belleza de las montañas. Todo te parece tan maravilloso cuando llegas, los cambios atraen. Son aventuras, no pensaba qué iba a hacer y donde iba a trabajar», relata.
«Estudié Bellas Artes en Rusia, pero en mi país casi no pintaba. Trabajé en teatro y como diseñadora en una empresa de publicidad, pero empecé aquí a dedicarme a la pintura. Al principio estaba cautivada por los paisajes y eso era sobre todo lo que hacía. Fui cambiando y pasando por muchos estilos diferentes, me aburre pintar siempre con la misma técnica, depende de la época y del estado de ánimo », reflexiona la pintora, de rostro alargado y esbelto con los ojos del azul más intenso que cupiera imaginar.
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Como cualquier artista, tuvo la necesidad al principio de mostrar sus creaciones. Ha paseado sus cuadros por galerías y salas de exposiciones de muchos rincones de España y La Alpujarra. Pero vivir únicamente de la pintura es difícil. Poco le importaba que sus cuadros fueran olvidados, aunque no se podía negar que tenía la necesidad de compartirlos, de que trascendieran de su taller y que una pequeña parte ella estaba ahí en cada una de esos lienzos. «Tengo mis páginas web, acabo de desmontar una exposición, ya no tengo el objetivo de vender. No busco ni salas ni galerías, pintaba para que me vieran, pero no se puede vivir de esto. Las galerías cierran y la gente valora menos el arte, se ve el arte como algo para decorar la casa y es mucho más profundo», defiende.
Berto Martínez
Pintor
«Estaba mal y
no podía crear,
pero en la Alpujarra
he vuelto a ser quien era»
Berto Martínez
Pintor
«Estaba mal y
no podía crear,
pero en la Alpujarra
he vuelto a ser quien era»
Berto Martínez
Pintor
«Estaba mal y
no podía crear,
pero en la Alpujarra
he vuelto a ser quien era»
Berto Martínez
Pintor
«Estaba mal y
no podía crear,
pero en la Alpujarra
he vuelto a ser quien era»
El pintor Berto Martínez Tello (Terrassa, 1987) recaló en la Alpujarra de Granada huyendo de los fantasmas que le atormentaban en Barcelona. Durante el confinamiento halló un remanso de paz que le llevó a recuperar las ganas de pintar, a abrir su propio estudio de arte y a establecer su residencia en este pequeño pueblo situado en pleno Barranco de Poqueira.
Berto es una persona de pocas palabras. Se encuentra cómodo en silencio, ya sea pintando sus cuadros o paseando por cualquiera de las cuestas de Capileira. Como si permaneciese absorto al mundo que lo rodea, pero nada más lejos de la realidad. Siempre atento a su alrededor, este artista natural de Cataluña observa, escucha, analiza y actúa. Su cabeza nunca deja de funcionar. Tira líneas imaginarias en el espacio y lo colorea para plasmarlo a posteriori sobre el lienzo. Una manera de abrirse y expresarse al exterior que recuperó en la Alpujarra tras sobreponerse a unos demonios con los que todavía convive.
Una tienda de souvenirs y algunos hostales entre tinaos marcan la entrada a Capileira. Esta localidad alpujarreña se sitúa sobre el Barranco de Poqueira a más de 1.400 metros de altitud. Su población no alcanza las 580 personas, de las que una parte significativa acude al pueblo únicamente en períodos vacacionales. Berto Martínez Tello no es uno de ellos. Este artista con pasaporte de Terrassa fue a parar a Capileira prácticamente hace tres años. Justamente el día anterior al inicio del confinamiento. Lejos de ser un provisional cambio de aires, la Alpujarra supuso su refugio para dejar atrás sus problemas de salud y reencontrarse consigo mismo.
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«Volví a Barcelona después de mi erasmus en Alemania, pero mi situación era muy precaria y pasé por una etapa dura. Incluso llegué a padecer una enfermedad mental de la que aún me estoy recuperando. No podía ni centrarme en mi pintura. Llegué a un punto en el que no sabía ni quién era. Necesitaba un cambio, así que decidí salir y me vine a Capileira», explica el propio Berto a IDEAL desde su estudio artístico a la entrada del pueblo. Allí se reunió con sus padres, vecinos alpujarreños desde hace años. Berto necesitaba ordenar su cabeza lejos del bullicio de la Ciudad Condal. Paz, tiempo, libertad. Los ingredientes que halló en el pueblo para salir adelante y volver a crear.
Coordinación Carlos Balboa y Diego Callejón
Fotografía, audio y vídeo Javier Martín
Diseño Carlos Valdemoros
Redacción Javier F. Barrera, José Enrique Cabrero, Laura Velasco, Jorge Pastor, Pilar G. Trevijano y Ángel Mengíbar
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Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
Fernando Morales y Álex Sánchez
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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