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María García Pizarro sostiene que a las mujeres no les enseñan a brillar: «Ellos son más exhibicionistas» Pepe Marín

«Traspasar el techo de cristal, que lo he hecho, deja heridas y rasguños»

8 Miradas de Mujer: Directiva ·

María García Pizarro, 52 años, es vicepresidenta general de la Unión Iberoamericana de Municipalistas

elena de miguel

Sábado, 7 de marzo 2020, 16:53

Hoy, con 52 años y una maleta de alta ejecutiva con cientos de viajes internacionales, localiza exactamente en su línea de vida cuándo tuvo la revelación. Ocurrió en un máster de dirección. «¿Por qué somos menos?». Ella misma se respondió. «Me di cuenta de que el valor de aquella escuela de negocios era incorporar a alumnos al mercado laboral en puestos directivos. Nosotras estábamos entrando en la edad fértil, y la escuela sabía que esos puestos eran más complejos para mujeres». Nunca antes le asaltó la duda, tampoco la evidencia.

La maternidad, la misma que le ha hecho mejor persona, le alzó la mirada. Allí arriba estaba el techo, el cristalino pero férreo techo de cristal. «No te voy a decir que atravesarlo, que lo he hecho, es a coste cero. Hubo rasguños y heridas».

Los mellizos Alexander y Víctor, un proceso de adopción, y los primeros años de crianza le pusieron un pie en tierra. «Condicioné mucho viajar y mi agenda internacional. Mis compañeros, siendo papás, tenían viajes continuos. Yo no podía. No soy adivina, pero el no estar en lugares que hubieran generado oportunidades ha hecho que mi camino sea distinto». Habla de tiempo de calidad, de organización, de «telemadre efectiva», aún a día de hoy, cuando sus hijos están en la veintena. «Ahora necesitan otras atenciones».

Nacida en Bilbao y licenciada en Derecho, a María 'la Revolucionaria', como la llamaban de joven por su vitalidad y sus preguntas, siempre le intrigó el oficio de su madre, Isabel. «No tenía claro qué significaba 'mis labores'. Para mí era la directora de orquesta de la familia». De su padre, Pedro, ingeniero industrial en una empresa de productos para automóviles y aviones, heredó la ambición por traspasar fronteras. «Él viajaba por todo el mundo, especialmente América Latina y países árabes».

Ambición internacional

El huracán Mitch la llevó en 1998 a un proyecto de emergencia en Honduras. Supo que quería dedicarse a la cooperación. Trabajaba entonces en una empresa pública del Ayuntamiento de Barcelona, donde casi todos los directores eran masculinos. Las mujeres eran técnicas y pocas. Si se trataba de viajar a América Latina, ella solía ser la única. «Pensaba, ¿hasta qué punto podré crecer?. Todos los espacios de dirección estaban ocupados por ellos».

De aquella época recuerda ser coordinadora jefa de expedición y que le invitaran a recoger las maletas de los compañeros. O en China, donde trabajó dos años. «Aunque yo fuera la responsable, la interlocución no se producía conmigo. Siempre era con mis compañeros hombres». De todo ha sido consciente a posteriori. «Me pasaban cosas y no les ponía nombre. No las vivía con naturalidad, me he dado cuenta después».

«Hay mujeres que han rebajado su aspiración profesional por ser madre. Es maravilloso si es tu decisión. El problema es cuando no lo es y es un rol que te viene dado»

La actual vicesecretaria general de la Unión Iberoamericana de Municipalistas, con sede en Granada, nombra a Jaume, su pareja, con quien coordina y cierra agendas para que nunca falte nadie en casa. Él trabaja en una consultora en proyectos europeos. «Me dijo, estás luchando mucho, no como mujer, sino como profesional y esto es un gran reto para ti, para toda la familia. Es el momento». A veces, le preguntan cómo lleva Jaume que ella esté de aeropuerto en aeropuerto. «Yo respondo, no lo sé, nunca me lo he preguntado así. Yo me pregunto, ¿cómo lleva mi familia que yo viaje?».

María tiene un amplio currículum de experiencias invisibles que relata sin tapujos. Los comentarios maledicentes. «Hay quien cree que ser mujer te permite usar armas para tener más oportunidades». Las reuniones en las que simplemente era un nombre de pila sin apellido, un «oye, niña» o «la chica rubia». Ha parado los pies muchas veces, dice. También a aquellos que intuían que por ser mujer y amable era «menos rotunda, menos segura, menos directiva, menos jefa».

No han faltado las miradas de culpa de otras mujeres por no ser un modelo tradicional. No le inquietan. «Hay mujeres que han rebajado su aspiración profesional por ser madre. Es maravilloso si es tu decisión. El problema es cuando no lo es y es un rol que te viene dado: llevar al niño al médico, pedir permiso en el trabajo... Ese no es un techo de cristal, es de hormigón. Nos tenemos que liberar de esa coraza, pero no para dejar de hacer ciertas cosas. Hay que ponerlas sobre la mesa para ver cómo se hacen, porque no son cosa mía por ser mujer, son de la familia, de la sociedad».

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