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Especial: El último vampiro de Granada
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El último vampiro de Granada

LOBRES ·

El capitán Francisco de Arroyo fue un reputado hombre de negocios que se asentó en Lobres y sobre quien colgó esta etiqueta tras su muerte en 1602; fue decapitado antes de recibir sepultura y su vivienda aún luce hoy unas inscripciones que le tildan como tal

Chema Ruiz España

GRANADA

Viernes, 29 de octubre 2021, 12:28

Si Francisco de Arroyo Escobar concediera hoy una entrevista, seguramente negaría ser un vampiro. «Entonces, ¿qué fue usted?», se le preguntaría. «Fui capitán de la Santa Hermandad», se presentaría sin vacilar. También se definiría como un acaudalado hombre de negocios, propietario de casi cada palmo de terreno de Lobres. Allí se asentó, en una vivienda de cuya ubicación, privilegiada en la época, podría presumir. Tal vez habría que insistir para que detallara que labró su fortuna y reputación vendiendo esclavos, con los que expresaba nula clemencia. Lo cierto es que en su tiempo se consideró que había un halo oscuro en torno a su figura y escarbar en su pasado revela detalles escabrosos, así como historias que de generación en generación fueron forjando su leyenda. Todo confluye en tres carteles que fueron colgados en su casa tras su muerte: «Eres el último vampiro».

Todo lo que envolvió al capitán Francisco de Arroyo después de que falleciera, el 10 de febrero de 1602, es casi una ruina en la memoria de Lobres. Los adoquines que hoy forman las cuestas de este anejo de Salobreña apenas acostumbran a escuchar ruido, y menos conversaciones sobre esta historia. Allí, todo el mundo se conoce y quienes no lo hacen disponen de una red de contactos que les uniría con un par de llamadas, pero pocos saben de su vampiro, o han dejado que se diluya el recuerdo en la cotidianidad.

Vídeo. El capitán Francisco de Arroyo fue enterrado en la Iglesia de San Antonio. JAVIER MARTÍN

Partiendo de lo debidamente documentado, antes de que la crónica de su vida tornase en leyenda, Francisco de Arroyo Escobar fue un cuadrillero de la Santa Hermandad, que fue ascendido a capitán por los méritos obtenidos durante la Guerra de Granada contra los moriscos. En esta actuó a las órdenes de Juan de Austria y del duque de Sesa, y «se distinguió por su arrojo», según recopiló el historiador Manuel Domínguez en el libro 'Historias Curiosas del Antiguo Motril', quien trasladó estos datos a IDEAL. «Terminada la guerra, se dedicó a perseguir moriscos huidos por las Alpujarras», abunda la citada obra. El objetivo de esta afición era puramente comercial: tras capturarles, les vendía en Granada, en la Plaza Bib Rambla, como esclavos. Trascendió durante los años su crueldad y ausencia de piedad. «Fue temiblemente famoso por no perdonar a nadie y ser de trato difícil», apuntó Domínguez.

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«De hecho, era una subasta de esclavos al mejor postor», podría apostillar el capitán. En cualquier caso, fue el principal pilar sobre el que construyó su fortuna, que le permitió adquirir la mayor parte de las propiedades de Lobres -un 71,65% del suelo del anejo-, incluido un ingenio azucarero que anteriormente perteneció a moriscos, y desarrollar otros negocios, como, por ejemplo, la regencia de un prostíbulo -«¡Mancebía!», objetaría-. Habitó frente a la iglesia de San Antonio, en una finca amplia compuesta originalmente de dos edificios que, según cuentan los vecinos, se levantó sobre un antiguo cementerio. En dicho templo fue enterrado tras su muerte, lo que permite calibrar su relevancia en el lugar, y sus bienes quedaron en manos de su hija, Jerónima de Arroyo.

El entierro

Hasta aquí se cuenta una biografía no muy distinta de la de cualquiera de los altos mandos que participaron en la guerra contra los moriscos. Sin embargo, el relato se continuó escribiendo tras la sepultura del capitán. Una reforma de la iglesia a finales del siglo XIX motivó la apertura de la tumba de Francisco de Arroyo, lo que reveló una imagen que perfundió el temor entre los habitantes de Lobres. Su cráneo estaba separado del cuerpo, ubicado a los pies del esqueleto.

Una práctica insólita que se asoció de inmediato con una medida preventiva ante una personalidad siniestra. Fue asemejada al ritual empleado para inhumar a los vampiros, como apunta el concejal del anejo, Nelson Ligero, quien puntualiza que lo habitual era también introducir una piedra bajo la lengua del cadáver, cosa que no ocurrió en este caso. Para zanjar la historia entre los habitantes de Lobres, los restos fueron separados y sepultados en distintos lugares del templo. La lápida se destruyó y los años sumieron lo ocurrido en el olvido.

Advertencia en casa

Dejar de hablar de ello fue sencillo hasta que un giro reciente reavivó el guion. En 2013, un lavado de cara a la antigua casa del capitán permitió hallar dos enigmáticas inscripciones talladas en lugares estratégicos de la vivienda. En concreto, en la parcela exterior, que entonces conectaba los dos sectores de la propiedad. «Ahora es territorio de gatos y arañas», puntualiza la actual propietaria. La primera da la bienvenida a la finca, empotrada en en una de las jambas de la verja de acceso. Es la más deteriorada, incluso pintada en blanco, con los bordes ya derrumbados. No obstante, aún se intuye el grabado que en su momento recogió Manuel Domínguez: «Cabrón, eres el último vampiro». Mucho mejor conservada está la segunda que se encontró entonces, ubicada en un pilar dentro del patio. Con una profunda grieta cerca de su eje, permite leer con claridad la advertencia «cuidado con los vampiros».

Las tres inscripciones halladas en la vivienda del capitán Francisco de Arroyo. C. R. E.

Esta incluye una fecha, 1910, que coincidiría con el tiempo en el que se desenterró el cadáver, y, bajo ella, se hizo una señal poco menos que ininteligible. Es el mismo símbolo que compone una tercera losa, hasta ahora desconocida, que la actual dueña de la casa mostró a este periódico. Esta se encuentra en una de las vigas que sostenía la segunda estructura que conformaba la finca, de la que hoy solo quedan vestigios. Ampliado, aparenta ser un monigote con la cabeza separada del cuerpo, con unas letras de difícil interpretación a sus pies. «Pueden estar relacionadas, o no, con la biografía personal del capitán Arroyo», expresó Manuel García. Nelson Ligero, por su parte, agrega que «lo más extraño» es que se hablara de vampiros antes de la llegada del cine.

«Quiero hacer obras, pero a la vez me gustaría conservarlo», expresa la propietaria de la finca, que prefiere mantener el anonimato para evitar un aluvión de curiosos y afirma que, aunque remoce la finca, conservará el pilar en el que se ubica la inscripción mejor preservada. La vivienda fue registrada en 1960, si bien su dueña, que la adquirió en 2005, subraya que ya llevaba muchos años en pie. Desde el exterior, se percibe en la fachada del edificio una división entre la casa y un espacio inferior, actualmente tapiado y sin vía de acceso. «Dicen que está construido con los huesos de los esclavos que fue capturando, pero que ahora hay un aljibe», cuenta su inquilina. Ella trató de encontrar una explicación a la aparición de los grabados. «Pensé por la letra que podrían haber sido unos niños, pero mira la altura -dos de ellos están en torno a 180 centímetros sobre el suelo-. Hay algo raro», abunda.

Patio exterior de la casa en la que vivió Francisco de Arroyo. JAVIER MARTÍN

Sobre la finca de Lobres circulan más relatos. Ligero detalla que vecinos del anejo que vivieron allí sostienen que «la puerta de la casa era de cristal y se iba a hacer pedazos de lo que se movía». Se abría y cerraba sola, apunta, algo que no ha percibido su actual dueña. Otra historia cuenta que, hace años, unos tractoristas se hospedaron unos días en la casa. «Tras la primera noche, se levantaron y preguntaron a la propietaria si había escuchado el terremoto, a lo que ella respondió que no. A la noche siguiente sucedió lo mismo. Al tercer día, los hombres hicieron la maleta y se fueron, afirmando que se movía la cama».

«¿Por qué se le enterró de esa forma y se colgaron estas inscripciones si no es un vampiro?», cabría preguntar al capitán si fuera posible. Apoyándose en los registros de subastas de 1571, recopilados por el profesor y escritor Gabriel Medina Vílchez, es posible imaginar la respuesta que daría Francisco de Arroyo. «Probablemente, por la forma en que hice mi fortuna. Recuerdo una subasta, un 14 de abril, en la que vendí a un morisco de 13 años que se hacía llamar Domingo Velasco por 38 ducados y a otro, de 15, que se llamaba Andrés de Baena por 42 ducados. Se me quedaron seis por vender que estaban enfermos. El resto es historia», concluiría.

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