«Esta vez, el dolor va a terminar». La mítica canción de Andrés Calamaro sirve perfectamente como banda sonora de la última tarde con Teresa. La joven granadina postrada durante años en la cama de su habitación en casa de su familia en el barrio ... del Realejo ha cerrado los ojos para siempre.
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Teresa descansa ya en paz y sin dolor. Era exactamente lo que quería. Dejar de sufrir. Teresa deja atrás un calvario en vida que solo pudo ser aliviado por el amor y la muerte. Y por una madre, un padre y un hermano dispuestos a luchar por ello.
La última tarde con Teresa ha ocurrido a finales de este mes de agosto, en un lunes caluroso envuelto en una fina melancolía. También hay ecos de serenidad y una gran dosis de dignidad en la sala de cuidados paliativos del Hospital Virgen de las Nieves de Granada. Es una duermevela pausada entre la vida y la muerte.
Teresa, con sus treintaypocos años, ha luchado ha creído, ha confiado y ha querido. Al final, en una carretera sin destino, el final ha sido una sedación que ha mitigado unos dolores insoportables.
Todo se complicó con el comienzo de año. Teresa sufría varias enfermedades raras: síndrome de ligamento arcuato medio neurogénico y vascular, de Wilkie, de Nutcracker, de la vena cava inferior y de May Thurner. Posiblemente todo le venía de un síndrome de Ehlers Danlos y otra enfermedad que le impedía estar de pie. Teresa y su familia confiaban que un neuroestimulador podría mejorar la vida de Teresa. El neuroestimulador llegó, pero no sirvió para remediar las enfermedades de Teresa. Vana esperanza. Dicen que los dioses se ríen de los planes de los hombres.
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Su madre explicaba hace unos días a este periódico la situación. «Mi hija se nos va ya. La van a sedar, porque no puede más. Lleva ingresada un mes y ya va a morirse poquito a poco, sin sufrimiento, sedada, sin más opciones. Pobrecita mía. Ella está tranquila muy cabal y no le importa en absoluto acabar ya con este sufrimiento. Todo lo contrario. Lo está deseando». «Van a ayudarle a que tenga una muerte digna ya que con la enfermedad no ha tenido una vida digna». Ha sido exactamente así.
–Dentro audio de Whatsapp. Habla Teresa. Es su despedida. Sobrecogedora, serena y con más fuerza que nunca. Su voz no tiembla: «Muchísimas gracias a todos por haberme dado vuestro cariño en todo este difícil camino. Más allá de los límites de esta vida os llevaré en mi corazón. Que Dios os bendiga a todos». Solo son 18 segundos. Pero qué 18 segundos de adiós a la vida, gracias a la vida, que no me ha dado tanto.
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Teresa también ha amado. Es un amor eterno. Las cenizas de Teresa descansan para siempre junto al anillo de pedida de su novio José Luis, al que conoció por padecer la misma enfermedad. José Luis y Teresa conversaron a diario. Hablaban de los tiempos felices y los compartían.
José Luis explicó a este periódico su relación hace unos meses, antes del fallecimiento de Teresa. «Nos esforzamos en volver atrás en el pasado, cuando estábamos sanos, porque no aceptamos nuestro estado actual y nos avergonzamos. Por eso hablamos a diario. Es lo que nos da ánimos para seguir. Compartimos fotos de antes, porque nos cuesta compartir nuestro yo de ahora. El espejo es nuestro enemigo. Durante las llamadas, conversamos, vemos películas y navegamos por internet. Toda esta actividad, siempre con mil y un limitaciones para que no se agoten, el brillo de las pantallas no nos causen dolor y todo tipo de precauciones. Este es nuestro día a día».
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La última tarde con Teresa fue especial. Dormida, escuchó de boca de su madre la carta que José Luis le había escrito. «Teresa ya estaba sedada, pero sé que la oyó», comparte su madre.
«Hola amore, soy tu patito José Luis, te mando este mensaje que te está leyendo tu madre. Estoy muy feliz sabiendo que ya no tienes dolor y que voy a encontrarme pronto contigo en una vida mejor, con cuerpos sanos y con la mejor versión de nosotros. Tengo muchas ganas de estar contigo en el cielo y te prometo que voy a encontrarte donde estés para estar siempre junto a ti».
«Tengo muchas ganas de vivir allí contigo en una casa de tonos pastel azules y blancos, repleta de mimbre y con dos piscinas climatizadas para ti, una interior y otra exterior. De la decoración vas a tener que ayudarme tú porque se te da mejor y sé que tenemos los mismos gustos. Allí estaremos juntos con nuestras personas queridas y jugando con perritos, sobre todo el tuyo negro que tanto echabas de menos y con el que tantas ganas tenemos de jugar».
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«En esta nueva vida en el cielo te prometo que siempre cuidaré de ti, te protegeré y seguiré haciéndote feliz cada día. Al igual que tenía planeado aquí, quiero pedirte que te cases conmigo en el cielo. Hoy he pedido tu mano a tus padres y nos han bendecido. Ahora llevas en tu preciosa mano de manicura francesa un anillo de oro blanco que te he comprado para que cuando estés allí, recuerdes mi compromiso. Y cuando vaya a buscarte, si tú aceptas, ser también un matrimonio ante los ojos de Dios».
«Gracias por devolverme la felicidad en la vida de la tierra, y por cada día que hemos compartido juntos y que han sido los más bonitos de mi vida. Atesoro todo el amor que me has dado y lo llevaré siempre conmigo. Gracias por cuidarme desde el cielo y compartir conmigo tu familia en la tierra que ahora también es la mía».
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«Sé que cada noche que mire al cielo buscando a Terestella allí estarás tú, mi marmotilla, iluminándome y cuidándome... hasta que al fin yo pueda reunirme contigo y continuar nuestra historia juntos, por fin, tras nuestro tan esperado abrazo.
Y es que al final/puedo creer que somos dos pájaros blancos/que se asoman a un libro abierto/donde al final pueden tocar,/las estrellas... del Universo. Sogni d'oro. Ti amo, amore (Dulces sueños. Te amo, amor mío)».
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«Así es», confirma la madre de Teresa. «José Luis nos pidió su mano y le compró un anillo que descansa junto a sus cenizas, para que ella recuerde que está comprometida con él, y para que lo espere en el cielo».
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