–A mediados de los setenta, Rafael Pérez Pire vio que con la leche se ganaba poco dinero, era y es un sector básico. Se cambió la fábrica donde está y se empezó un movimiento de capitalización de ... talento. No había más que un químico. Entré en el departamento de I+D, donde empezamos cuatro, uno de ellos Ángel Gil, hoy catedrático de nuestra Universidad. Iniciamos un proceso de diversificación con cosas que no hacían otros. Puleva tenía una planta de secado que le había regalado Unicef en el programa de ayuda del plan Marshall para la nutrición de los niños. Y con esa planta vinieron compañías de Europa y de América a que se les fabricase en Granada productos nutricionales. Se compró el 50% de una empresa de nutrición infantil en Alicante y allí me enviaron a ponerla en marcha. Un hospital de Granada nos llamó y nos planteó que traían productos de EE UU y tenían que pasar por el Ministerio de Sanidad. Nos preguntaron si podríamos fabricarlos nosotros. Así empezamos a hacer leches especiales infantiles que no hacía nadie en España. Ángel Gil hizo su tesis sobre nucleótidos, nos pateamos el mundo, pero la empresa perdía dinero. Y entonces surgió esto que se llama un accidente. Encerramos parte del equipo en la Sierra de Madrid y contratamos a un entrenador del mundo farmacéutico. Estábamos en una de las técnicas de venta cuando dijo: «¡Para! La alimentación no es una venta de característica sino de confianza». Eso fue una revolución. Presentamos Uniasa, que era la matriz. Pero Uniasa, excepto en Granada, era una siderúrgica. Cambiamos la marca a Puleva. Teníamos elementos diferenciales en el I+D pero la marca no nos representaba. En cinco años pasamos de perder 200 millones de pesetas a ganar 1.500. Muchas veces la innovación parece que solo es la tecnología, pero puede ser el enfoque. Construimos un modelo sobre valores. Primero, la confianza. Y el segundo valor fue la salud. La leche de vaca es para los terneros. Tenemos que transformarla para las personas en función de sus necesidades. Eso nos permitió hacer una revolución. No es un proceso espontáneo. Pudimos quedarnos con América. Se acercaron compañías para llegar a convenios. Pero la empresa generaba tanto dinero que nuestros accionistas decidieron vender, así pasó Puleva a manos francesas (ríe).
Pensadores ante el futuro de Granada | Gregorio Jiménez
–Es verdad, pero ha parado algo la máquina de innovación. En eso los franceses creen menos. Ellos prefieren comprar la innovación a desarrollarla. Pero con ese modelo nos dejamos en el camino la creación de una cultura innovadora que de cara a la formación de los equipo es crítica. Los modelos empresariales han cambiado mucho impulsados por los mercados de capitales. Hay que defender la empresa familiar, que se comporta de manera diferente. Hay una oportunidad para pequeñas empresas y start-up como motores de innovación.
–La clave residió en que hubo un empresario que mantuvo esa línea incluso a pérdidas.
–Rafael fue un visionario. Yo me fui a Alicante en el 76, presenté la transformación en el 86 y tardamos en implementarla otros dos años. El primero casi se recuperó todo. Hoy una multinacional no aguanta eso. Trabaja a corto plazo, como la política. Es una de las grandes tragedias empresariales. En las multinacionales hay funcionarios de la empresa. Hemos perdido capacidad de decisión, se toman en otros países.
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