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Antonio Sánchez
LOBRAS
Domingo, 7 de abril 2019, 00:54
En el kilómetro y medio que va desde la Era de los Llanos hasta que finaliza el casco urbano de Lobras es complicado -casi imposible- encontrarse a alguien. La carretera, que en verdad es un camino rural asfaltado, comienza a empinarse para seguir hasta Timar y deja a la izquierda las pocas casas con las que cuenta este municipio, en el que según el padrón municipal residen cuatro niños. Sin embargo, el pueblo no tiene colegio, los pequeños van a clase en Cádiar y durante la semana no se ve a ningún joven por la localidad corriendo detrás de un balón. Los cuatro niños de nueve o menos años empadronados en Lobras viven en un cortijo alejado del pueblo y en Cádiar.
Más sobre la granada deshabitada
En Lobras es visible una de las grandes 'contradicciones' de la Alpujarra. Los pueblos están dotados de servicios prácticamente como cualquier barrio de Granada, pero no hay gente para que haga uso de ellos. En la Era de los Llanos está el parque infantil de la localidad, inaugurado hace año y medio. Con un color naranja tan llamativo como el butano está todavía por 'desprecintar' y si ha habido algún niño que ha pasado por él desde que se abrió lo ha hecho con un cuidado impropio de un pequeño.
El parque infantil, acompañado de varios aparatos de gimnasia para adultos, no es la única propuesta de ocio de Lobras, en donde también hay un campo de fútbol sala, un mesón que abre a demanda por la falta de gente y una amplia exposición de instrumentos de música también estrenada hace menos de un año. Esta última se ubica en dos plantas en las que estaba el antiguo ayuntamiento con centenares de reliquias que 'suenan' con solo mirarlas y que han sido cedidas por el grupo Lombarda Folk, un enamorado del municipio.
Al salir del museo de la música de Lobras está la plaza del pueblo, el epicentro de cualquier localidad. Está vacía. No es una metáfora. Pasan los minutos y sigue vacía. No hay nadie. No pasa nadie. Hay farmacia, consultorio y una tienda de ultramarinos en el interior de la casa de uno de las vecinas del pueblo que, como el mesón, se abre a demanda. Los poco más de cincuenta habitantes habitantes que residen regularmente en Lobras están en sus casas.
Sólo dos horas después de pasear por las calles del municipio aparecen dos agricultores. «Como en Lobras, en ningún sitio», asegura Juan Manuel mientras lamenta con la alcaldesa del pueblo, Ana Rodríguez, los pocos techos vacíos que hay en la localidad. La primera edil, además, gestiona el único apartamento rural de Lobras, del que la gente destaca «la tranquilidad en comparación con el resto de la Alpujarra, que está masificada». Rodríguez, que asegura vivir sin reloj y habla con un sosiego impropio de la mayoría de alcaldes, muestra con orgullo cada rincón de su municipio y avanza que repetirá en las próximas elecciones. ¿Por qué? «Hay muchos proyectos por hacer en el pueblo», asegura entre risas mientras cuenta que quiere terminar una estación de aguas residuales que permita depurar el agua para recuperarla en el campo. Será un nuevo paso en la modernización de Lobras a la que le falta lo más importante para avanzar, los niños.
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