La madre de todas las batallas... de la ciencia
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La madre de todas las batallas... de la ciencia
Jueves, 18 de Enero 2024, 16:35h
Tiempo de lectura: 7 min
Una roca espacial del tamaño del Everest se estrella contra la Tierra. A continuación, una pared de agua de la altura de un rascacielos se extiende sobre el océano. Las llamas consumen los bosques; las nubes de polvo y ceniza hacen que el día se convierta en noche. ¿No bastaba con esto?
Pues, según afirman los geólogos Mark Richards y Jan Smit, parece ser que no. Junto con otros expertos, han elaborado una teoría según la cual la Tierra fue sacudida por dos fenómenos catastróficos a finales del Cretácico, hace 66 millones de años. El asteroide que cayó sobre nuestro planeta y que dejó en la corteza terrestre el cráter de Chicxulub, una cicatriz de 180 kilómetros de diámetro al noreste de la península mexicana de Yucatán, no fue la única tragedia que puso a prueba la continuidad de la vida sobre la Tierra.
Los científicos admiten que la gigantesca roca caída del cielo tenía el tamaño suficiente para acabar con los dinosaurios. Sin embargo, no basta para explicar las dimensiones de aquella extinción. Y es que los dinosaurios no fueron los únicos que desaparecieron de la faz de la Tierra, también se extinguieron todos los reptiles voladores y los ammonoideos, muchos peces, corales, aves y la mayor parte del plancton marino. Solo una cuarta parte de las especies consiguieron sobrevivir a aquel infierno. «Para provocar la extinción de una especie, no basta con matar al 99 por ciento de los individuos, hay que acabar con el cien por cien de ellos», explica el geólogo holandés Jan Smit.
Para dar el golpe de gracia a tantas especies, hizo falta una segunda catástrofe. Y Smit y sus colegas geólogos creen haberla identificado en un lugar situado en la otra punta del planeta: al noroeste de la India.
Los geólogos saben, desde hace tiempo, que en la India hubo en su día un volcán enorme. Las altísimas temperaturas fueron derritiendo la corteza continental desde abajo, hasta que finalmente afloró a la superficie el mayor flujo de lava que ha conocido la historia de la Tierra. Son las capas de rocas basálticas de las llamadas traps del Decán las que siguen cubriendo hoy una región ígnea del tamaño de Francia.
El geólogo californiano Mark Richards cuenta que la idea que dio origen a esta teoría se le ocurrió durante unas vacaciones familiares en el Yucatán: ¿y si ambas catástrofes estuviesen relacionadas? Se da por seguro que la tierra ya había empezado a escupir lava en la India antes de que se produjera el impacto en Chicxulub en México, lo que no está claro es con qué virulencia lo hacía. Quizá, especula Richards, fue el choque del meteorito lo que hizo que el flujo de lava cobrara dimensiones apocalípticas.
De acuerdo con las estimaciones de los geólogos, el impacto del meteorito habría tenido la potencia de tres millones de bombas de hidrógeno.
La consecuencia habría sido un terremoto al menos mil veces más intenso que el maremoto que causó el tsunami de 2004 en el océano Índico. Es muy posible, cree Richards, que aquella gigantesca sacudida provocara un aumento considerable del flujo de lava en la India. El volcán del Decán se convirtió en una especie de descomunal caldera de magma a presión; Richards calcula que habría podido alcanzar un diámetro de mil kilómetros. De esta forma, el apocalipsis habría sido ya perfecto: primero, el impacto sideral habría debilitado la vida sobre la Tierra; luego, el volcán habría hecho el resto.
La idea de este doble golpe supone un giro sorprendente en una agria polémica científica. ¿Volcán indio o asteroide mexicano: cuál de los dos provocó la extinción de los dinosaurios? Dos facciones irreconciliables llevan más de 35 años enfrentadas. The New York Times calificó esta controversia entre los que defienden el volcán y los partidarios del meteorito como «una de las batallas más virulentas en el mundo de la ciencia». Y los autores de esta nueva hipótesis, la mayoría de la Universidad de Berkeley, eran antes partidarios acalorados de la teoría del impacto.
Esta teoría del meteorito fue planteada por el geólogo Walter Álvarez y su padre, el físico y premio Nobel Luis Álvarez. A finales de los años setenta, Walter se encontraba en los Apeninos italianos estudiando rocas calizas de la fase final del Cretácico. Le llamó la atención una capa de arcilla muy particular, con un contenido de iridio anormalmente alto. El iridio es un elemento que procede sobre todo de los meteoritos.
Padre e hijo publicaron su teoría en 1980, lo que provocó una gran agitación en el mundo especializado. La hipótesis de una extinción masiva causada por el impacto de un meteorito parecía chocar contra uno de los principios básicos de las geociencias: según ese principio, la evolución del planeta habría venido marcada por procesos lentos, como la tectónica de placas, la sedimentación y la erosión. Es decir, nada de catástrofes súbitas. Padre e hijo lucharon por su teoría con gran determinación. Y cuando se descubrió y confirmó el gigantesco cráter de México, la controversia se dio por cerrada.
¿Por qué este repentino cambio de rumbo 25 años después? ¿Por qué es precisamente el grupo de Berkeley, vencedor en la polémica científica, el que vuelve a poner sobre la mesa la idea del supervolcán? En la Universidad de Princeton trabaja una investigadora a quien este giro llena de satisfacción.
La geóloga de esta universidad Gerta Keller está convencida de que el vulcanismo en el Decán es el responsable de la extinción masiva acaecida a finales del Cretácico. Keller siempre tuvo la impresión de que la teoría del meteorito lo pintaba todo demasiado fácil. De hecho, Keller siguió reuniendo datos que cimentaran su teoría. Keller, junto con su equipo de colaboradores, encontró cristales con contenido de uranio, el llamado 'circonio', en el basalto del Decán. La presencia de este elemento radiactivo permite datar las rocas con total precisión, por lo que se sabe que los volcanes de la región entraron en actividad unos 250.000 años antes de la extinción masiva, un periodo de tiempo muy pequeño desde un punto de vista geológico.
Y hay más: mediante el estudio de testigos de perforación extraídos por la industria petrolera, la investigadora de Princeton consiguió distinguir distintos flujos de lava. Los cuatro más potentes coincidían casi exactamente con el momento en el que se produjo la extinción masiva. También cree haber encontrado indicios de un drástico calentamiento global y de acidificación de los océanos. En su opinión, esto es prueba de que los volcanes liberaron a la atmósfera ingentes cantidades de gases de efecto invernadero. Keller no es la única que ve en todo esto algo más que una casualidad. La consideración de los volcanes como habituales asesinos en serie está muy extendida entre los geólogos.
Pero a Keller no le gusta la teoría del doble apocalipsis. Cree que sólo es un intento de salvar la teoría del meteorito. Añade que no es capaz de ver la relación entre el vulcanismo del Decán y el cráter de Chicxulub, situado a 15.000 kilómetros de distancia.
Como se ve, la polémica científica sigue viva. ¿El siguiente paso? Los científicos quieren intentar reconstruir el desarrollo de la catástrofe con la mayor exactitud posible ayudados de la última tecnología. Y así tenemos que hay dos equipos rivales, de Berkeley y de Princeton, viajando a la India prácticamente a la vez, en una carrera para examinar las rocas volcánicas que marcan el paisaje de la región y que probablemente también marcaron el destino del planeta entero.