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Salvador Arroyo
Miércoles, 9 de marzo 2022
Escasean los alimentos, no hay medicinas, la electricidad y las comunicaciones móviles han sucumbido. Y ninguna de sus calles se mantiene indemne a la destrucción. Mariúpol, esa pequeña ciudad portuaria al sureste de Ucrania que está siendo golpeada insistentemente por los bombardeos rusos desde hace ... una semana, vive ya el infierno. Una situación que la Cruz Roja define sin medias tintas como «apocalíptica».
Desastre humanitario en ciernes. Al que la pugna de relatos de esta guerra no permite todavía dar certificado final. Las cifras de heridos o fallecidos entre la población se presumen dramáticas en esta localidad que tenía poco más de 400.000 habitantes hace cuatro años.
La Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas advierte de las dramáticas incógnitas que están por despejar. En las últimas horas cifraba en 861 los heridos y 474 los muertos civiles en la guerra de Ucrania. Pero «la oficina cree que las cifras reales son considerablemente más altas». Y ponía el foco, de hecho en las consecuencias del hostigamiento a Mariúpol, con cientos de denuncias de ataques a sus habitantes con armas explosivas, incluidos los bombardeos de artillería pesada, sistemas de lanzamiento de cohetes múltiples y ataques con misiles aéreos.
Guerra en Ucrania:
Mercedes Gallego
Este miercoles el serial de bombardeos golpeaba a un hospital materno-infantil. «La destrucción es colosal y hay personas atrapadas bajo los escombros», alertaban las autoridades locales. El presidente del país, Valídimir Zelenski, lo denunciaba a través de Twiter. Calificaba el hecho de «atrocidad». «Hay gente, niños, bajo los escombros. ¿Cuánto tiempo más seguirá el mundo siendo cómplice e ignorando el terror? ¡Declarad ahora mismo la zona de exclusión aérea! ¡Detened la matanza! Tenéis el poder, pero parece que estáis perdiendo la humanidad», acusaba a la OTAN, que persiste en la posición de no extender el conflicto fuera de las fronteras de Ucrania.
Tras varias horas de especulación sobre la envergadura real y las consecuencias de este ataque, el responsable regional, Pavlo Kirilenko, en declaraciones a la televisión ucraniana, confirmaba que al menos 17 adultos habían resultado heridos. En principio «ningún niño» entre ellos. No hablaba de fallecidos. Aunque la simple constatación de que el Kremlin había elegido este objetivo ya desencadenó la indignación internacional.
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«Ningún centro sanitario debería ser jamás un objetivo», aseguraba la portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric. «Es atroz ver el uso bárbaro de la fuerza militar contra civiles inocentes en un país soberano», aseguraba la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, en rueda de prensa. Incluso El Vaticano tildaba de «inaceptable» el ataque. «No hay razones, no hay motivaciones para hacer esto», planteaba el cardenal Pietro Parolin a los periodistas.
El de este miércoles era el último episodio negro que se escribe en esta ciudad que descansa a orillas del mar de Azov y que se ha convertido en un punto clave para la estrategia del Kremlin que, a través de ellas, pretende conectar la Rusia continental con la peninsula de Crimea que invadió en 2014. El Gobierno de Zelenski sostiene que Mariúpol lleva nueve días siendo machacada por bombardeos «sin comunicaciones, electricidad, comida y agua».
Desde Médicos Sin Fronteras se viene insistiendo desde hace días en situaciones críticas. Verdaderas penurias. «Recogimos nieve y agua de lluvia para poder beber»; «también intentamos conseguir pan, pero no hay claridad en cuanto al horario ni los lugares donde se distribuye».
«Según cuenta la población, varias tiendas de alimentación han sido destruidas por los misiles y aquello que podía salvarse se lo llevaban personas desesperadas. Seguimos sin electricidad, ni agua, ni calefacción ni red de telefonía móvil. Nadie ha oído hablar aún de ninguna evacuación. Las farmacias no tienen medicamentos», relataba uno de los trabajadores de esta entidad.
A escasas horas de la que se presume será la primera cita importante para buscar una salida a esta guerra –la reunión programada para este jueves entre los ministros de exteriores de Ucrania y Rusia bajo mediación de su homólogo turco Mevlut Cavusoglu–, el jefe de la diplomacia ucraniano, Dmitro Kuleba, exigía a Occidente que tome medidas de fuerza «a fin de detener esta guerra bárbara contra civiles y bebés».
Kuleba subrayaba que el Gobierno de Moscú «está bloqueando la ayuda humanitaria y la evacuación» de civiles de Mariúpol haciendo uso de «bombardeos indiscriminados». Y se refería a la crítica situación en la se encuentran los más pequeños. «Unos 3.000 bebés necesitan alimentos y medicinas», aseguraba antes de insistir en que la comunidad internacional debe «actuar sin pérdida de tiempo».
La demanda de vías seguras para que los civiles pudieran salir de la ciudad se mantiene desde el primer día del asedio a Mariúpol y a otros nucleos urbanos. Este miércoles, el que se estableció con destino a Zaporiyia, también al sureste, fracasó, como viene sucediendo desde hace días. Porque los ataques rusos no cesaron.
La Organización Mundial de la Salud confirmó este miércoles que al menos diez personas han muerto y dieciséis han resultado heridas en un total de dieciocho ataques perpetrados en Ucrania contra centros sanitarios y ambulancias desde el inicio de la invasión. El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, mostró su preocupación por estos hechos, expresó su rechazo a la guerra y reclamó al Kremlin que resuelva la crisis «de forma pacífica».
La organización destacó que los bombardeos contra hospitales «privan a comunidades enteras de atención sanitaria», lo que agrava la propia asistencia a las víctimas de los enfrentamientos, así como al resto de la población, que tampoco puede hacer frente a enfermedades o a la epidemia del coronavirus. Adhanom Ghebreyesus solicitó a Rusia que «permita el acceso seguro y sin trabas de la ayuda humanitaria a quienes la necesitan» e insistió en que «una resolución pacífica es posible».
Por su parte, Michael Ryan, director ejecutivo del Programa de Emergencias de la OMS, señaló que hasta un millar de centros de salud «de diferente tamaño están en primera línea de la guerra o a menos de diez kilómetros», lo que confirma que «el sistema sanitario se está viendo envuelto en este conflicto». Alertó de que, aparte de los ataques directos o indirectos, «algunos hospitales están siendo abandonados por las autoridades ucranianas porque, sencillamente, no pueden funcionar y se intenta trasladar el equipo hospitalario y a los médicos y enfermeras».
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