A nadie le amarga un dulce

Ayer domingo cambiaron la hora. En cualquier otro momento nos habríamos hartado de leer sobre la conveniencia o no de dicha medida y las redes sociales arderían de comentarios sobre los trastornos que provoca. Además, los medios de comunicación se habrían pasado varios días dando consejos de profesionales sobre cómo minimizar sus efectos más nocivos. Qué pueril, qué fútil nos parece ahora, ¿verdad?

Con la comida, en lo más crudo de esta crisis, pasa lo mismo: nos olvidamos de lo accesorio y nos centramos en lo esencial. Y lo accesorio, a la hora de comer, parecen ser los dulces.

Se me hace extraño entrar en El Madero y escuchar el silencio que lo invade. Porque El Madero, además de tener su obrador, es cafetería. Y el ambiente que se genera en su barra y en sus mesas es inigualable.

Ahora, la parte de la cafetería está cerrada y el paso bloqueado por una fila de banquetas que, en vez de servir como asiento, se utilizan como barrera. La cafetera funciona para que la gente de los alrededores se pueda llevar un café caliente y recién hecho a su puesto de trabajo. Sole, habitualmente vitalista y alegre, está más triste que nunca. «Esto es una ruina», nos dice sin ambages. «Hay un ambiente de depresión generalizado. Yo abro por una cuestión de responsabilidad. Como las farmacias que están de guardia. Porque las panaderías somos esenciales, como señala el gobierno. También abro porque moralmente se me caería la cara de vergüenza echar a más gente al paro, que aquí trabajan muchos miembros de mi familia. Hay que estar a las duras y a las maduras. Ahora tocan las duras. Y te lo dice una jubilada activa de 68 años que sigue pagando los autónomos y los impuestos».

La mitad de los expositores de El Madero están vacíos, cuando solían estar repletos de bollería, pasteles, dulces, pastas y tartas. «¿Ves estos bizcochos?» Sole me señala dos deslumbrantes bizcochos de tamaño XXL, uno de naranja y otro de chocolate. «Antes, volaban. Ahora no se vende ni uno. La gente, con lo del confinamiento, los hace en casa. Nos han bajado las ventas en un 85% aproximadamente, pero vamos a seguir abiertos».

Para los golosos, sin embargo, sigue habiendo muchas posibilidades en los expositores de El Madero: cruasanes, tarta de manzana, donuts, cuñas y palmeras de chocolate, algunas tartas… ¿Habéis vendido alguna tarta de cumpleaños en estas dos semanas? «Ni una. El otro día vendí un pastel que se llevaron para soplar las velas, pero nada más. No hay alegría alguna a la hora de comprar. La gente viene con cuentagotas, se lleva el pan y ni siquiera mira lo demás», señala Sole con un punto de amargura.

«Con el pan pasa lo mismo. La mayoría de la gente se lleva la barra más común y barata. Y cada día vendemos menos».

Sole, que suele hablar en voz alta, apenas musita sus palabras. Es muy crítica con las decisiones gubernamentales, que dejan a los autónomos a la intemperie. Entonces anima a una clienta a que diga algo. «Cuando todo esto termine, en los estadios de fútbol, antes de empezar los partidos, habría que hacer un homenaje a todas las personas que trabajan estos días, reconocer el esfuerzo que está haciendo la gente más humilde». Sole lo celebra y parece animarse un poco. Saca el móvil y comparte con la clienta –se nota que hay confianza– un vídeo que transmite alegría y optimismo.

¿Vais a preparar algo especial para Semana Santa? «Ya tenemos pestiños, pero las torrijas y los roscos... seguro que la gente los hace en casa. De hecho, ya tengo reservas de pan de clientes que lo usarán para hacer las torrijas caseras», señala Sole.

Antes de salir, vuelvo a mirar la barrera de taburetes y suspiro al pensar en cuándo podré volver a sentarme en uno de ellos mientras espero el café con leche y la media tostada de jamón con tomate y aceite. Muy hecha.