«Cogíamos mejillones en Taramay y los escondíamos en un cubo en casa de los abuelos»
Aquellos maravillosos veranos | En femenino ·
Conchi González Insúa preside la asociación de Mujeres Empresarias y aún recuerda sus veranos infantiles junto a su abuelo Lorenzo, el único que le compraba «patatas fritas y Coca Cola»
Concepción González Insúa, empresaria y presidenta de la Asociación Granadina de Mujeres Empresarias, comenzó su andadura profesional con 16 años como trabajadora por cuenta ajena y en dos años inauguró su primer centro dedicado a la imagen personal, un negocio convertido hoy en una gran cadena del sector. Poco antes de aquel viaje iniciático por el mundo empresarial, Conchi, que hoy tiene 52 años, andaba correteando preadolescente junto a una pandilla familiar por las playas almuñequeras de Taramay, junto a sus primos y bajo la vigilancia de su querido abuelo materno Lorenzo.
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«De muy, muy pequeña, con dos o tres años, tengo un recuerdo muy vago de pasar los veranos en Lanjarón, al fresquito, porque mi padre, que fue conductor de la Alsina Graells, procedía de allí y en el pueblo vivían mis abuelos. Mi padre no quería playa e íbamos buscando el fresquito de la Alpujarra. De aquella época es la foto que conservo con la camisetita de lunares y la felpa blanca», evoca.
Algo más tarde, aquellos estíos de montaña se cambiaron por los veranos playeros en Castell de Ferro o en Taramay, donde sus abuelos maternos alquilaban una casa por la que desfilaban los nietos y, entre ellos, Conchi, que era la mayor de las niñas. Tenía por entonces unos nueve años y el Mediterráneo se convirtió en el lienzo de fondo de sus veranos. La vecindad era el universo de los niños y los habitantes de las casas anejas se convertían en poco tiempo en auténticos miembros de la familia estival, con ellos y con el resto se reunían a charlar hasta altas horas de la madrugada.
«Mi abuelo Lorenzo decía que yo me tenía que ir con ellos a pasar el verano sí o sí. Era afectuoso, nos mimaba, me compraba Coca Cola y patatas fritas cuando en mi casa no me dejaban... Era divertidísimo y lo recuerdo cogiéndome para enseñarme a nadar y diciéndome 'venga, que puedes, venga, que puedes...'. Luego, cuando lo conseguí, ya me advertía de que no me metiese donde no hacía pie», apostilla.
Conchi González Insúa vivió aquellos veranos costeros en libertad junto a sus primos. Nunca pasaba nada malo. El peligro no acechaba. Como mucho, cogían incontables cubos de mejillones en las rocas de Taramay. «Ahora que caigo -se ríe la líder de la firma Insúa Benítez Peluqueros de Granada- recuerdo que no nos comíamos los mejillones. Una vez los escondimos en un cubo para que no los vieran mis abuelos y a los días empezó a oler fatal toda la casa y nos descubrieron».
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