Una vida de la mano
'De la mano', el documental ·
Crónica de dos años con Antonio, vecino de Maracena al que han instalado una mano biónica después de perder cuatro dedos en un accidente laboral y a su mujer, María José, por la ELA'De la mano', el documental ·
Crónica de dos años con Antonio, vecino de Maracena al que han instalado una mano biónica después de perder cuatro dedos en un accidente laboral y a su mujer, María José, por la ELAAntonio tiene seis dedos en las manos y tres recuerdos sobre la mesa: una fotografía enmarcada, un maletín oscuro y un viejo teléfono móvil. En el último año, su casa de Maracena apenas se ha movido, ni siquiera cuando Alan Parsons se colaba por los ... altavoces del salón. Antonio se ha dejado barba, pesa quince kilos menos y, aunque se ha operado la vista, guarda las gafas en un cajón por si le pasa como a Supermán y alguien no le reconoce. Sus ojos azules bailan de un recuerdo a otro, tratando de decidir por qué capítulo empezar. Finalmente, alarga su mano izquierda, la completa, y sujeta con fuerza la fotografía. «Qué bonita eres», suspira, mientras acaricia el cristal con el único dedo que le queda en su mano derecha.
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La fotografía es preciosa y fue portada de IDEAL el 19 de febrero de 2020. Diez médicos alegres y orgullosos rodean a María José Díaz, autora de un libro de recetas para pacientes con ELA. Ella, sentada en su silla de ruedas, sonríe espléndida con las pupilas clavadas detrás del fotógrafo, lejos del objetivo de la cámara, justo donde aquella mañana estaba Antonio, recibiendo en silencio las dos palabras que ella ya no podía pronunciar. Al terminar la entrevista, María José escribió en su móvil una última nota de voz: «Antonio sí que tiene una historia. Una historia de película. Perdió la mano. Le van a poner una biónica».
El 28 de marzo de 2019 se cumplían dos años exactos desde que a María José le diagnosticaron ELA. Ya casi no podía hablar. Antonio Caballero (Granada, 1966) estaba cortando marcos en el taller del negocio familiar, la Cristalería Felipe Caballero, en el centro de Maracena. María José le llamó por teléfono, alterada, y él salió corriendo. Cuando llegó a casa se la encontró en el suelo, con un bulto enorme en la cabeza. «Se había caído. Y ese mismo día, por la tarde, sucedió el accidente –relata–. Estaba con la máquina de cortar molduras. Un muelle hidráulico falló justo cuando pasaba por el tope. Me cortó la mano. Los dedos cayeron al suelo».
La ambulancia le llevó a Urgencias y de allí salió disparado al Hospital Virgen del Rocío, en Sevilla, donde intentaron, sin éxito, coserle el pulgar. En ese trayecto se recuerda diciéndole a los médicos que no podía irse de Granada, que María José la necesitaba ahora más que nunca, que qué iba a hacer con una mano. «Que qué mierda de suerte era esta». Al volver a casa, ambos sentían que les habían cercenado una parte de su cuerpo pero, pese a todo, tomaron una decisión. «Dijimos de vivir el día a día –cuenta Antonio–. Y eso hicimos hasta el final».
El Hospital Asepeyo de Coslada, en Madrid, seleccionó a Antonio para instalarle una mano biónica. Algo que debió suceder en 2020, pero llegó la pandemia, el mundo se paró y, en medio de una nada de mascarillas y distancias de seguridad, María José falleció el 1 de octubre de ese año. «A ella era algo que le hacía mucha ilusión. Le hubiera encantado estar conmigo en todo el proceso de la mano. Sí, hubiera alucinado».
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–¿Cree en la suerte?
–Ella nunca se quejó de la enfermedad, como yo, que decía que qué mala suerte, que un segundo antes y me hubiera librado. Cuando a María José le falló la parte derecha, aprendió a usar la izquierda. Cuando le falló la izquierda, empezó con la silla de ruedas. Así hasta el final, siempre sonriendo.
Antonio coloca la fotografía en su sitio y se acerca el maletín de un leve tirón. «Ya va mucho mejor», dice conforme lo abre y muestra su interior. La mano biónica, encajada en un soporte acolchado, tiene cuatro dedos de fibra de carbono, todos menos el meñique. Antonio se restriega crema hidratante en el muñón para introducirlo suavemente por el guante, fabricado a su exacta medida. «Parezco totalmente un robot», bromea. Luego frunce el ceño como Yoda en 'La guerra de las galaxias' y sus dedos biónicos empiezan a moverse. «Sólo tengo que pensar que quiero moverlos y se mueven. Basta la intención, hacer el gesto, como si estuvieran ahí de verdad, y los dedos se mueven. Mi mano se mueve».
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El 16 de junio de 2021, Antonio viajó al hospital de Asepeyo en Coslada para recoger su mano. Llevaba meses de entrenamientos, pruebas y mediciones. «Esta es la definitiva –decía en el coche, de camino a Madrid–. Estoy contento, voy a poder coger un vaso, beber, comer, abrir una puerta... ¡Hacer una peineta, que hace mucho que no la hago!», reía divertido. «Y trabajar, claro –añadió–. El objetivo del proceso es volver a recuperar mi vida, ayudar en lo que pueda».
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Dentro del hospital le esperaban la doctora Mónica González Nuño, responsable de la Unidad de Prótesis y Órtesis de Asepeyo (ya no está allí, ahora trabaja en la unidad de amputados de La Paz), e Iván Germán, responsable técnico en España y Portugal de Össur, empresa líder en la construcción de prótesis no invasivas de última generación. Germán inició el programa de la mano biónica en una tableta y comenzó a darle instrucciones a Antonio: «Abre. Cierra. Un impulso fuerte. Ahora suave. Muy bien, muy bien, no te has olvidado», le decía.
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Antonio, concentrado, fue superando niveles y aumentando la dificultad: primero cogió un cubo de madera, similar a los que usan los niños pequeños para construir castillos en la playa. Luego apiló vasos de plástico, uno encima de otro; agarró y soltó una caja; arrastró una bolita de metal; colocó un naipe sobre una estructura de piezas que él mismo había levantado antes... Todo una y otra vez. Hasta que fuera perfecto. Hasta que fuera suyo. «Cuando vuelva a casa le tocará seguir a él. Esto es un proceso largo», apuntaba la doctora González, consciente del esfuerzo que suponía.
Volvió a Maracena con la mano, pero por poco tiempo. Tuvo que ir y venir varias veces, durante meses, hasta que consiguieron una auténtica sincronía entre la piel y la máquina. «Se alargó la cosa porque el encaje me apretaba bastante, me hacía daño, y tuvimos que ajustarla varias veces –explica Antonio, en el salón de casa, abriendo y cerrando la mano biónica con ese ruido tan característico, tan robótico, tan único;tan suyo–. La mano ya es definitiva».
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–¿Se maneja bien con ella?
–Sigo aprendiendo: los impulsos fuertes, los flojos... Ensayo mucho, pero por ahora no suelo salir a la calle con ella, para no llamar la atención. El otro día se me quedó mirando un niño y le dije que era un androide –ríe a carcajadas–. Pero vamos, eso no me molesta.
Antonio tiene seis dedos propios y cuatro biónicos sobre la mesa. Es invierno otra vez y lleva casi un año contando su historia a los periodistas. La primera entrevista fue el 25 de febrero de 2021 y, pese a la experiencia, todavía no se ha acostumbrado a la cámara. «¡Ni me voy a acostumbrar! Es que no me gusta lo de las fotos, ya lo sabéis», dice, aguantando la risa. En ese momento, sereno, señala el viejo móvil que hay sobre la mesa. «No lo encendía desde que se fue María José –empieza–. ¿Sabéis qué había? Mensajes. Un montón de notas escritas para que yo las encontrara, para que yo las leyera... Yo no lo sabía». Las manos se quedan quietas y los ojos, apretados, tiemblan fijos en el móvil, como si intentara darle al teléfono una orden desde su cerebro. Pero no funciona. «La verdad es que es bonito saber que siempre pensaba en ti, saber que te quería mucho. Pero es duro... es duro... –por mucho que intenta contenerse, un par de lágrimas caen sin remedio– Leer lo que ella pensaba o lo que ella sabía que iba a suceder... ¡Significa que me conocía mejor que yo!».
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–¿Y ahora qué?
–Mientras pueda, viajar, que es lo que nos gustaba. Y lo que me gusta, claro. Me encanta conducir. Y ayudaré en Agraela (Asociación Granadina de Afectados de Esclerosis Lateral Amiotrófica) todo lo que pueda. Y al que pueda echarle yo una mano, pues lo mismo.
–Echar una mano...
–Bueno, una y pico –ríe.
–Ya que puedes hacer peinetas, después de todo lo pasado, ¿a qué se la haces?
–Lo que ha pasado no es para mandarlo a la mierda, es una experiencia de cuatro años malos, pero la vida es así de dura algunas veces. No se puede luchar contra algo que no está en tu mano. Esto me ha hecho recapacitar. Antes tenía unas prioridades y ahora, otras.
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–¿Cuáles son ahora?
–Vivir un poco más. Cuando te pasan estas cosas y tienes tiempo de verdad para pensar, te das cuenta de que estabas equivocado. Desde los 14 años trabajando hasta que me pasó el accidente y siempre el trabajo era la prioridad y es una equivocación total y absoluta. Hay que vivir. Vivir de verdad.
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Antonio estrecha su mano biónica y se despide. «No se puede perder siempre ¿verdad?», dice antes de volver a la cocina a preparase un bocadillo para el viaje. Se va a recorrer el norte de España. Y luego el sur, el este y el oeste. Se va a «vivir de verdad» y a concentrarse en un impulso fuerte, muy fuerte, para hacer que sus dedos agarren, estén donde estén, los de María José. Juntos. De la mano.
'De la mano' es un documental de IDEAL.
Escrito y dirigido por José Enrique Cabrero.
Imagen: Ramón L. Pérez.
Montaje: Amanda Martínez.
Postproducción: Javier Martín.
Infografía: Carlos J. Valdemoros.
Animación: Jaime Visedo.
Canción 'Dominar el tiempo', Dolorosa.
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