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El relaciones públicas de «los peores seres humanos»
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El relaciones públicas de «los peores seres humanos»
Viernes, 22 de Noviembre 2024, 09:57h
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El pequeño Phil Elwood, hijo de un pastor de almas, recibía 50 dólares por entierro. El cementerio estaba junto a un río que no era raro que se desbordara con las aguas negras de la zona. Rodeada de parientes afligidos, la fosa, con el ataúd ya dentro, muchas veces empezaba a rezumar y la misión de Phil era pisar el féretro con fuerza para evitar que la caja flotara en un estanque de mierda.
No puede haber mejor imagen para describir lo que ha sido durante toda su vida el trabajo de Phil. Solo hay que sustituir la mierda por todo tipo de delitos y crímenes contra la humanidad. Ser 'asesor de imagen' de Muamar Gadafi, Bashar al-Asad y las autocracias árabes requiere tanto talento como estómago. Y las tragaderas de Phil, de 45 años, son a prueba de bombas; de hecho, fueron su pasaporte para convertirse en un cotizado relaciones públicas encargado de limpiar la reputación de personas con profundos –y muy merecidos– problemas de imagen.
Lo cuenta ahora en un libro, All the worst humans ('Los peores seres humanos'). «Los agentes como yo nos encargamos de engrasar la maquinaria que sustenta las autocracias de todo el mundo. Ayudo a que esas máquinas funcionen correctamente lavando los pecados de los dictadores a través de la prensa», escribe. Entre otras tareas, Phil Elwood se encargaba de editar las declaraciones del dictador libio Muamar Gadafi para hacerlas digeribles y que fuesen publicadas en periódicos tan respetables como The Washington Post; también se aseguraba de que los desmanes en Las Vegas de los hijos del déspota –más tiránicos aún que su padre– no llegasen a los medios de comunicación.
Entre sus 'obras maestras' está, por ejemplo, lograr que la esposa del presidente sirio, Bashar al-Asad, Asma, protagonizase un amplio reportaje en la revista Vogue titulado La Rosa del Desierto, y que apareciese como epítome de elegancia en «el país más seguro de Oriente Medio» en el año 2012, el mismo en el que el régimen mató a más de cinco mil civiles e inició una guerra que ha costado la vida a más de medio millón de personas. Tampoco tuvo reparos Elwood en ayudar a lavar la reputación del Gobierno nigeriano después de que cientos de niñas fueran raptadas en una escuela en el norte del país por extremistas de Boko Haram. Y, para rematar la jugada, fue uno de los lobistas que ayudó a los cataríes a ganar la candidatura para organizar la Copa del Mundo de 2022. «No estoy seguro de si me siento orgulloso de lo que he hecho o si me da miedo de lo que soy capaz», escribe en sus memorias, que no son exactamente un mea culpa, y que ha publicado una vez ha dejado definitivamente el negocio.
¿Pero cómo acaba el hijo de un párroco siendo 'el fontanero' de los personajes más siniestros? Su historia comienza a finales de la década de los noventa cuando, con 20 años, se instala en Washington tras dejar sus estudios universitarios (luego los terminaría; se graduó en Georgetown e hizo un máster en la London School of Economics). Pronto, el joven Phil se da cuenta de que su perfil encaja perfectamente con la capital del mundo: la clave para medrar está en tener agenda, y él poseía un extraordinario don de gentes. Elwood empieza a trabajar en la firma de relaciones públicas Brown Lloyd James, firma con «clientes tan extraordinarios» como John Lennon o Gadafi. Desde esta oficina, Elwood entró en contacto tanto con hackers rusos como con espías israelíes, pero nada tan peligroso como tratar con los hijos de Gadafi.
En el verano de 2009 le encargaron 'cuidar' de uno de los diez hijos del líder libio que estaba alojado en una suite de un hotel en Las Vegas. Mutassim respondía al patrón de 'hijo de dictador': quería salir de fiesta todo el rato, idealmente con una modelo concreta (de nombre Natasha), gastar mucho dinero en los casinos y disponer de cantidades industriales de cocaína. El trabajo de Elwood era asegurarse de que nada de eso llegara a ser noticia y evitar que un grupo de libios drogados y armados le dispararan a él si algo salía mal.
Cuando comprobó que Gadafi Jr. tenía tanto interés en jugar con las armas como con los dados, Elwood llamó a un amigo para pedirle consejo. Su interlocutor le recomendó que saliera por patas porque Mutassim podría matarlo por capricho y el crimen se encubriría sin mayor consecuencia. A Elwood nada de eso le sonó raro. «Amigo, yo soy una de esas personas que ayudaría a encubrirlo». Después de tres días agotadores, nuestro hombre salió vivo de Las Vegas. No se publicó ningún artículo sobre Mutassim. Misión cumplida.
Más sutil y menos arriesgada, pero también 'flipante', es la implicación de Elwood en que el Mundial de Fútbol de 2022 se celebrase en Catar. El torneo se le adjudicó a Catar el 2 de diciembre de 2010 con el voto a favor de la gran mayoría de los miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA frente a la candidatura de Estados Unidos, que pasó sin pena ni gloria (14 votos contra 8). La estrategia de Catar para llevarse el gato al agua no fue defender las bellezas del país, algo difícil para una nación que no respeta los más elementales derechos humanos y que, incluso para quienes esto no fuese relevante, implicaba jugar en invierno (comercialmente menos rentable) para evitar sus temperaturas extremas.
La estrategia de Catar fue desacreditar la candidatura de Estados Unidos... desde dentro. Y para eso nada mejor que contratar a la agencia Brown Lloyd James. El objetivo: lograr que los propios norteamericanos, el público general, rechazase organizar el Mundial. ¿Pero cómo?
Elwood tuvo una idea genial: la respuesta eran los niños obesos. ¡¿Qué?! Pues sí, la estrategia fue colar en la prensa americana que los fondos que se destinarían al mundial iban en detrimento del dinero destinado a luchar contra la obesidad infantil. El tema no estaba elegido al azar: la obesidad infantil era la causa preferida de Michele Obama, entonces primera dama. Puede parecer surrealista, pero el hecho es que 'coló'. Lograron implicar a una organización para la alimentación saludable de los niños (Healthy Kids Coalition, financiada por la familia real de Catar) y a un congresista, previo pago, para que presentase una resolución contra la organización del mundial por esa razón. La resolución no llegó a presentarse, pero su debate fue suficiente para llevar la conversación a los medios de comunicación y, tras meses de presión, la FIFA expresó su preocupación por la falta de interés del Gobierno de Estados Unidos en su deseo de organizar el evento. Suficiente para inclinar la balanza a favor de Catar.
Elwood no tiene ningún remordimiento por estas cosas. Lo más cerca que estuvo de un sentimiento parecido, cuenta en su libro, fue en 2010, cuando viajó a Bosnia y visitó el campo de fútbol de Srebrenica, donde más de 7000 niños y hombres bosnios fueron asesinados por el Ejército serbio. «Esto era un río de sangre», dijo la guía. Aquello, dice, le hizo reflexionar sobre si su labor estaba apuntalando dictaduras similares a la que perpetró aquella masacre. «Nunca había estado en un lugar donde se hubiera cometido un genocidio». Podría haber sido un punto de inflexión, pero no. Nuestro hombre siguió trabajando para Brown Lloyd James hasta que lo despidieron en 2011. Su siguiente etapa fue trabajar para el experto en gestión de crisis reputacionales Richard Levick, que había asesorado desde a Hugo Chaves y Nicolás Maduro hasta a compañías petroleras durante el derrame de crudo en el golfo de México.
El último encargo que recibió nuestro protagonista fue ponerse a disposición de un grupo israelí llamado Psy-Group, dirigido por exagentes del Mossad. Una de las operaciones de esta unidad de inteligencia era el llamado Proyecto Madison, que usaba avatares falsos para engatusar a combatientes de Isis y sacarles información. La operación, le dijeron a Elwood, la pagaban unos clientes que preferían abonar sus honorarios a una entidad estadounidense en vez de a una israelí; Elwood debía ser su 'hombre de paja' en Washington. En 2016 le dieron un ordenador portátil y le dijeron que lo enchufara, pero que jamás lo tocara. Casi un millón de dólares se enviaron a todo el mundo a través de la cuenta bancaria de Elwood... Hasta que el FBI se plantó en la puerta de su casa como parte de una investigación sobre Donald Trump.
Los agentes habían encontrado evidencias de que Psy-Group se había reunido con el equipo de Trump y les había ofrecido interferir en las elecciones con cuentas falsas de redes sociales. Aunque, al parecer, el equipo de Trump rechazó la oferta y Elwood nunca fue procesado por su trabajo para Psy-Group, la investigación acabó afectando sus nervios. Sufrió trastorno de estrés postraumático e intentó quitarse la vida. Cuenta que lo salvó su mujer. Ahora está en terapia con ketamina y presta sus servicios para clientes menos 'malvados', según ha contado a The Times. «Juro por Dios que no trabajaré para más dictadores, no trabajaré contra la democracia».
El caso de Elwood, obviamente, no es el único. Tras el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en octubre de 2018, la empresa Qorvis fue contratada por el Gobierno de Arabia Saudí para lavar su imagen pública y mitigar las repercusiones negativas derivadas del crimen. Entre octubre de 2018 y julio de 2019, la firma recibió 18,8 millones de dólares por sus servicios, que incluyeron la creación de sitios web y facilitar el acceso de funcionarios saudíes a medios de comunicación estadounidenses.
Otro caso: hasta los Juegos Olímpicos de Sochi, la agencia neoyorquina Ketchum contaba con Vladímir Putin como uno de sus mayores clientes, y cobró unos 40 millones de dólares del Kremlin y Gazprom. Aunque este tipo de actuaciones han sido criticadas por organizaciones de derechos humanos y medios de comunicación, para Elwood es una batalla perdida. Por cada periodista estadounidense hay ocho profesionales de relaciones públicas, dice, a quienes invariablemente se les paga muchísimo más que a los reporteros.