Los patos, nuevos runners del García Lorca y de paseo por Granada
Historias desde el balcón ·
Las aves del céntrico parque granadino están a sus anchas, dando largos paseos por el recinto e, incluso, se han llegado a ver fuera, por la calle Arabial y por Parque del Genil, en el fin de semana, cuando hay menos movimiento
Érase una vez un pato que vivía en el Parque García Lorca, rodeado de su familia y amigos, en una hermosa charca fresca y bien iluminada por el sol. Por si fuera poco, de vez en cuando los seres humanos se acercaban cargados de deliciosas migas de pan y crujientes gusanitos que, por alguna incomprensible razón, no se querían comer. El pato, sin embargo, tenía un sueño extraño e imposible: convertirse en un runner. «¡Cuá cuá cuá!», reían sus amigos cada vez que les contaba sus inquietudes. Y entonces, una mañana de marzo...
La familia Milena observaba el parque desde su balcón, una quinta planta en calle Arabial. Ana paseaba al pequeño Javi, un bebé de cinco meses, mientras le susurraba una nana al oído. Era la hora de la siesta y no había manera de que se durmiera. Y en esas estaba cuando, por el rabillo del ojo, intuyó que algo se movía por los jardines del parque. Extrañada, afinó la vista y descubrió a otra familia que tampoco dormía; una familia numerosa: cinco patos campando a sus anchas por donde, hasta hace –relativamente– poco, sólo se veían personas.
Tres de los patos, incluso, se atrevieron a romper el aislamiento, se colaron de un salto entre las rejas y se dieron un paseo por la acera de la calle. «¡Nos quedamos asombrados! ¡Los patos se había salido del parque!», recuerda Ana que, curiosa, se hace una pregunta inesperada: «¿Alguien cuida de los patos?»
Cuidadores
Juan abre la puerta del García Lorca. Viste el mono habitual, el que lleva él y todo su equipo. Son los cinco trabajadores que cuidan y protegen al parque, haya o no coronavirus. Atravesar sus puertas es un privilegio que ahora, confinados, suena aún más apetecible. La tropa arregla las plantas, poda, riega, limpia y mantiene el parque en un estado óptimo. De hecho, perdonen el comentario, el parque luce de escándalo. Y ellos, la cuadrilla de Juan, claro, son también los encargados de alimentar y atender a los patos. «Les traemos pienso todos los días, como siempre», explica Juan. «Están como nunca –sigue–, en la gloria. Son los reyes del parque. Cuando llegamos a primera hora están de paseo por el parque, más allá de su zona habitual. Y en cuanto oyen que entramos, se alejan de nuevo. Y los fines de semana corretean por todas partes, porque no venimos».
El pasado fin de semana, de hecho, los vecinos del Parque del Genil se toparon con una escena tan entrañable como sorprendente: una familia ordenada de patos cruzando por un paso de peatones, tranquilamente, disfrutando de la ciudad. Una escena inolvidable.
Picnic & Setas
Un gato negro observa a los trabajadores, sentado frente a la Huerta de San Vicente. Con suma elegancia, se estiraza y recorre, de puntillas, una de las veredas principales del parque. A mitad de camino, dos patos cruzan de lado a lado, como el peatón que cambia de acera sin mirar el semáforo. El gato se acerca a ellos y, lentamente, muy poco a poco, con suma tranquilidad, se sienta a su lado. Así se quedan los tres, charlando de sus cosas, mientras al final de la vereda, junto a la puerta de entrada más cercana a Recogidas, un puñado de patos meriendan unos mendrugos de pan. «A estos patos les falta comida, pasan hambre, tenían que echarles más», dice una vecina, desde la calle.
En el lago, los patos parecen domingueros haciendo un picnic. Están relajados, en grupos, al otro lado de la barandilla, más allá de los bancos, en donde se pondría cualquier familiar a descansar, a jugar a las cartas o a dejar que los niños corran. Cualquiera diría que los patos saben lo que hacen; como si estuvieran jugando a ser humanos. Faltan un Charlton Heston aterrizando su nave espacial, con el ceño fruncido, intentado comprender cómo llegaron los patos al poder.
En la misma zona, junto a los árboles, crecen unas setas enormes que tampoco vemos habitualmente. «Esas setas son venenosas y las arrancamos conforme vamos arreglando las zonas. Cuando lleguemos allí, las quitaremos», apunta Juan. «Este tiempo, tan húmedo y con lluvias, está favoreciendo que salgan». Efectivamente, a orillas del agua es muy fácil encontrar grandes grupos de setas, pequeñas urbanizaciones para gnomos.
Cuarenta y pico días atrás, los runners corrían por las calles del Parque García Lorca a todas horas, como glóbulos rojos transportando burbujas de oxígeno. Ahora son los patos, sobre todo los fines de semana, que, irónicamente, han encontrado en el aislamiento humano su liberación más divertida.
Ana, desde su balcón de Arabial, sigue cuchicheando palabras a su hijo, a ver si se duerme. Entonces empezó a contarle un cuento. El cuento del pato que quería correr por el parque, como un niño. Y cómo todos los patos se reían de él hasta que un día, de repente...
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