La Borriquilla en Granada
El brillo en los ojos capaz de esperar un añoLa Borriquilla en Granada
El brillo en los ojos capaz de esperar un añoCon la inmediatez de los tiempos, para pocas cosas hay que esperar un año. Sí hay que hacerlo para salir en procesión; incluso, aguardar varios si la lluvia agua la fiesta o si aparece una plaga llamada coronavirus. Esta vez el sol luce fuera y, ... al buen tiempo, las caritas son un poema de amor. Es Domingo de Ramos en Granada y el incienso comienza a mezclarse en la calle Elvira con el aroma a shawarma. Huele a primavera, se palpa la alegría en los colores de las ropas. Afuera ya aguardan para ver salir a la hermandad de la Borriquilla y dentro, en la iglesia de San Andrés, se apelotonan con gusto las 700 personas que conforman esta procesión, que es la que abre la Semana Santa y la que da paso a la vida, porque entre los hermanos los hay mayores y menores. Hasta hay bebés perpetuando el gusto por lo cofrade con sus chupetes. En la hora y media previa a la salida pasan muchas cosas intramuros y todas son bonitas de contar.
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Jorge Martínez
Se alza la voz con una instrucción clara: «Los niños que quieran ir al baño saldrán y aprovecharán para ir a los aseos de la Catedral». José Antonio Gámiz, el cabeza de la hermandad, lo confirma. Los niños también son niños en una procesión. «Sacar a la calle a gente tan joven tiene alguna dificultad pero muchas cosas buenas. Se contagia uno de su brillo en los ojos».
Ese brillo en los ojos lo tienen Martín y Lucía, siete y ocho años, que van de monaguillos y que llevan en la cesta pañuelos de papel además de piruletas envueltas con la imagen del Señor y la Virgen. Lo que pasa que, como ellos ya han tenido algún imprevisto, han usado cada uno un clínex que no saben dónde tirar y han decidido dejarlo en la cesta. La emoción les hace interrumpirse y moverse de aquí para allá mientras haya espacio. Un ordenado caos reina en la iglesia de San Andrés, donde es inimaginable que esa grupo de personas, cada cual a lo suyo buscando su hueco, se vaya a convertir al pisar la calle en una disciplinada procesión. De que todo vaya bien de puertas para fuera se encarga el diputado mayor, Manuel Tabasco, que se levanta la manga y muestra una chuleta con los horarios que hay que respetar. Por donde deben andar en cada momento. Para saber dónde va cada uno y orquestar a esta familia tan dispar, han realizado una maqueta y han trabajado un año entero.
Las mantillas se calzan los tacones mientras los costaleros se fajan y se ajustan el costal. Los minihebreos se adaptan al espacio que les han dejado y sostienen las palmas con formalidad. Allí no hay llantos ni carreras. Salieron por primera vez en brazos y ahora andan solos. José Luis Riquelme, uno de los hermanos veteranos, también salía de chaval. Se desconectó una época y volvió el año pasado a llevar una pesada cruz por una promesa. Este año vuelve a cargarla porque no le importa y, en estos momentos previos, busca a algún compañero que le ayude a ponerse una especie de arnés para acomodar esta pieza de la que ni siquiera calcula el peso.
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La única cara triste es la de Rubén, que, a sus 22 años, mantiene la pierna vendada y estirada mientras los demás se preparan para meterse debajo del trono. Es costalero del Cristo pero se le ha salido la rodilla jugando al fútbol. Después de un año esperando se ha quedado en el banquillo porque no puede caminar. «Da cosa, me da pena pero sé que tengo muchas oportunidades de volver a salir», dice junto a María, que va de mantilla y le acompaña en este amargo trago.
Mari también es mantilla. Experimentada y cariñosa va ayudando a los acólitos a enfundarse bien en las vestiduras. Le desean un feliz Domingo de Ramos, mientras ella busca su sitio de riguroso luto con la peineta y acicalada para esta importante cita.
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Hay quienes buscan su lugar mientras las autoridades cogen su vara de mando. Hay abrazos. Hay reencuentros. Hay anonimato bajo los capirotes y nombres y apellidos que se avisan de los pocos minutos que quedan para salir. Se hace el silencio. El bullicio callejero no traspasa la densa puerta de la iglesia. Los ojos brillan, algunos vidriosos por la emoción. El corazón se acelera. Entra la luz de la calle. Un aplauso fuerte anuncia la salida. Están listos. Los bebés en brazos, los niños de la mano, los costaleros bajo las imágenes. Ha pasado un año desde la última vez que recorrieron Granada a golpe de llamador. Un año de esa emoción que no se olvida y que vuelve a inundar ese tiempo detenido en la calle Elvira.
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