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Antonio Sánchez
JUVILES
Domingo, 7 de abril 2019, 00:53
Al pasar Trevélez la Alpujarra deja de tener el matiz turístico que adquiere cuando en Órgiva se gira a la izquierda antes de entrar al pueblo y se empieza el ascenso hasta Cáñar, Soportújar, Carataunas y todos los municipios que quedan por delante. Pasado Trevélez los apartamentos turísticos que existen son contados y el campo vuelve a ser la forma de vida de los pocos miles de habitantes que viven desde Juviles hasta Laroles.
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En Juviles, la localidad con menos habitantes de la provincia (142), comienza la otra Alpujarra, en la que si se habla de AirBnb los oriundos piensan que alguien se está atragantando con un mantecado de almendras. El pueblo tiene dos bares pegados a la carretera que abren al alba y sobreviven del poco trasiego de coches que cruzan a diario. Frente a ellos queda la farmacia, que abre unas horas al día y al final del pueblo se asienta la industria Jamones de Juviles, que sostiene a la localidad con cerca de una veintena de empleados. Lo que en la capital sería una empresa más, en Juviles aglutina a más del 10% de la población de la localidad y permite a este municipio sacar una sonrisa de vez en cuando para mirar al futuro con cierta ilusión.
María Isabel Barbero, concejala de la corporación municipal y una de las responsables de Jamones de Juviles, hace hincapié en la importancia de mantener el colegio para lograr que la población se mantenga asentada en la comarca. Su análisis es clave porque en la Alpujarra la 'vida' de un núcleo de población está marcado por su número de niños. En Juviles los hay. Son poco más de una docena, pero cada mañana abren las puertas del colegio público rural que hay a las afueras del pueblo y por las tardes permiten que en el pueblo se oiga algo más que el cantar de los pájaros. Filli Cabrerizo y Amelia Cárdenas son las dos profesoras que se reparten a los alumnos. Filli, que vive en Guadix y está terminando una sustitución, da clase a los alumnos más mayores, que no quieren que la 'seño' se marche. Amelia permanece con los más pequeños en la otra aula de este colegio, en el que se suman alumnos de distintas edades para recibir clase. Ambas docentes destacan la complejidad de esta tarea, que obliga a darle a cada niño un trato individualizado, pero lo hacen con una sonrisa de oreja a oreja al hablar de los pequeños como si fueran suyos. Los alumnos, mientras tanto, se mueven para captar la atención y enseñar cada rincón de su segunda casa.
A la salida del centro escolar queda a la izquierda la única tienda del pueblo. Fani, la dependienta, espera a que su cuñada llegue con los hijos de ambas. Muestra su tienda con cierta resignación y tristeza. «Tendría las estanterías más lustrosas, pero no me llega», afirma con cierta tristeza en su local de ultramarinos que también ejerce de papelería, droguería y vende algo de ropa. Espera como agua de mayo que llegue el quinto mes del año, que las lluvias y el frío se vayan definitivamente, y que lleguen los temporeros que trabajarán en las campañas agrarias del verano. Será entonces cuando empiece la temporada alta y las baldas de la tienda de Fani tengan más productos para sus clientes. «Cuando hay gente bajo a Cádiar a por tres kilos de morcilla si hace falta, pero ahora no me merece la pena para ver cómo se pone dura», relata. Como ella, el resto de negocios del pueblo y también los agricultores de Juviles ven en el horizonte el final de su invierno y se preparan para recaudar en unos meses el dinero con el que tendrán que vivir el resto del año. Es la intención de la mayoría de personas que quedan en el municipio, del que no se quieren marchar y al que le auguran un futuro muy largo.
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