Las mejores cartas entre grandes personajes históricos Diego y Frida, Camus y María Casares, Napoleón y Josefina... Palabras de amor
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Relaciones prohibidas, engaños, momentos eróticos, celos... Los amores epistolares han sacado a la luz las intimidades de personajes históricos.
Lunes, 24 de Julio 2023, 13:00h
Tiempo de lectura: 5 min
Casi 900 cartas se cruzaron el premio Nobel de Literatura Albert Camus y la actriz María Casares. «Nunca me he sentido más pleno de fuerza y vida. La enorme alegría que me llena levantaría el mundo», escribe Camus a Casares. Ella le responde: «Toda mi vida se quedará corta para amarte».
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María, que había acompañado al exilio a su padre, Santiago Casares Quiroga, primer ministro de la Segunda República, encadenaba giras internacionales con la Comédie Française. Por su parte, él tenía otras relaciones, además de estar casado en segundas nupcias con Francine Faure, lo que explica sus frecuentes separaciones y el gran número de cartas que se escribieron. Se conocieron en casa de un escritor, se hicieron amantes la noche del 6 de junio de 1945, el día que se produjo el desembarco aliado en Normandía.
Albert Camus y María Casares se hicieron amantes en París la noche del desembarco de Normandía. Él estaba casado
Cuando terminó la guerra, la mujer de Camus regresó de Argelia. En 1940 dio a luz a los mellizos Catherine y Jean. La paternidad del escritor apartó a María. Rompieron. Pero se reencontraron por casualidad ocho años después y retomaron la relación. Hasta la muerte del escritor, fallecido en un accidente en 1960. María quedó desolada. Siguió soltera hasta 1978: se casó con uno de sus mejores amigos, André Schlesser. Y murió en 1996.
Promesas y mentiras
La ardiente correspondencia entre Camus y Casares se une a la larga lista de personajes históricos con apasionadas relaciones epistolares. «Mis pensamientos regresan sin cesar a las deliciosas horas en que estaba sentada en tus rodillas y apretada contra tu corazón y cuando sentíamos lo mucho que nos adorábamos», dice, por ejemplo, la princesa Victoria Eugenia a su prometido Alfonso XIII en un documento, publicado en la compilación Grandes cartas de amor, de la editorial La Esfera de los Libros.
Los amores epistolares suelen incluir promesas que no siempre se cumplen. Lord Byron escribió cartas de devoción a Carolina Lamb, una atractiva dama casada. «Prometo y juro que ninguna otra, de palabra y obra, ocupará jamás lugar en mi afecto», aseguró el poeta a su amor secreto. Sin embargo, su posterior correspondencia con Teresa Guiccioli, de la que siempre se despedía diciendo «nunca dejaré de amarte», desveló la inconsistencia de su juramento de amor eterno a Carolina.
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En algunos casos, una carta de ternura ha provocado dramas. Eso fue lo que le ocurrió a Alma Mahler. En 1910, Alma –casada con el compositor Gustav Mahler– se enamoró perdidamente del arquitecto Walter Gropius, que años más tarde fundaría la Bauhaus. Mahler descubrió la infidelidad a través de una extraviada carta que Gropius había enviado a Alma. Meses después, Mahler murió. Acababa de finalizar la Sinfonía número 10, en la que plasmó su fatídico estado emocional.
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La pasión se transluce en la relación epistolar entre Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas. «Querido muchacho mío [...] es una maravilla que esos labios de pétalo rosa que tienes hayan sido creados no tanto para el canto musical como para la locura de besarse», escribe Wilde a su amado. Casi tan encendidas como las cartas de amor que envió Frida Kahlo a su marido, el pintor Diego Rivera. «Mi Diego. Espejo de la noche. Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos».
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Para subidas de tono, las misivas eróticas que enviaba el escritor James Joyce a su esposa, Nora. «Desearía poder oír tus labios murmurando esas celestiales y excitantes palabras sucias, ver tu boca haciendo ruidos y sonidos sucios, sentir tu cuerpo culebreando debajo del mío», le dice. «Mi corazón y mi persona se rinden ante ti suplicándote que sigas favoreciéndome con tu amor», escribió Enrique VIII a Ana Bolena en 1528, ocho años antes de que ordenara decapitarla.
En la batalla
Otro hombre de armas tomar, Napoleón Bonaparte escribió desde muchos campos de batalla misivas románticas a su mujer, Josefina. «En medio de las tareas, a la cabeza de las tropas, al recorrer los campos, mi adorable Josefina está sola en mi corazón, ocupa mi espíritu, absorbe mi pensamiento», escribe Napoleón a su esposa. En otras de sus cartas afloran los celos. «Usted es una sin importancia, desgarbada, tonta Cenicienta. Usted nunca me escribe; usted no ama a su propio marido».
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En ocasiones, las cartas de amor son una petición de perdón ante los pecados cometidos. Ese es el caso de Fiódor Dostoievski, cuya tercera mujer, Anna Snitkina, veinticuatro años más joven que él, tuvo que afrontar los graves problemas de ludopatía que padecía el escritor ruso. «Anna querida, amiga mía, esposa mía, ¡perdóname y no me taches de sinvergüenza! […] ¡no me condenes para siempre!», le suplica.
Amadeus Mozart dejó huella escrita de su preocupación por las habladurías sobre su mujer mientras él estaba de viaje. «¡Mi amorcito! [...] Me gustaría que guardaras más compostura […] mi tranquilidad lo exige, y nuestra mutua felicidad».
El más discreto e introvertido Ludwig van Beethoven mostró sus sentimientos más apasionados en su famosa Carta a la amada inmortal, cuya destinataria no pudo ser identificada. «Mi ángel, mi todo, mi mismo yo, solo unas palabras hoy. […] Nunca puede otra poseer mi corazón, nunca, nunca». Dado que las cartas fueron encontradas entre las posesiones de Beethoven tras su muerte, cabe preguntarse si las remitió alguna vez a su amada.
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