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Pablo y Candelaria miran a un penitente cruzar Gran Vía desde la Cafetería Internacional. RAMÓN L. PÉREZ
Miércoles Santo en Granada | La inesperada hermandad de Cárcel Baja: natachoc, Pokémon y una paella con café
La Contracrónica

La inesperada hermandad de Cárcel Baja: natachoc, Pokémon y una paella con café

Todo sucede en la misma esquina, al mismo tiempo, mientras miles de personas esperaban el inicio del Miércoles Santo

Jueves, 14 de abril 2022, 00:57

Miércoles Santo, cuatro de la tarde. Una familia navega feliz por Cárcel Baja, hacía Gran Vía, esquivando a los paseantes como si fueran una lluvia de meteoritos. Un padre, una madre, un niño y una niña. «Yo lo voy a querer de natachoc», dice el pequeño. «Se dice es-tra-cha-te-la», responde la hija, con un tono genuinamente granaíno. A su lado, uno de los meteoritos contiene una carcajada al escuchar la conversación y deja volar un «suerte» que suena a profecía maldita.

Al acercarse a Los Italianos, el padre arrastra la «í» de un sonoro «lavín» conforme sigue con la mirada la cola que sale de la heladería. «Vamos a la puerta de los granaínos», propone la madre, refiriéndose a la entrada trasera, por calle Abenamar. Pero no, «también hay un cacho de cola importante», apuntan. «Nos vamos. Yo no hago cola aquí, que somos de Graná», termina el padre.

La esquina de Cárcel Baja es la acequia de Gran Vía. Así, con el tráfico cortado, la gente aprovecha para hacerse selfies en mitad de la calle mientras clavan sus sombrillas a ambos lados de la orilla. Miles de bañistas cofrades que miran el reloj y el cielo con la misma inquietud.

Entre los pies de los adultos, un grupo de niños ha formado una alfombra de abrigos para librar una cruenta batalla: «¡Yo elijo a Pikachu!», grita Guillermo. «¡Yo tengo a Blastoise Vmax!», le responde Elvira. Eulalia, su madre, sonríe con los hombros alzados: «Esto es una mezcla de culturas estupenda: disfrutan de las cartas Pokémon, japonesas, mientras esperan algo tan cultural y granaíno como es el Cristo de los Gitanos. Y ellos tan felices».

Elvira, David y Guillermo, en plena refriega Pokémon. J. E. C.

En esa misma esquina hay gente que opta, sin embargo, por ver los toros desde la barrera. En la Cafetería Viacolon, José y Manuela, de 80 y 70 años, piden un café con leche y una porción de tarta de piononos para compartir. «Todas las tardes salimos a tomar café –explica ella, mirando a la calle como si fuera un programa de Canal Sur–, pero hoy aprovechamos para ver las procesiones. Este es un buen sitio».

Al otro lado de Cárcel Baja, en la Cafetería Internacional, Pablo y Candelaria, de Argentina, siguen el alboroto mientras le dan un biberón a su bebé, Delfina. «Qué ambiente, es buenísimo. Cuando llegue el momento saldremos fuera, a ver esas emociones tan famosas», dice Pablo.

El momento, la salida de los Gitanos, se hará de rogar, claro, pero ellos todavía no lo sabían. Una tragedia en tres actos, la de la lluvia, que duró, exactamente, lo que se tarda en comer una paella con café. Anne y Thomas, dos turistas británicos, se sientan en otra de las mesas de la Cafetería Internacional a las 16.30 horas. Cogen el menú, señalan el arroz y añaden, please, dos tazas de café americano.

Quince minutos después, la calle rompe en una ovación que une varios momentos, todos, más o menos, a la vez: Antonio, de penitente, se acaba de tomar un pestiño en la Olimpia 21, «para coger energías»; David, Marín, Antonia y Manolo mojan una sopita de pan en los restos de un chuletón de carne vieja, en el Asador Contrapunto; Anne y Thomas degustan la primera cucharada de paella con un exquisito sorbo de café; y los Gitanos salen a la calle por primera vez.

Una paella con café. J. E. C.

Con las primeras gotas, el rumor se extiende rápidamente por la hermandad de Cárcel Baja: «Que vuelven dentro, que no salen». La gente se agolpa bajo los balcones de la calle y así, pegaditos a la ventana del bar, observan a Thomas y Anne echarse un segundo plato de arroz. «¿Quién se come ahora una paella?», pregunta un adolescente, provocando una carcajada entre los amigos. Media hora después, con los platos rebañados, la pareja británica se levanta de la mesa al tiempo que una ovación recorre Gran Vía. «¡Que sí sale, que sí sale!».

Luego, en la misma esquina, la familia de los helados regresa, por si la lluvia también ha disipado el ansia de Los Italianos. Pero no, la cola ahora se pierde por Reyes Católicos. «¿Por qué no me puedo tomar un helado de natachoc?», maldice el padre. «Se dice es-tra-cha-te-la», remata la hija.

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