110 aniversario
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110 aniversario
Viernes, 10 de Mayo 2024, 09:45h
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Traigan gallegos!», ordenó John Stevens, el nuevo ingeniero jefe de las obras del canal de Panamá, atascadas en 1906. Para entonces, los obreros antillanos apenas podían sostenerse en pie, derrengados y diezmados por las enfermedades. El ingeniero norteamericano conocía a los obreros gallegos por la construcción del tendido del ferrocarril en Cuba, la colonia que Estados Unidos había arrebatado a España en 1898. Eran flacos y sufridos. Trabajaban en cuadrillas en las que muchos se conocían desde niños: habían crecido juntos en aldeas remotas, emigraron juntos... Lloraban con las mismas canciones mientras echaban horas a destajo. Si caían enfermos (malaria, cólera, fiebre amarilla), cuidaban unos de otros. «Cada gallego vale por tres», sentenció el ingeniero.
A Stevens le trajeron gallegos. Primero una remesa de quinientos. Los destinaron al infierno de las marismas. Las obras avanzaron. Unas obras grandiosas que obligaron a acarrear piedras como para levantar veinte veces las pirámides de Egipto. «La mayor licencia que se ha tomado el hombre con la naturaleza», escribió un historiador.
Los franceses no pudieron terminar lo que empezaron y vendieron la concesión. El canal era una trampa que se tragaba capitales y hombres. Pero en Panamá sobraba el capital. Aquel país títere lo había urdido un banquero, J. P. Morgan, que convenció a la Casa Blanca para apoyar su secesión de Colombiay convertir el trópico en un edén fiscal. Y la mano de obra la puso Galicia.
La fama de los gallegos llegó a oídos del presidente Theodore Roosevelt, que pidió más de lo mismo. Y a Stevens le trajeron más gallegos. Se creó una oficina de reclutamiento en Europa, se pusieron anuncios y se enviaron cientos de agentes a los pueblos de Galicia. Llegaban con folletos y promesas. Esperaban a los jóvenes a la salida de la iglesia, en los mercados… Les decían que volverían ricos. En realidad, a la compañía del istmo, una empresa creada por el Ministerio de Defensa norteamericano, los gallegos le salían baratos, pues les pagaba lo mismo que a los negros.
A pico y pala se fue excavando la zanja navegable de 82 kilómetros que uniría el Pacífico con el Atlántico. Los trabajadores gallegos llegaron por miles entre 1906 y 1908. Zarpaban sobre todo del puerto de Vigo. La asociación A Nosa Terra ha documentado la presencia de casi nueve mil gallegos y de tres mil de otras regiones españolas, pero las listas son poco fiables y muchos compartían la misma chapa de identificación.
Los gallegos se fueron percatando de su propia valía. Montaron un sindicato. En 1910 organizaron una huelga de brazos caídos para exigir un descanso a media mañana. La pausa del café, que todavía hoy se respeta en Panamá. Muchos echaron raíces. Unos quinientos murieron en el tajo.
El canal se inauguró en agosto de 1914. No hubo festejos, pues la Primera Guerra Mundial acababa de empezar. Trajo la globalización y consagró a Estados Unidos como potencia. La historia de los gallegos estuvo perdida casi un siglo.
Hasta que otro gallego, Juan Manuel Pérez, destinado a la Biblioteca del Congreso, descubrió las fotos que ilustran este reportaje a finales de los noventa. Desde entonces se investiga el destino de aquellos esforzados que trabajaron pro mundi beneficio. Para beneficio del mundo.