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Antonio Sánchez Trigueros en el despacho de su casa. Alfredo Aguilar
Sánchez Trigueros (UGR): «Una ciudad dominada por grafitis y con la estatua del fundador de la universidad sin brazo no puede ser una ciudad cultural»

«Una ciudad dominada por grafitis y con la estatua del fundador de la universidad sin brazo no puede ser una ciudad cultural»

Antonio Sánchez Trigueros | Catedrático emérito de la Universidad de Granada ·

«Stratford, que es un pueblo, tiene el festival de Shakespeare y en Granada no hay un festival de teatro de Lorca»

Quico Chirino

Granada

Domingo, 16 de mayo 2021, 00:51

Antonio Sánchez Trigueros tiene como vicio –en este caso, confesable– coleccionar libros. Durante el confinamiento montaba exposiciones en la mesa del salón y enviaba fotografías a los amigos. De ahí salió la muestra sobre los libros prohibidos del franquismo que se puede ver en el Hospital Real. Llegó a Granada en 1961 desde Málaga para estudiar y aquí se quedó. Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, miembro de la Academia de Buenas Letras, fue director del Festival Internacional de Teatro, desaparecido en 1992. Se dijo a sí mismo que, tras jubilarse, contaría algunas verdades. Aquí van unas cuantas.

–¿Cómo conseguía esos libros prohibidos?

–Manuel Barrera montó la librería Don Quijote, en la plaza de la Trinidad, donde había un espacio junto al mostrador y otro en el sótano con estanterías llenas de libros. Cogías un ejemplar, te sentabas y lo hojeabas. Eso propició que se formara una tertulia que cambiaba a lo largo del día. Había profesores de universidad, jueces, notarios... pero también militares y policías. Traía libros editados en el extranjero cuya importación y venta estaba prohibida en España; o libros permitidos pero que habían sufrido cortes de la censura. Tenía una alacena en el sótano donde la gente de confianza abríamos y encontrábamos maravillosas sorpresas. Una novela de Juan Marsé, las poesías completas de Rafael Alberti o un libro de Carrillo sobre el porvenir de España.

–¿Nunca le sorprendieron con uno de esos libros prohibidos?

–Hice toda mi carrera en el Colegio Santiago. Cuando el Estado de Excepción del 69, escondí todos los libros que tenía detrás de los de la biblioteca del colegio por si hacían un registro. Dentro de la universidad y de los colegios mayores se vivía una vida muy agitada y había mucha reflexión. Fraga entró en el 62, vino la Ley de Prensa en el 66 y se le quiso dar un tinte distinto a cuestiones culturales. La actividad del mundo de la cultura dependía del delegado de Información y Turismo, que era el que tenía la autoridad junto al gobernador. Y aquí el delegado fue don Antonio Gallego Morell.

–¿Eso permitió cierta libertad?

–Los colegios mayores eran nuestro reducto, donde no se le ocurría a nadie meter los dedos. Cuando en 1969 entró el Opus, desplazaron a Fraga y con el ministro Sánchez Bella se volvió hacia atrás, a los años 50, con un control absoluto. Teníamos que llevar las obras a la Delegación de Información y Turismo. Conservo los ejemplares ahí, censurados, de una obra de Mrozek y de 'La noche de los asesinos', del cubano José Triana. El ministro era importante pero no era lo mismo un delegado liberal y con personalidad, como don Antonio Gallego, que un funcionario.

–¿Cuál fue el gol más grande que le coló al régimen?

–La obra de Mrozek, que se titula 'En alta mar'. Son tres náufragos que se quedan sin víveres y resuelven que tienen que comerse unos a otros. Lo eligen por un método democrático. El grande, el mediano y el pequeño hacen una campaña electoral. En muchas de sus intervenciones, el personaje del grande tenía discursos de Franco. Además, como el actor le dio ese aire, se convirtió en una clara parodia. Naturalmente que la censura se había dado cuenta. En las intervenciones de este personaje me quitaron 110 palabras. Reuní al grupo y decidimos dar la obra entera. Existía el riesgo de que mandaran a algún miembro de la brigada social, que tenía mucha movilidad dentro de la universidad. En la Facultad de Letras había unos cuantos matriculados.

–Cuando ve que se cuestiona ahora la libertad o cuando se considera arte los exabruptos de algún rapero, ¿en qué piensa?

–De tan simple, la cosa se ha vuelto muy complicada. Hay que meter a la gente en la cabeza que la libertad alcanza hasta donde llega la de tu vecino. Hay veces que no se entiende por qué los jueces actúan de manera diferente según el lugar o el momento. ¿Es más delictivo hacer un discurso contra el Rey o quemar la figura del Rey? Muchos colectivos están tratando de incidir en la manera de hablar o tratan de inventarse un lenguaje absurdo y que además crea una confusión entre los hablantes.

–¿'Niños, niñas, niñes'?

–Parece una cosa de circo. Eso está bien para hacerlo en un teatro, pero que un político de primera línea trate de crear ese nuevo lenguaje... ¿Ahora resulta que toda la historia de la lengua española ha sido machista? Cuando los hombres del Renacimiento hablaban del ser humano se referían al hombre en sentido amplio, por más que alguno quiera retorcerse la cabeza.

–En ese lenguaje han caído casi todos los partidos.

–Lo que antes era un discurso de veinte minutos se convierte en uno de dos horas. Los políticos, no todos, quieren ser políticamente correctos y eso es un disparate. Supongo que pasará en algún momento y volveremos a reconocer qué tiene la lengua de ideología, si es que tiene algo. Alguien hizo una parodia con un capítulo del Quijote. Si Cervantes hubiera escrito así habría sido insoportable.

«Cuando era joven mandaban los padres fascistas de mis compañeros y después mandaron mis compañeros»

«Todos los años tenía que dar un cursillo al concejal de Cultura para que no se cargaran el festival de teatro. No pude aguantar más»

–La cultura es aún incómoda. ¿Ha seguido el capítulo de Trapiello, acusado de revisionismo de la Guerra civil?

–[Piensa]. Le voy a hacer una confidencia pública. El caso de la Guerra Civil es problemático porque se está convirtiendo en arma arrojadiza. Franco tiene toda la responsabilidad histórica, pero si hablamos de la Guerra Civil hay muchas culpas y culpabilidades. Fue un fracaso de la sociedad española y el que mejor lo ha explicado ha sido don Francisco Ayala. Le cuento mi caso. Cuando entraron los nacionales en Málaga, unos fascistas que se habían sentido discriminados en el lugar donde trabajaban acusaron a mi familia de «auxilio a la rebelión marxista». Mi abuelo, que era un poeta modernista, trabajaba en la junta de obras del puerto y era el jefe de personal; permaneció fiel a la República hasta el final. Aquello fue un desastre. Dos hijos fusilados y el abuelo, mi padre y mi tío Paco, a la cárcel 12 años y un día. Cuando volvió del penal, mi abuelo dijo dos palabras: perdón y olvido. Yo nací después de la Guerra Civil y cuando empecé a enterarme de lo que sucedía tenía al lado, en el pupitre, al hijo del cónsul italiano, que era un fascista redomado y uno de los artífices de la represión durísima en Málaga. Mi familia ya tuvo problemas en el periodo rojo porque en Málaga campaban los anarquistas. A un primo, Burgos, un pintor muy conocido, lo sacaron de su casa, le pegaron catorce tiros y lo dejaron tirado en el suelo. El azar quiso que, cuando estaba agonizando, pasara un camión con un grupo de anarquistas y uno de ellos, que le debía favores a mi tío, lo llevó al hospital y se salvó. Mi familia sufrió mucho con unos y mucho más con los otros, sin sentirse identificada con ningún bando. No estoy de acuerdo con que se saque la memoria histórica para decir quiénes eran los buenos y los malos y hacer la batalla del Ebro pero al revés. Cuando era joven, los que mandaban eran los padres fascistas de mis compañeros y después, cuando cambiaron las tornas, mandaron mis compañeros, que son ahora del otro lado.

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–La figura de Lorca, ¿cuánto ha condicionado la vida cultural?

–El problema de las guerras civiles es la envidia. Cuando llegué a Granada en el año 61 para estudiar nadie hablaba de eso. De Lorca, sí. Y se leía. Te advertían de que no te metieras por los caminos de Alfacar a husmear porque aparecía una pareja de la Guardia Civil. Couffon había publicado el libro en Francia sobre la muerte de Lorca y eso despertó el interés sobre el tema y la atención de las autoridades. Había que ser muy fino y tener ciertos aires bohemios, como actuaban Gibson o Brenan, para acercarse a Alfacar. A pesar de que la investigación Gibson es la más completa sigue habiendo para siempre muchas zonas oscuras.

–¿La envidia ha desaparecido?

–No diría, como Unamuno, que es el gran pecado nacional. Existe en muchos sitios. Antes de jubilarme siempre miraba hacia delante y no me distraía con estas historias, pero últimamente veo con más claridad que hay gente que se le pone la cara verde. Dije que cuando me jubilara iba a decir muchas más verdades. He dado mucho más de lo que se me ha dado. No me refiero a la cuestión pecuniaria, sino al reconocimiento. He dado mucho más a muchas instituciones de lo que se me ha reconocido.

–De Lorca se dice que, sobre todo, hay que leerlo. ¿Ha encontrado gente que habla más de los libros que libros ha leído?

–A Lorca se le lee, y mucho, en el mundo entero. Tiene sus detractores, que también hay que considerarlos. Gente que le dice poco o piensa que permanece en un rincón de extrañezas poéticas. No hay poeta que resista una mala lectura. Si un lector se pone a leer un romance de Lorca en plan guasa lo destroza, porque tiene muchas zonas metafóricas muy aquilatadas. Granada tiene un compromiso pendiente con el teatro de Lorca. No se puede concebir que Granada tenga ese referente tan importante y que no haya una permanente presencia de su teatro. Hace tiempo se me preguntó por parte del Ayuntamiento si se me ocurría alguna iniciativa y dije que hay una de cajón: un Festival Lorca. Se nos tienen que poner los colmillos de punta cuando vemos el festival de Shakespeare en Stratford, que es un pueblo.

–¿Qué le dijeron?

–Nada, enviaron el proyecto al cajón de los recuerdos. Digo que estará en el cajón, a lo mejor lo rompieron. Solo hay que estar atentos a las programaciones de Lorca que se hagan en el mundo. Se organiza una programación anual, con ocho o diez compañías, y alrededor de eso se añade lo que se quiera. Esas visiones nos ayudan a ver la universalidad de Lorca.

–Ese Festival Internacional de Teatro era tan bueno y es tan recordado que se perdió.

–Fue desmontado por parte de los políticos. Estuve nueve años de director y no pude aguantar más. Todos los años tenía que dar un cursillo al concejal de Cultura de turno. La primera, Mariló [García Cotarelo], lo tenía claro. Cuando empezaron a cambiar los concejales, era un esfuerzo todos los años para que no se lo cargaran. Desde el mismo equipo del festival me dieron unas cuantas puñaladas. Un festival que llenaba teatros y calles se convirtió en una menudencia, en el reducto de las 300 personas que iban al Teatro Alhambra. No hay por qué encerrarse en un callejón de puridad y hay que tener una mente más abierta para no perder espectadores.

–¿Los políticos cuentan poco con los que saben?

–Cuentan con los que saben de su partido. Una de las cosas más innobles y castrantes de la realidad española es el sectarismo.

–Existe cierto cliché de que la cultura es izquierda.

–¿Lope de Vega de qué era? ¿Ahora resulta que la cultura de verdad nace cuando empiezan las izquierdas y las derechas? ¿Desde la Revolución francesa? Esa no es la historia de la humanidad. Existen ideas más o menos cerradas, pero el arte ayuda a dinamizarlas y abrir perspectivas.

–Desde las perspectivas de género también se invalidan ahora canciones o películas.

–No sé si es un chiste, pero dicen que hay que eliminar la escena del príncipe de 'La bella durmiente' porque es un beso no consentido. 'Lo que el viento se llevó' se esconde por el racismo. Si vamos a arramblar con las monarquías, nos cargamos el teatro de Shakespeare. O tiramos la estatua de Colón. Eso es el colmo del analfabetismo.

–¿'Granada, ciudad cultural' es un eslogan o nos han superado otras provincias?

–No me gusta comparar Granada con Málaga ni con otra tierra, pero lo que sí es verdad es que hay muchas cosas que no avalan que se pueda hacer de esta una ciudad cultural. Una ciudad dominada por los grafitis, no ya en los monumentos, sino por todas las fachadas. ¿A quién le enseñamos eso para decirles que es una ciudad cultural? Vamos a la plaza de Derecho y preguntamos quién es ese que está amputado de brazos. ¡El fundador de la universidad! Que la estatua de Carlos V de Benlliure esté de esa manera es una vergüenza. Si las autoridades no pueden dominar esta situación de destrucción, que la quiten de ahí y la lleven a otro sitio. O que pongan una verja alrededor. Es como si vamos a Salamanca y nos encontramos a la estatua de Fray Luis de León con los brazos cortados y un golpe en la nariz.

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