Edición

Borrar
Susana juega con la harina en la entrada de su panadería en la localidad alpujarreña de Capileira. Alfredo Aguilar
«Cambié hornear pan de madrugada por hacer pasteles de día para poder criar a mis hijos»

«Cambié hornear pan de madrugada por hacer pasteles de día para poder criar a mis hijos»

IMPRESCINDIBLES ·

Susana López dejó de estudiar para cumplir su sueño de hacer pan y pasteles para convertirse en una premiada panadera que lleva su propio negocio en la Alpujarra

Domingo, 8 de marzo 2020, 02:45

Susana vive atrapada con las manos en la masa. Los copos de nieve se confunde con la harina que envuelve cual atmósfera su panadería en Capileira, ese pueblo de la Alpujarra de ensueño en el Barranco del Poqueira. Pan, pasteles, harina, nieve y Alpujarra componen una ecuación en la que hay sacrificio, trabajo y determinación. Todo ha empezado en 1972 en Alemania. En Essen, donde sus padres trabajaban de emigrantes en sendas fábricas.

«En la década de los setenta era lo que había. Salir de Granada porque el campo no daba para mantener a las familias. Papá trabajaba en una fábrica de cristal y mamá en otra de yogur. Papá venía de Atalbéitar y mi mamá de Pórtugos». Manos alpujarreñas para levantar el 'milagro alemán'.

De pronto, en las bambalinas de su establecimiento en Capileira, un estruendo rompe el compás. Se han caído al suelo en un despiste unas treinta yemas de huevo preparadas para una bandeja de magdalenas. No pasa nada, se tapa con harina y se recoge. «Y ahora mismo anulamos la masa porque no se puede medir y empezamos de nuevo. ¿Y si nos arriesgamos y no nos salen las magdalenas? Resulta que hemos tirado ingredientes y trabajo, tiempo de trabajo. No pasa nada y empezamos de nuevo». Ahí está cien por cien Susana. Paciencia y calidad en una misma persona.

La evolución de su negocio coincide con los tiempos. Por ejemplo. En 1973 sus padres vuelven a Pórtugos y con la abuela Pilar Perea trabajan en una panadería que pasa a ser de su propiedad. Ahí empieza la relación de Susana con la harina y con el viejo oficio del pan de pueblo.

«Desde pequeña me ha llamado muchísimo la atención. Nuestra vivienda en Pórtugos se dividía en el hogar en la planta superior y la panadería en la planta baja. Yo aprovechaba y me despertaba a medianoche y me iba con mis padres. Les ayudaba a hacer pan». «Tenía seis o siete añillos. Y mis padres se enfadaban. Yo solo quería un barreño para ir haciendo la masa. Pero me mandaban a la cama porque había que dormir e ir a la escuela. Al final, es uno de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia».

De la infancia a la adolescencia, a partir de los doce añitos, «me iba por las tardes con mis amigas y hacíamos magdalenas. Mis padres descansaban porque trabajaban de noche y yo con mis amigas las organizaba y hacía el papel de jefa. Hacíamos magdalenas y roscos de anís».

Alfredo Aguilar

Del pan a los dulces

Del pan pasó a los dulces, de la panadería a la pastelería. Todo ocurrió porque no quería seguir estudiando, sino dedicarse de pleno al oficio que amaba. «Solo se hacían cinco o seis dulces. Ahora tengo 42», se dice a sí misma, orgullosa.

Así que dejó el instituto con 16 años y se puso a trabajar en la panadería. «Me levantaba a las dos de la mañana todos los días. Luego me arrepentí. No hay ni vacaciones ni días libres. Se trabaja 365 días al año. Solo recuerdo vacaciones un día que se casó un primo en Castellón. Todo lo demás era todo trabajar».

En 1989 su padre montó la actual panadería en Capileira y su hermano se quedó con la panadería de Pórtugos. No le ha ido nada mal, ya que ha sido distinguida con dos 'Estrellas de la Ruta Española del Pan'.

-¿Cuándo empezaste a descansar?

-En 2003 y 2004 tuve los hijos. Empecé a trabajar más los dulces porque se pueden hacer por el día y por la noche me dedicaba a los bebés: «Cambié de hornear pan de madrugada por hacer pasteles de día para poder criar a mis hijos». Susana, empresaria, creativa repostera y madre, es harina de otro costal.

Alfredo Aguilar

«No duré en Alemania ni veinte días tras mi nacimiento»

«Con veinte días me trajeron a Pórtugos». «No duré en Alemania ni veinte días tras mi nacimiento». «Me quedé en la Alpujarra con mi abuela, mi 'gran madre', porque los padres se volvieron a Alemania a seguir trabajando. A los nueves meses se volvieron a Pórtugos porque mi madre pilló una depresión de pensar que yo estaba sola tan chiquitilla». Yllegó la oportunidad. «Mi abuela hacía pan en Pórtugos y la panadería la iban a cerrar porque los hijos no querían seguir. Así que llamó a mi madre a Alemania y les dijo que se vinieran. Mi abuela materna Pilar Perea fue la que tuvo la idea». «Ahora tengo mi equipo de trabajo con Diego Molina, María Gualda y Eva Perea».

También son imprescindibles

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal «Cambié hornear pan de madrugada por hacer pasteles de día para poder criar a mis hijos»