Charo y Chari, hija y madre, en el salón de su casa. J. E. C.

Granadina en Cuidados Paliativos

Una tila con Charo: «Me quedan muchas cosas por hacer»

El cáncer, «maldito bichito», lleva desde 2021 con Rosario, vecina de Las Gabias y madre de dos hijos

Domingo, 1 de diciembre 2024

Los ojos de Charo brillan al hablar de Dios. «Soy creyente. Mucho», dice mientras acaricia entre sus manos una bolsita de tela que le cuelga del cuello, como un crucifijo. «Era un portamóviles –sonríe–. Me encanta coser y, cuando empecé a usar muletas, me busqué ... la manera de llevar el teléfono. Ahora –golpea con la palma de la mano la silla de ruedas– uso la bolsa para mi pequeña bombona, un infusor subcutáneo que me administra a cada rato la medicación: morfina, algo para evitar las náuseas y un poquito de calmante». A su lado, sentada en el sofá, su madre, Chari, le trae una tila calentita y le pide que beba. «Bebe, hija, bebe».

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Rosario Jurado, Charo, es maestra, una vez montó un asadero de patatas, trabajó 16 años organizando actividades extraescolares, y vive en Las Gabias con su marido, Fernando, y sus dos hijos. Tiene 46 años. «La semana que viene cumplo 47. Y los que me quedan. Sí, todos los que me quedan por delante». En julio de 2021 le detectaron un tumor en el riñón, dos días antes de la comunión de su hijo mayor. «Me quitaron el riñón. Al poco tiempo empezó a dolerme el muslo... el dichoso bicho se había ido a la pierna y los pulmones. Se había comido el hueso».

«Bebe, hija», pide Chari, atenta. La hija bebe, tiembla, respira hondo y llora un par de segundos. «Ya está. Yo puedo». Y así, aspirando el aire de media Granada, relata cómo llegaron la radioterapia, los problemas con la morfina, las treinta piedras del intestino, la colostomía, la ruptura del bazo que casi la mata –«pero no pudo, yo sigo, yo seguí adelante»–, el dolor de cabeza porque el maldito bicho estaba en el cráneo, comiendo hueso, la radiocirugía –«una semana antes de la comunión de su pequeño»–, los corticoides, el calcio descompensado y que todo, absolutamente todo lo que ingería lo vomitaba. «Ahí fue cuando el médico me dijo que tenía que ir a Cuidados Paliativos».

Charo y Chari. J. E. C.

Nada más mencionar al equipo de Cuidados Paliativos, parece que se encendiera una luz dentro de Charo. «No tengo palabras para explicar cómo son y cómo tratan a la gente. Tú escuchas 'Cuidados Paliativos' y dices, nada, es lo último. Y hay que tener cuidado con eso. No son los cuidados de antes de que te vayas a morir, son mucho más. Te cuidan a ti y a tus familiares. Están ahí siempre. Ante todo son buenas personas con un corazón tremendo, personas que te atienden y te dan un achuchón. Después de verlos, tengo una energía nueva».

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Charo se divierte recordando el día que conoció a Alicia, doctora del servicio. «Me preguntó si era 'semanasantera'. Mucho, le dije. Y me invitó a ir con ella a ver la Virgen del Rosario y el Señor de las Tres Caídas. Me llevó con ella y no se retiró de mi lado en todo momento».

Las fotos y la sombra

En la pared del salón hay dos enormes retratos de Fernando y Pedro, sus hijos de 13 y 9 años. «Es difícil... El pequeño tiene TDAH y el mayor, TDAH y Asperger. Su padre está siempre con ellos... A veces no son conscientes de lo que hay en casa y no se controlan y llegan al cuarto peleándose y yo... no puedo. No puedo». «Bebe, hija». «Siempre salen los casos malos de cáncer –retoma Charo, después de dar el último sorbo a la tila–, pero ¿y de los buenos? También los hay. ¿Por qué no voy a ser yo una buena? Tengo ganas. Me quedan muchas cosas por hacer con mis niños, en mi casa...».

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Hija y madre. J. E. C.

Chari, su madre, ha aprendido a poner rescates de morfina, entre otras cosas. «Yo le digo que soy su sombra», guiña la mujer, de 76 años. «Todos vamos a una. Sus hermanas, su padre, todos se desviven por ella. Y yo voy con ella donde haga falta. Siempre. Ya está. No hay otra. Es mi hija». Esta mañana, Chari organizó una misa en la Virgen de las Angustias dedicada a Charo. «El cura estaba muy contento. Dijo que normalmente se celebran misas en memoria de gente que se ha ido, que le gustaba celebrar misa por alguien que estaba aquí». En ese estar, Charo no puede contener las lágrimas al pensar en la unidad de Cuidados Paliativos. «Tienen el poder de ponerle alegre. Y que traten bien a mi niña, ¿qué voy a decir? Es lo mejor del mundo».

«Yo quisiera estar ahí, Dios. Quisiera ser yo»

En el pasillo, Chari abraza a su hija y le dice «te quiero mucho, te quiero mucho, cuánto te quiero», y es imposible que el corazón no se pare un poquito para escuchar mejor. «Yo siempre aquí detrás, como una sombra», termina la madre, señalando la silla de ruedas. «Yo quisiera estar ahí, Dios. Quisiera ser yo».

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