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Carlos Morán
GRANADA
Domingo, 25 de noviembre 2018, 00:50
La adolescente ya había dado el paso más complicado: romper con el maltratador, que también era menor de edad. Pero él se vengó en Internet, utilizó la red para perpetuar la humillación más allá de cualquier frontera. El acusado 'globalizó' imágenes en la que ... aparecía su ya exnovia desnuda. Es un episodio real de violencia machista ocurrido en Granada y que se zanjó con una condena para el procesado de casi dos años de encierro. El chaval no se conformó con atentar contra la integridad moral de la chica: también dañó su intimidad al difundir unas grabaciones que eran privadas. Delinquió doblemente para acrecentar el perjuicio. «En estos casos los padres vienen muy preocupados, y es lógico, por el hecho de que las fotos de sus hijas estén en Internet. Exigen que se retiren para siempre, pero, desgraciadamente, no es posible. En un instante, llegan a China o a donde sea y nada se puede hacer», se lamenta la jurista Rosa Guerrero, coordinadora de la Fiscalía de Menores de Granada, una institución clave para 'medir', evaluar y atajar el fenómeno de la violencia de género infantil y juvenil, la que se produce entre niños y jóvenes de 14 a 17 años.
Una de las buenas noticias a la hora de poner el foco en este tramo de edad tan inestable por tantas cosas es que el número de expedientes que acaban en juicio no es alto. En 2015, los dos juzgados de Menores que existen en la capital vieron seis casos de violencia machista; ocho, en 2016: y doce, el pasado 2017, según los datos facilitados por la propia Rosa Guerrero. Es cierto que existe un crecimiento (la cifra se ha duplicado en tres años), pero eso no tiene que ser necesariamente una mala señal. «Puede estar pasando que haya una mayor concienciación entre los menores y, como consecuencia, se esté denunciando más», reflexiona la fiscal.
En este sentido, recuerda (y se felicita por ello) que en varios de los casos que han investigado las fiscales de Menores de Granada (las tres son mujeres), la voz de alerta la dieron las amigas y amigos de las víctimas. Esa implicación, recalca Rosa Guerrero, es de suma importancia para poner coto a la lacra de las agresiones machistas. «No nos podemos ponernos de lado. La violencia de género no sólo hace daño a quien la sufre: daña a toda la sociedad. Eso es algo que tenemos que tener muy claro. No podemos mirar para otro lado», enfatiza la representante del ministerio público.
Eso fue exactamente lo que hicieron (en 2017) unas estudiantes de un instituto de la capital granadina: vieron cómo una amiga era maltratada por su novio pero, en lugar de callar, alertaron a los responsables del centro educativo. Estos, a su vez, denunciaron al muchacho que finalmente fue condenado a doce meses de libertad vigilada y a mantenerse alejado de la niña durante dos años.
Precisamente, la medida de libertad vigilada es la pena que se ha aplicado en la mayoría de los episodios de violencia de género en los que el agresor es menor de edad. «Siempre preferimos trabajar con ellos en medio abierto. El internamiento se reserva para los casos más graves», refiere la fiscal granadina. Durante el tiempo que deben vivir bajo el estricto control de los jueces -en eso consiste la libertad vigilada-, los procesados están obligados a cumplir una serie de objetivos -los educadores están constantemente encima de ellos para ver con quién se relacionan, si estudian o no y, por supuesto, velar para que no se aproximen o se comuniquen con las víctimas-, entre los que destaca la asistencia a un programa de prevención de la violencia de género.
El resultado de ese 'tratamiento penal' está siendo satisfactorio. «Por ahora, no hemos tenido menores condenados por violencia machista que hayan reincidido, que, a fin de cuentas, es de lo que se trata. Nosotros trabajamos para reeducar y reinsertar», informa Rosa Guerrero, que, no obstante, insiste en hacer hincapié en el «por ahora», porque con esta conducta delictiva toda prudencia es poca.
En cuanto a ellas, a las maltratadas, la fiscal afirma que no hay un perfil uniforme. En general, las víctimas son niñas «muy inocentes y muy ansiosas, y, en ocasiones, de corta edad, de entre trece y catorce años, mientras que ellos suelen ser algo mayores», indica.
Las chicas se enamoran con el ímpetu que aporta la adolescencia, un periodo de formación de la personalidad en el que los sentimientos están a flor de piel. Las menores marcan distancias con sus padres para definir su propio territorio y no es raro que se refugien en una relación de pareja. «Esto es normal. Incluso que haya una cierta tendencia a ser posesivos. Lo malo es cuando esto se exacerba y se llega a la violencia», explica Rosa Guerrero. Entonces, el paraíso se convierte en un pozo oscuro. Aunque surgen la decepción y el miedo, la atracción persiste. Un mecanismo endiablado.
Sin embargo, Rosa Guerrero señala que, por lo general, es menos costoso rescatar a las víctimas de violencia de género que son menores que a las adultas. «Las relaciones, por una simple cuestión de edad, no son largas. Y eso ayuda. También el hecho de que no haya una dependencia económica. Es muy raro que esta circunstancia se dé a edades tempranas. En cambio, sí hemos tenido casos en los que ya había hijos y eso, como es natural, lo complica todo», dice la fiscal coordinadora de Menores de Granada.
Mieguel Nestares, jefe de la UFAM de la Policía Nacional, expone que los casos de violencia de género cada vez se registran a edades más tempranas. «Cuando se trata de adolescentes la mayoría de las veces actuamos de oficio después de que el centro educativo haya contactado con los padres y después con nosotros. Por esta razón muchas veces se actúa sin que medie la denuncia. De todas formas, siempre tratamos de trabajar desde la prevención e impartimos charlas en los institutos de secundaria, explcia.
Sobre los perfiles de los maltratadores de adolescentes añade que no hay diferencias entre clases sociales. «Hemos detenido agresores de clases altas, bajas y medias. Con las víctimas menores de edad, como con las adultas, hacemos una asistencia integral desde el primer momento».
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